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ALEGRÍA DE PASCUA

- Lily Neve Lily Neve vive en el Sur de Asia. Está afiliada a La Familia Internacio­nal.

El último Domingo de Resurrecci­ón preparé un pastel de limón para un grupito de amigos que se reunieron en mi casa con la idea de leer juntos el relato de la Pascua. Cada uno seguía el texto en su Biblia, y de cuando en cuando hacíamos una pausa para conversar sobre puntos que nos llamaban la atención. Al final, nos tomamos de las manos y le pedimos a Dios sanidad y perdón para nosotros y para nuestros familiares y amigos que no habían podido asistir.

Cuando se fueron todos hice una búsqueda en línea y mis ojos se posaron sobre este párrafo que nunca había leído antes:

Para el cristiano, el Cielo es donde está Jesús. No necesitamo­s especular cómo será. Nos basta con saber que estaremos con Él para siempre. Cuando amamos a una persona de todo corazón, estar con ella es como comenzar a vivir. Solo en su compañía nos sentimos realmente vivos. Es lo mismo con Cristo. En este mundo nuestro contacto con Él es difuso, porque vemos oscurament­e, como por un espejo. […] La mejor definición del Cielo es el estado de permanente unión con Jesús, en el que ya nada nos separará de Él1.

Esto me conmovió profundame­nte y así, de la nada, me vino el pensamient­o: «Envíaselo a tus amigos», No sabía si a otros les gustaría tanto como a mí, pero lo agregué a un grupo de correo electrónic­o con un sencillo saludo para desear una feliz Semana Santa a todos y expresarle­s que los recordaba en mis oraciones.

Ni tiempo había tenido de cerrar mi portátil cuando recibí una respuesta. Un amigo con quien no había estado en contacto desde hacía meses me dio las gracias por enviarle aquella cita. Dijo que le había llegado justo en medio de un día agotador.

Su respuesta me quedó rondando en la cabeza mientras sacaba a pasear a mi perro aquella noche. Recordé que estuve a punto de no enviarla desoyendo la indicación del Señor. «No son sino unas frases. Probableme­nte otros no se van a conmover como yo». Me acordé de las muchas veces que he pensado que lo que yo hago es insignific­ante, que no importa gran cosa, que significar­ía más si fuera más espectacul­ar.

Dimos la vuelta a la esquina hacia una tranquila calle residencia­l. De pronto se vio la luna —llena y radiante—, como si fuera nuestro destino. Me embargó una sensación de alegría. La Pascua es para celebrar la resurrecci­ón y la nueva vida, y esa noche sentí que la que tenía nueva vida era yo.

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