¿QUIÉN TIENE LA CULPA?
Hace poco estaba evocando cosas del pasado. Me puse a pensar en decisiones que había tomado y comencé a culpar a los demás por el desenlace de ciertas situaciones. Culpé a mis padres por decisiones que tomaron ellos y que afectaron mi infancia. Culpé a mi colegio por mis inseguridades y por esa sensación que tenía de que nunca alcanzaría el grado de perfección necesario como para triunfar en distintos aspectos. Culpé a mi iglesia por actitudes que tenía hacia Dios y que afectaron mi relación con Él.
No obstante, mientras yacía en la cama reflexionando sobre mi vida, empecé a entender a mis padres y me di cuenta de que habían hecho lo mejor que sabían hacer. Recordé todas las veces que me habían dado ánimo y que me habían ayudado a ser lo que soy.
De igual forma, pensé en mi época de escolar y me di cuenta de que mucho de lo que experimenté era de mi propia factura. Era tímida y miedosa para probar cosas nuevas y muy aprensiva cuando había que correr riesgos. Fueron mayormente mis propias inseguridades las que obstaculizaron mi desempeño en lo académico y lo social.
Cuando reviví los años en que asistía a la pequeña iglesia independiente de la que formaba parte mi familia, es cierto, recordé el chismorreo y algunas heridas que tardaron en sanar. Sin embargo, con el paso de los años me he dado cuenta de que es muy fácil culpar a las circunstancias o la institución cuando en realidad ella me proporcionó un sólido cimiento de fe y en muchos casos los miembros de la congregación me ayudaron y me dieron ejemplo de auténtico cristianismo.
Es importante no enfrascarse en atribuir culpas. Mi vida no ha sido perfecta. Tomé algunas decisiones que me afectaron negativamente y en otros casos me vi afectada por terceros. Pero los culpables no fueron mi vida familiar ni mi colegio ni mi iglesia. Fueron personas de carne y hueso. Y al recordar a esas personas, pude apreciar a una señora que lidiaba con la pena de haber perdido a su hijo mayor; una mujer de mediana edad que había pasado gran parte de su tiempo cuidando de su anciana madre y de su tía, que padecían numerosas dolencias; un joven dirigente estudiantil que acababa de graduarse y se creía experto en adolescentes, pero que simplemente necesitaba un poco más de experiencia, y un profesor de matemáticas extenuado y estresado, cuya mujer pasó meses recluida en un hospital luego de un embarazo difícil. Esas personas cometieron errores, igual que los he cometido yo a lo largo de mi vida.
Resulta demasiado fácil sacar conclusiones y caer en generalizaciones acerca de nuestras experiencias y de las personas sobre las que tenemos sobrados motivos para culpar por nuestros infortunios. Así y todo, reflexionar más profundamente sobre el particular nos puede dar algunos indicios sobre el porqué de lo sucedido. En ese momento puede que no entendamos por qué alguien reaccionó de la forma en que lo hizo; pero mirar en retrospectiva con comprensión puede ayudarnos a ver la situación con más claridad y hallar la liberación que da el perdón.