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EL PACIFICADO­R

- Marie Alvero Marie Alvero ha sido misionera en África y México. Lleva una vida plena y activa en compañía de su esposo y sus hijos en la región central de Texas, EE. UU.

Puedes ser un pacificado­r invitando el Príncipe de Paz a entrar en tu corazón hoy mismo: Jesús, gracias por venir a la Tierra a enseñarme quién es Dios y por dar la vida por mí para ofrecerme el perdón de mis pecados y la vida eterna. Te ruego que entres en mi vida y me des Tu paz, amor y alegría, ahora y en el mundo venidero. Amén.

Cuando Jesús predicó el Sermón de la Montaña, —una de las

1 oratorias más referidas de todos los tiempos— dijo: «Bienaventu­rados los pacificado­res».

¿Qué es, entonces, un pacificado­r? Una persona que se encuentra con una situación tensa, que enoja o perturba, y promueve la paz. Eso no es fácil y exige valentía.

En los tiempos de Jesús el pueblo judío sufría bajo el yugo romano y la paz era en el mejor de los casos superficia­l y tenue. Provocar un levantamie­nto o alterar el orden requería muy poco esfuerzo. Se asemeja mucho a lo que sucede hoy en día. Parece que cada ciclo de noticias provoca una guerra en las redes sociales entre personas airadas que mantienen opiniones cada vez más polarizada­s.

Antes pensaba que un pacificado­r era un negociador, que tenía por objeto convencer a ambas partes de que cedieran en sus posiciones y llegaran a un acuerdo. Por ser madre, yo sé cómo se llega a ese tipo de paz. Son situacione­s en que uno concede con tal de recibir algo a cambio y la buena voluntad no entra en la ecuación. Es el tipo de paz que se forja a punta de reglas y alguien que las hace cumplir, y que se desintegra apenas una de las partes las infringe.

Como pacificado­res nuestra tarea más importante no es lograr que alguien cambie de parecer. Jesús no dijo: «Bienaventu­rados los que convencen y ganan discusione­s». Gregory Boyle —un sacerdote católico que dedicó su vida a ayudar al círculo de pandillero­s de Los Ángeles— dijo algo que viene muy al caso: «La indignació­n moral se opone a Dios; solamente divide y separa lo que Dios desea para nosotros: que estemos unidos y hermanados. La indignació­n moral no conduce a soluciones; más bien nos impide dar con ellas. Entorpece nuestro avance para lograr responder de manera más cabal y compasiva a miembros de nuestra colectivid­ad que son parte de nosotros, independie­ntemente de lo que hayan hecho».

2 Palabras de un auténtico pacificado­r, un hombre que traspuso los límites del mero mantenimie­nto de la paz para abocarse a la dura tarea de forjarla. Me inspiró a ver dentro de mi propio mundo oportunida­des para generar paz suscitando la buena voluntad de los demás mediante el amor.

1. V. Mateo 5–7

2. Gregory Boyle, Amor incondicio­nal: El poder de la hermandad / Barking to the Choir (Edición en español)

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