UN GRANITO DE ARENA ECOLÓGICO
Cuando hablamos de cambio climático y el cuidado del medio ambiente es fácil bloquearse mentalmente y resignarse a que uno poco puede hacer ante tamaño enredo. Podemos asimismo endosarles la responsabilidad a otros y librarnos de la obligación de colaborar. Sin embargo, Dios nos encargó que cuidáramos de Su creación, pero no por un árido sentido del deber, sino por amor a Él y a Sus criaturas. «Dios el Señor tomó al hombre y lo puso en el jardín del Edén para que lo cultivar y lo cuidara.» Ese es el factor
1 primordial que me ha motivado a mí a tener mayor conciencia ecológica.
Observar nuestro mundo y el daño que hemos causado al medio ambiente puede desencadenar sentimientos de tristeza, desánimo y hasta de temor. Además, los seres humanos por naturaleza tenemos tendencia a decir: «Eso es deber de fulano» o «Que el gobierno y las grandes empresas se hagan cargo. Tienen los medios y el dinero. Es obligación de ellos».
Hay, en todo caso, muchas posibilidades de aportar. Veamos, por ejemplo, el caso de Olivia Bouler, que a los 11 años de edad empezó a dibujar pájaros y a subastar algunos de sus dibujos para contribuir con las tareas de recuperación después de un derrame de petróleo en el golfo de México.
Las acciones positivas son potentes y encima contagiosas. Los vecinos se pueden agrupar para limpiar un parque, los niños pueden organizarse en cuadrillas de limpieza para recoger basura de la playa. Todos podemos tomar parte de iniciativas de plantación de árboles. Incluso detalles nimios como apagar luces, no dejar correr el grifo o tomar duchas más cortas pueden contribuir a labrar un mundo mejor para nosotros, nuestros hijos y las generaciones venideras.
Obras son amores y no buenas razones. Lo mejor es predicar con el ejemplo. Los sermones ambientalistas pueden ser contraproducentes y crear rechazo en la gente. En cambio, un acto amable con el ambiente puede alentar a otros a efectuar ellos mismos cambios para mejor. En Chile, como en tantos otros países, casi no hay zonas de reciclaje con contenedores de distintos colores para cada tipo de basura. Sin embargo, eso no es obstáculo para que Hans, mi vecino alemán, recolecte todas las latas y botellas de las casas de nuestro condominio y las lleve él mismo a una planta recicladora.
Y no olvidemos que el trato amable con el medio ambiente implica también el buen trato a las personas de nuestro entorno. Una palabra de ánimo al jardinero que se ocupa de las áreas verdes y cuadros de flores municipales, un efusivo agradecimiento a la señora que con mucho tacto lidia con la gente irascible en la fila de un hospital público, un cálido saludo al hombre que limpia con esmero los baños de un centro comercial.
Encarnemos el cambio que queremos ver en el mundo. 1. Génesis 2:15 ( NVI)