AMOR INCONDICIONAL
Cuando pienso en cómo resumir en dos palabras quién es Dios, lo que me viene a la cabeza es amor incondicional. Por supuesto que Dios es muchas otras cosas y no se lo puede encasillar con una sola frase o término; pero por 1 Juan 4:8 sabemos que «Dios es amor ». Esa es Su esencia, una característica intrínseca Suya, uno de Sus principales rasgos de personalidad. Eso no significa que le guste todo lo que hacemos — a fin de cuentas, somos pecadores—, ni que pase por alto nuestros pecados y faltas, ni que haga la vista gorda ante ellos. Aun así, nos ama como a hijos, incondicionalmente, y nos perdona si tenemos la humildad de pedírselo.
Vale la pena detenerse a meditar sobre el amor incondicional que Dios nos profesa. Es fácil dejarse arrastrar por el acelerado ritmo de la vida y olvidar algunas verdades fundamentales que nos imbuyen alegría, paz y confianza a los cristianos. El carácter incondicional y universal del amor de Dios es realmente maravilloso. Con excesiva frecuencia, el amor que se observa en la sociedad se basa en el valor que aporta la otra persona; cuando ese valor se pierde o deja de ser necesario, el amor también se desvanece. El amor de Dios, en cambio, no es así. Él se deleita con nuestra compañía y quiere ser nuestro amigo. El profundo y constante amor de Dios hace que esté continuamente llamando a todos los seres humanos que ha creado, invitándolos a tener una relación con Él.
Cuando reflexiono sobre el amor de Jesús por mí, me lleno de gratitud, de humildad y de asombro. Me dan ganas de ser más como Él. Más bondadoso. Más generoso. Más considerado. De tratar a mis semejantes con un amor más incondicional, de amarlos y respetarlos como seres humanos creados a imagen de Dios, sean cuales sean sus circunstancias1. Eso no es fácil, ya que somos seres humanos falibles, incapaces de manifestar amor inquebrantable de la manera en que Dios lo hace con nosotros. Aun así, se nos manda ser como Cristo, lo cual incluye emular Su naturaleza esencial y esforzarnos por obsequiar con amor incondicional a quienes nos rodean.
Los cristianos debemos esforzarnos por parecernos más a Jesús en todo sentido; para ello, debemos fortalecer los músculos de nuestro amor incondicional. Veamos tres actividades que nos permitirán crecer en esa faceta de nuestra espiritualidad. 1. Comienza contigo. Cuando entendemos lo plenamente que nos ama Dios a pesar de nuestras faltas, defectos y fracasos, tenemos la total seguridad de que Él nos ama, nos valora, nos aprecia, y siempre seremos hijos Suyos. Esa certeza nos faculta para amar más al prójimo. Por el contrario, si no nos parece que
Dios nos ame incondicionalmente, nos resulta muy difícil transmitir Su amor y apoyo a los demás.
Tarea: Acepta que Dios te ama incondicionalmente. Admite tus limitaciones y debilidades, y regocíjate en la promesa divina que dice: «Bástate Mi gracia, porque Mi poder se perfecciona en la debilidad » 2.
2. Cuanto más unidos a Jesús vivamos, más fluirá a través de nosotros el amor de Dios hacia las personas de nuestro
entorno. «Dios ha derramado Su amor en nuestro corazón por el Espíritu Santo que nos ha dado» 3.
Tarea: Cultiva la cercanía con Jesús mediante ratos frecuentes de silencio y oración. Pídele que te vuelva a llenar del Espíritu Santo. 3. Meditar sobre el amor de Dios es saludable para nuestro espíritu. Detenernos a pensar en el amor de Dios y en el grandísimo sacrificio que Él hizo al enviar a Jesús a morir por nuestros pecados, con el fin de reconciliarnos con Él, nos estimula a seguirlo más de cerca, a vencer el pecado y a dejar que Su Espíritu nos guíe y nos infunda fuerzas para servirlo. «Los que siguen la mentalidad humana, solo piensan en satisfacerla, pero los que viven según el Espíritu solo piensan en satisfacer el Espíritu » 4.
Tarea: Dedica más tiempo a Jesús a fin de que tus pensamientos se centren más en lo que quiere el Espíritu. Eso hará que espontáneamente te conduzcas más como Jesús. He comprobado que leer frecuentemente 1 Corintios 13:4– 8 me ayuda a reorientar mis pensamientos y reacciones, y a ser más amoroso y dócil a las indicaciones del Espíritu. Los que hemos nacido de nuevo luego de aceptar a Jesús, nuestro Salvador, hemos recibido abundantes bendiciones. Se nos ha dado mucho: perdón de nuestros pecados, vida eterna y el amor incondicional, la ayuda y la guía de Dios. A medida que el amor de Dios se vaya encarnando más en nosotros, podemos dar aliento a nuestros hermanos y hermanas en el Señor y ayudar a conducir hacia Él a quienes aún no lo conocen. 1 Juan 4:7 dice: « Amados, amémonos unos a otros; porque el amor es de Dios. Todo aquel que ama, es nacido de Dios, y conoce a Dios». Yo quiero ser «nacido de Dios». Deseo ardientemente conocerlo, y Su Palabra dice que amarnos unos a otros es la senda para alcanzar ese objetivo.
1. V. Romanos 12:10; 1 Pedro 2:17 2. 2 Corintios 12: 9 3. Romanos 5: 5 ( NVI) 4. Romanos 8: 5 ( PDT)