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Cómo huir de las olas

- Chris Mizrany

Un día mi mujer y yo llevamos a Kristen —nuestra hija de 13 meses— a la playa. El tiempo estaba lindísimo. Era un día perfecto. Mientras caminábamo­s por la arena tomándola cada uno de una manito, ella sonreía y balbuceaba en su propio lenguaje encriptado.

Al llegar al agua, en el momento en que la primera oleada le cubrió los piececitos, de golpe su expresión cambió. El agua estaba bastante más fría que la arena. Sin saber muy bien qué hacer, se quedó paralizada hasta que la arena se socavó debajo de ella y cayó de trasero al suelo. La alzamos riéndonos, le dimos un abrazo y aguardamos la siguiente ola.

Ya sabía qué esperar. Así, cuando veía llegar el agua, se daba vuelta y emprendía la retirada. Sin embargo, advertí algo interesant­e. En lugar de dirigirse hacia la arena seca, Kristen corría hacia uno de nosotros, a pesar de que para ello tenía que chapotear en el agua misma. Aun cuando tenía que sortear el agua que le llegaba hasta las rodillas, se empeñaba en correr hacia nosotros en lugar de dirigirse hacia lo que le hubiera significad­o alivio inmediato. Claro que nosotros salíamos a su encuentro y nos asegurábam­os que estuviera a salvo.

¿Qué llevaría a una niñita a hacer frente a algo que la atemorizab­a en lugar de buscar la salida rápida y fácil? Pienso que es una cuestión de simple confianza. Confiaba en que velaríamos por ella, que era mejor estar con nosotros en el agua fría que tratar de llegar a la orilla por sus propios medios.

Me suele ocurrir que cuando me enfrento a un problema mi primera reacción es de pánico. Me quedo paralizado mientras sopeso mis opciones y termino errando y cayéndome. Luego, cuando me enfrento a un nuevo problema, me entran ganas de huir de la situación lo más rápido posible. Pero como ustedes saben, las situacione­s se las arreglan para darnos alcance y tumbarnos. ¿Cuál es la solución entonces? Tengo que seguir el ejemplo de mi hija y enfrentar la contraried­ad con valentía. Eso no significa hacerlo por mi cuenta. A mi lado se encuentra un Salvador fuerte y más que capaz, que puede mantenerme en pie a pesar de la ola. Simplement­e tengo que dejar de intentarlo a solas y correr hacia Él.

Cuando estoy débil puedo fortalecer­me con Sus fuerzas. Jesús

1 sigue siendo el amo de los vientos, las olas y cualquier otro fenómeno que azote nuestra vida. Acudamos a Él

2 enseguida cuando veamos que se nos viene encima la marea. No nos dejará hundirnos.

3

Chris Mizrany es diseñador de páginas web, fotógrafo y misionero. Colabora con la fundación « Helping Hand » en Ciudad del Cabo, Sudáfrica. 1. V. 2 Corintios 12:10 2. V. Lucas 8: 25 3. V. Mateo 14: 30,31

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