JESÚS Y MI MOCHILA
A lo largo de los años mi mochila ha sido duramente maltratada. La he expuesto a un sol inclemente y a lluvias torrenciales, tanto en mi barrio como en viajes al extranjero. Me ha acompañado en labores humanitarias y también en mis vacaciones. De hecho, dondequiera que fui, mi mochila fue conmigo.
Con todo, me tomó desprevenido cuando el cierre (cremallera) se empezó a trabar. El mecanismo se atascaba o el cierre se abría detrás del pasador. Era fastidioso no poder darle el uso adecuado a la mochila. No obstante, me empeñé en usarla, llevándola cerrada a medias, o hasta portándola con una mano y manteniendo las dos mitades cerradas con la otra para evitar que se cayera lo que contenía. El resto de la mochila estaba en muy buen estado, así que no veía por qué ese fallo me impediría llevarla.
Cierto día, sin embargo, me colmó la paciencia. Reaccioné airadamente al tomar la mochila y ver que todo su contenido se había desparramado por el suelo.
—¿Por qué no la llevas a reparar? —me propuso mi mujer.
En menos que canta un gallo me di cuenta de que ella tenía razón. Así que me fui a una reparadora.
Al poco tiempo quedó arreglada y mejor que nunca. La uso constantemente y todo anda de maravilla. Me sentí como un tonto por haber esperado tanto tiempo para lo que resultó ser una reparación muy simple.
Eso me llevó a reflexionar sobre mi vida, que abunda en todo tipo de situaciones —malas, buenas, fáciles, terribles— que me producen desgaste. Tarde o temprano colapso. Corretear entre las buenas y las malas termina por agotarme. Me desbarato y no logro conducirme como es debido.
Pese a ello, con frecuencia me niego a reconocer que necesito ayuda e intento hacer a un lado el problema que me apaga el espíritu. Sigo adelante lidiando con todo a medias —productividad a medias, alegría a medias, satisfacción a medias— cuando mi alma podría verse enteramente renovada. Jesús nos ofreció plena recuperación cuando nos dijo: «Vengan a mí todos ustedes que están cansados y agobiados, y yo les daré descanso. Los que permanecen en mí y yo en ellos producirán mucho fruto».1
Por eso ahora procuro recordar que dondequiera que vaya y cualquiera que sea la situación en que me encuentre, Jesús está conmigo. Su fuerza sobrelleva cualquier peso y Sus misericordias se renuevan constantemente. Si lo mantengo en el centro 2 de mi existencia, cualesquiera que sean los avatares que se me presenten, Él nunca dejará de conservarme entero.
1. Mateo 11: 28 ( NVI); Juan 15: 5 ( NTV).
2. V. Lamentaciones 3: 22–23; Filipenses 4:13.