ASÍ RECOBRÉ MI VIDA DE ORACIÓN
En los años que llevo dedicado al servicio cristiano he tenido la ventaja de recibir muy buenas enseñanzas sobre cómo mantener una vida de oración dinámica. Lamentablemente no he sido tan perseverante en aplicarlas como hubiera querido. Cuando apenas me iniciaba en la fe, el libro Arroyos que nunca se secan1 tuvo un profundo efecto sobre mi perspectiva de la oración. Aunque en muchos aspectos de mi vida no me sentía muy dotado, me di cuenta de que podía orar. Es una modalidad de servicio cristiano que está al alcance de cualquiera y para la cual no hace falta una formación especializada. Dos frases que leí que influyeron profundamente en mi vida de oración son: «Una vida de oración nunca es una vida perdida» y «La oración es el punto de partida de todo milagro».
Adopté entonces el hábito de hacer una lista de las personas o situaciones que precisaban oración. Cada día rezaba por esa lista a primera hora de la mañana. Sin embargo, una vez que mi lista se fue alargando me di cuenta de que orar es mucho más trabajoso de lo que me había imaginado al principio. Al cabo de un tiempo empecé a flojear y a la larga desistí de emplear la lista y de hacer de la oración la primera prioridad del día. Todavía oraba, pero no con la misma intencionalidad y diligencia que antes.
Resultó que mi esposa y yo vimos la película El cuarto de guerra. Se trata de una mujer mayor que lleva a una
2 más joven a descubrir la potencia y la belleza de una vida de oración activa. A los dos nos conmovió profundamente el mensaje de que la oración es algo en lo que debemos empeñarnos con diligencia y ambos coincidimos en que lo podíamos hacer. Personalmente sentí una gran convicción de que debía volver a orar con una lista, como lo hacía antes y como hacía la señora mayor de la película.
Por esa misma época leí El hacedor de círculos, de Mark Batterson, que relata la historia de Honi, un vidente de Israel que vivió unos cien años antes del nacimiento de Cristo y se decidió a orar para que Dios pusiera fin a una devastadora sequía que aquejaba la región. Fuera de los portales de la ciudad trazó un círculo en la tierra con su cayado, se sentó dentro del círculo y le exigió a Dios que enviara la lluvia. Declaró audazmente que no se iba a mover hasta que Dios hiciera llover. El relato entraña más detalles, pero lo esencial es que llovió y se acabó la sequía.
El cuarto de guerra me motivó a volver a utilizar una lista de oración y a rezar con diligencia. El hacedor de círculos me impulsó a ser más enfático y expectante en mis oraciones. La evangelista Virginia Brandt Berg decía: «¡Dios sigue en el trono, y la oración cambia las cosas!»
1. Nota de la redacción: Una versión condensada de este libro se encuentra en el enlace https://activated.org/es/fe/relacion-con-dios/oracion/arroyos-que-nunca-se-secan/
2. Alex y Stephen Kendrick, 2015