A NUESTROS AMIGOS un jefe fuera de lo corriente
El Jefe manda, el Jefe dirá, el Jefe lo resolverá, decimos muchas veces, en plan simpático, los cristianos que deseamos exaltar a Cristo y combinar la obra que hacemos por Él con nuestras actividades de todos los días. Con ello inferimos que Dios es un jefe amigable y paternal, pero al fin y al cabo, jefe. Nos imparte instrucciones, nos resguarda, nos alienta y nos apoya, pero igual mantiene una oficina en el piso de arriba y no se arremanga la camisa ni se ensucia las manos en el lodazal de los asuntos cotidianos.
Esa, sin embargo, no es la figura que nos proyecta la Palabra de Dios: «Somos colaboradores de Dios», escribió Pablo. George MacDonald lo1 expresó así: «Cuando nuestra voluntad va de la mano con la voluntad de Dios nos hacemos colaboradores de Dios en los asuntos del universo, no simples descubridores de Sus caminos que observan la acción desde afuera, sino obreros que se meten en el meollo de todo con Él».
Dios no se limita a salvarnos y a impregnar de sentido nuestra vida para luego sentarse muy campante en su trono a observar. En lugar de pasar un rato por la oficina para recibir instrucciones, salir luego del edificio y más tarde informarle de nuestros progresos, nos reunimos con Él y pasamos el día trabajando codo a codo con Él en constante y persistente cooperación.
Dios ha optado por trabajar con nosotros, pues quiere que participemos en lo que Él hace y que nos constituyamos en los agentes de cambio que desea que seamos. Eso significa que debemos familiarizarnos con Su naturaleza, compenetrarnos con lo que quiere que hagamos y asimilar cómo es Él y cómo actúa. Para ello estudiamos la Biblia y pasamos tiempo junto a Él en oración y reflexión.
Aprender a trabajar cooperativamente con Dios es una experiencia de toda una vida, que no conviene postergar. Empecemos hoy.
1. 2 Corintios 6:1 ( BLPH)