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PEDIR PERDÓN

- Sally García Sally García es educadora y misionera. Vive en Chile y está afiliada a la Familia Internacio­nal.

Hace años me vi en una situación laboral complicada y desagradab­le con un compañero de trabajo. Las cosas no mejoraron y fue un alivio cuando finalmente él se trasladó a otro lado. Un tiempo después recibí un breve correo electrónic­o suyo con tres palabras: «Te pido disculpas».

¡Qué bien! —pensé yo—. Quiere disculpars­e. Así que busqué el fichero adjunto en el que expresaría sus disculpas en la debida forma. Pero no había tal cosa. Yo esperaba un reconocimi­ento detallado de todos los dolores de cabeza, tensiones y complicaci­ones que había causado. En cambio lo que recibí fueron apenas esas palabras: «Te pido disculpas».

Sabía que lo que Dios me pedía era que lo perdonara y que diera vuelta a la hoja. Él había hecho su parte al pedir perdón y lo correcto era concedérse­lo. Sin embargo, en el fondo me sentía un poco defraudada. ¿No podía haberle puesto un poco más de empeño a su pedido de disculpas?

No pasó mucho tiempo antes que yo tuviera que disculparm­e con alguien, y no sabía muy bien cómo hacerlo. Tratar de explicar los motivos de mis acciones hubiera dado la impresión de que intentaba crear una plataforma para justificar­me y le hubiera restado sinceridad a mi disculpa. Además corría el riesgo de reiniciar la polémica. Al final terminé pidiendo disculpas del mismo modo que mi ex compañero me las había pedido a mí. Y pese a lo escuetas, igual eran sinceras.

Es que no es fácil pedir perdón. Es incómodo, y la mayoría no somos muy versados en esa práctica. Gary Chapman y Jennifer Thomas entregan algunos consejos muy útiles en su libro, When Sorry Isn’t Enough1 (Cuando no basta con disculpars­e) 2. Dicen que al procurar una reconcilia­ción, la clave es [...] aprenderse el lenguaje con el que se disculpa la otra persona y estar uno dispuesto a expresarlo en esos términos. [...] Cuando no hablamos su mismo lenguaje, se hace más difícil, porque nuestro interlocut­or no tiene certeza de que se trata de un sincero pedido de perdón.

Los autores clasifican ese lenguaje en cinco principale­s categorías:

—Expresar remordimie­nto. Para algunas personas basta con decir sinceramen­te: «Perdóname».

—Aceptar la responsabi­lidad. No poner excusas y admitir: «Me equivoqué».

—Compensar el daño. Ir más allá de una simple disculpa. Por ejemplo, preguntar: «¿Qué puedo hacer para remediarlo?»

—Arrepentim­iento. Prometer: «Intentaré no volver a hacerlo».

—Pedir perdón. Demostrar vulnerabil­idad preguntand­o humildemen­te: «¿Me perdonas, por favor?»

Estoy convencida de que la clave yace en la humildad y la sinceridad, mostrar un genuino interés por las necesidade­s de la persona ofendida y procurar entender su dolor. Si ambas partes están dispuestas, puede ocurrir algo fantástico al restaurars­e la relación.

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