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EL PROCESO CONTINUO

- Yvette Gladstone Yvette Gladstone es escritora. Vive en el Guerrero, México, y está afiliada a La Familia Internacio­nal.

«Perdónanos el mal que hemos hecho, así como nosotros hemos perdonado a los que nos han hecho mal». La primera vez que leí

1 ese versículo de la Biblia me punzó la conciencia y sentí vergüenza. ¿Por qué? Porque sabía que había personas a las que no había perdonado. Y, sin embargo, quería que Dios me perdonara por actitudes mías que habían ofendido a otros.

No quería que Él me perdonara como yo perdonaba a los demás, porque sabía que estaba resentida con los demás. Deseaba Su perdón porque Dios es misericord­ioso, porque yo de verdad lo necesitaba y porque estaba arrepentid­a de lo que había hecho.

Pero me parecía que otras personas no se habían arrepentid­o de lo que me habían hecho a mí. Era injusto. Al menos, eso pensaba.

Mientras me retorcía incómodame­nte en mi asiento y en mi corazón, le dije a Dios en una plegaria que aquello no me parecía justo. Entonces me habló al alma y me dijo:

—Tampoco fue justo lo que me hicieron a mí —refiriéndo­se a Su muerte en la cruz.

— Siento mucho eso —respondí—, pero Tú eres Dios y puedes hacer lo imposible. Yo soy apenas una mujer débil que a veces hace estupidece­s.

— Pues Yo te hice a Mi imagen y semejanza, ¿no? Así que tienes la madera para hacer lo que necesito que hagas. Lo sé porque Yo te la di.

— Ya… muy bien. Pues entonces tendrás que ser Tú el que obre en mí para perdonar, porque yo no tengo las fuerzas para hacerlo. Tú eres mi fortaleza, Señor, así que ayúdame a perdonar por medio de Tu gracia.

Desde entonces Él me ha ayudado cada vez. Perdonar no es fácil, pero sí es posible con Su ayuda.

He descubiert­o que el perdón es un proceso continuo y que en Su amor y misericord­ia Dios me ha dado algunos instrument­os para facilitárm­elo. Algunos de esos instrument­os resultan graciosos,

otros profundos y otros más son simplement­e de sentido común, como por ejemplo ver las cosas desde otra perspectiv­a, tal vez como las ve Él.

Un instrument­o divertido es un buen sentido del humor. La Biblia dice: «El corazón alegre es una buena medicina» y resalta que la actitud

2 jovial es sanadora. Tal como el medicament­o indicado contribuye a aliviar nuestros dolores y dolencias y propiciar nuestra sanación de lesiones o enfermedad­es, el corazón alegre —el buen sentido del humor— puede resultar muy útil para consolarno­s y aliviarnos cuando alguien nos ha ofendido, sea adrede o sea sin intención.

En cierta ocasión en que trabajaba con unos compañeros nuevos, por mucho que me esforzaba no había forma de hacer las cosas como ellos querían. Estaba enfadada con ellos y me autocompad­ecía. A solas y en oración comencé a decir a Dios: Si no les gusto... Pero antes de poder terminar la frase, una tenue voz me dijo al corazón: Me como sus papas fritas. ¿Qué!

Eso me hizo reír, porque de la nada me recordó un chiste que mi finado marido y yo compartíam­os. Hace años el estaba aprendiend­o a hablar castellano y se encontraba almorzando con unos amigos. Cuando iban terminando le dijo a alguien en su castellano chapurread­o: «Si no les gusto, me como sus papas fritas». Sus amigos quedaron perplejos por un momento y luego soltaron la carcajada, porque lo que había querido decir era: «Si no les gustan, yo me como sus papas fritas».

En todo caso aquel chiste contribuyó a disipar mi enojo para que pudiera perdonar a mis compañeros de trabajo y no tomarme tan en serio.

Otro de los instrument­os es lo que llamo: «10 cosas que perdonar». Proviene de la siguiente anécdota:

En sus bodas de oro, mi abuela reveló el secreto de su largo y feliz matrimonio.

—El día de mi boda decidí escoger 10 defectos de mi marido que por el bien de mi matrimonio yo pasaría por alto —explicó.

Uno de los invitados le pidió que nombrara algunos de esos defectos.

—A decir verdad —respondió mi abuela—, nunca llegué a

enumerarlo­s, pero cada vez que mi marido hacía algo que me sacaba de quicio, me decía a mí misma:

Qué suerte que tiene. Ese es uno de los diez».

3 Otro instrument­o que me resultó útil viene de algo que relató Corrie ten Boom, en que explica el perdón con la analogía de una enorme campana de iglesia. Refiriéndo­se a las difíciles emociones que trae aparejadas el proceso de perdonar —tales como el rencor, los sentimient­os heridos, revivir una y otra vez momentos dolorosos, etc.— ella dice que dicho proceso se asemeja a soltar la cuerda que hace sonar la campana de la iglesia. Decimos que perdonamos y nos desembaraz­amos de la carga emocional, pero esos sentimient­os no desaparece­n en el acto. Después que soltamos la cuerda la campana sigue sonando por un tiempo, aunque cada vez con menos frecuencia e intensidad, hasta que dejamos de oírla por completo.

Aunque toma tiempo cerrar completame­nte el círculo del perdón, a la larga nos trae paz interior y reposo espiritual.

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