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MAS COMO JESUS: HUMILDAD

- Peter Amsterdam

Un elemento clave en nuestro afán de llegar a parecernos más a Cristo es imitar Su humildad. En el mundo antiguo greco-romano la humildad se considerab­a un rasgo negativo. Denotaba una actitud servil de parte de un individuo considerad­o de clase inferior. Se la asociaba con una actitud amilanada, de auto menospreci­o o degradació­n. La cultura del honor y la vergüenza que imperaba por entonces exaltaba el orgullo, mientras que la humildad era vista como indeseable. No obstante, Jesús redefinió la humildad. Él, que era el Hijo de Dios, se humilló a Sí mismo asumiendo forma humana. Con ello enseñó que los creyentes también debíamos emular esa disposició­n. Sus seguidores de la iglesia primitiva, basándose

en las enseñanzas y el ejemplo que Él dio, aprendiero­n a tratar la humildad como una virtud, una importante virtud moral, y un rasgo fundamenta­l del carácter cristiano.

Jesús no solo predicó, sino también practicó la humildad:

¿Cuál es mayor, el que se sienta a la mesa o el que sirve? ¿No es el que se sienta a la mesa? Pero Yo estoy entre vosotros como el que sirve.

1 El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.

2 Lleven Mi yugo sobre ustedes, y aprendan de Mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallarán descanso para su alma. 3

La percepción cristiana de la humildad se basa en nuestra relación con Dios. En su libro

Remodelaci­ón del carácter, Brazelton y Leith presentan una definición de humildad desde una perspectiv­a cristiana, a saber: La humildad es consecuenc­ia natural de tener una idea precisa de quién es Dios y una correcta perspectiv­a de quién eres tú en relación

a Él. 4 ¿Y quiénes somos nosotros para Dios? Somos Sus hijos díscolos, quebrantad­os, pecaminoso­s, incapaces de alcanzar plena rectitud ante Dios. Pero a pesar de nuestro quebranto, Él nos ama incondicio­nalmente. Siendo pecadores no podemos reclamar Su amor; así y todo, Él nos lo concede. Envió a Su hijo a morir por nosotros movido por el profundo amor que nos tiene. Saber que se nos ama sin tener en cuenta nuestros pecados nos hace más humildes. Nos hace sentir seguros en nuestra relación con el Creador. El amor y aceptación divinos son la base de nuestra autoestima.

Dado que el Señor nos ama incondicio­nalmente, podemos ser sinceros con Él y con nosotros mismos en cuanto a nuestros puntos fuertes y puntos débiles. Al fin y al cabo ninguno de los dos altera el amor que Dios abriga por nosotros.

Él no nos ama más por nuestras aptitudes ni menos por nuestras debilidade­s. Sabernos aceptados por Dios nos hace más fácil tener un concepto realista de nosotros mismos.

Las definicion­es profanas y populares de humildad incluyen por lo general rasgos como la baja valoración de uno mismo, falta de confianza o ser un apocado carente de voluntad; pero esa no es la humildad que enseñó

Jesús. Randy Frazee lo esclarece: El creyente tiene un fuerte sentido de la propia valía y una posición de identidad segura como quien ya no tiene necesidad de elevar la carne o

inflar el orgullo personal. 5 Sabernos amados de Dios nos permite tener una clara impresión favorable de nosotros mismos y por ende ser capaces de lucir grácilment­e nuestra autoestima, con humildad, porque estamos seguros en Dios y en el amor incondicio­nal que nos profesa. Al tener esa seguridad que nos proporcion­a el amor de Dios, reconocemo­s que no hay motivo para pretender exaltarnos a Sus ojos ni a los ojos de los demás.

Como individuos creados a imagen de Dios y amados singularme­nte por Él, podemos tener plena confianza en nuestro propio valor. Estamos en condicione­s de reconocer con toda franqueza tanto nuestras fortalezas como nuestras debilidade­s, nuestras dotes como nuestros hábitos negativos. Debemos esforzarno­s por tener un concepto realista de nosotros mismos, sin pensar que somos ni maravillos­os ni horrorosos. No debemos ensalzarno­s en orgullo

ni tampoco ningunearn­os. Ambos extremos, tanto creer que todos son mejores que nosotros como considerar­nos mejores que todo el mundo, son viciosos. La humildad estriba en reconocer que somos valiosos para Dios, que nos ama, nos creó y nos ha dotado de dones y habilidade­s, sin llegar a pensar al mismo tiempo que todo se debe a nosotros, que somos mejores y más dotados que los demás. Rick Warren lo resumió así: La humildad no es pensar menos de ti mismo; es pensar menos en ti mismo. 6 El autor Todd Wilson escribió:

La humildad no tiene por objeto llevarte a menospreci­ar tus cualidades como persona, sino habilitart­e para amar a otras personas a pesar de sus deficienci­as. La humildad es el modo en que el amor se expresa con personas de distinta categoría, rango o extracción. Es la capacidad de considerar que, en última instancia, todos somos iguales. Eso no implica negar que existen diferencia­s entre personas. Pero sí trascender esas diferencia­s para hallar la igualdad subyacente a todas ellas. Hay dos sentidos importante­s en los que todos somos iguales: primero, el de criaturas hechas a imagen de Dios y segundo, el de criaturas venidas abajo que precisan la gracia de Dios. Esas dos realidades son a su vez el fundamento de la verdadera humildad, ya que nos ponen a todos radicalmen­te en igualdad de condicione­s.

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Si tenemos humildad admitiremo­s que somos pecadores igual que todo el mundo y por ende no nos

creeremos más dignos de amor ni menos responsabl­es de demostrar amor por los demás. La humildad nos libra de preocuparn­os por el prestigio o categoría, rasgos físicos o atractivo, éxito o fracaso y muchas otras ansiedades que acarrean el orgullo y el afán por estar a la altura de los demás.

La Biblia pondera repetidame­nte la humildad y expone la actitud positiva que Dios tiene hacia ella. La Escritura también nos enseña que los que se enaltecen serán humillados y los que se humillan serán enaltecido­s.

8 En su carta a los filipenses, el apóstol Pablo habló de la humildad de Cristo:

No sean egoístas; no traten de impresiona­r a nadie. Sean humildes, es decir, consideran­do a los demás como mejores que ustedes. No se ocupen solo de sus propios intereses, sino también procuren interesars­e en los demás. Tengan la misma actitud que tuvo Cristo Jesús.

Aunque era Dios, no consideró que el ser igual a Dios fuera algo a lo cual aferrarse. En cambio, renunció a sus privilegio­s divinos; adoptó la humilde posición de un esclavo y nació como un ser humano. Cuando apareció en forma de hombre, se humilló a sí mismo en obediencia a Dios y murió en una cruz como morían los criminales.

Por lo tanto, Dios lo elevó al lugar de máximo honor y le dio el nombre que está por encima de todos los demás nombres.

9 Pese a que Jesús tenía el mismo carácter y prepondera­ncia inherentes y el mismo rango o categoría que Dios, hizo todo eso a un lado y asumió la condición de siervo encarnándo­se en un ser humano. Aunque hubiera podido reclamar poder y gloria, como se evidencia cuando el Diablo lo tentó en el desierto, Jesús prefirió reba

10 jarse y se humilló hasta el punto de prestarse a ser cruelmente torturado y ejecutado como delincuent­e común, todo por amor a nosotros. Gracias a lo que hizo, Dios lo exaltó en sumo grado. Eso dice la traducción textual de este pasaje.

Si bien nosotros no estamos en el mismo plano que Jesús, podemos aplicar el principio de humildad que vemos en Su ejemplo. Durante Su ministerio Jesús hizo muchas obras portentosa­s. Sanó a los enfermos, expulsó demonios, dio de comer a 5.000 personas multiplica­ndo cinco barras de pan y dos pescados y caminó sobre las aguas. Le dijo al procurador romano Poncio Pilato que podía pedir a Su Padre que le enviara doce legiones de ángeles para protegerlo: tales eran Su habilidad, poder y jerarquía. No obstante, se humilló a sí mismo, vivió Sus días con sumisión a Su Padre y eludió la gloria que muchos quisieron adjudicarl­e.

Si deseamos imitarlo más nos esmeraremo­s por revestirno­s de humildad, y si lo hacemos, resultarem­os bendecidos por el Señor. Revístanse todos de humildad en su trato mutuo, porque «Dios se opone a los orgullosos, pero da gracia a los humildes». Humíllense, pues, bajo la poderosa mano de Dios, para que Él los exalte a su debido tiempo.

 ??  ?? 1. Lucas 22: 27 2. Mateo 23:12 3. Mateo 11: 29 4. Brazelton, Katie y Leith, Shelley, Remodelaci­ón de carácter: 40 Días para desarrolla­r lo mejor de ti ( VIDA, 2010)
5. Frazee, Randy, Pensar, actuar, ser como
Jesús (Editorial Vida, 2014) 6. Rick Warren, Una vida con propósito: ¿Para qué estoy aquí en la tierra? ( Vida, 2012) 7. Todd Wilson, Real Christian (Grand Rapids: Zondervan, 2014), 58
1. Lucas 22: 27 2. Mateo 23:12 3. Mateo 11: 29 4. Brazelton, Katie y Leith, Shelley, Remodelaci­ón de carácter: 40 Días para desarrolla­r lo mejor de ti ( VIDA, 2010) 5. Frazee, Randy, Pensar, actuar, ser como Jesús (Editorial Vida, 2014) 6. Rick Warren, Una vida con propósito: ¿Para qué estoy aquí en la tierra? ( Vida, 2012) 7. Todd Wilson, Real Christian (Grand Rapids: Zondervan, 2014), 58
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 ??  ?? 8. Mateo 23:12; Lucas 14:11; 18:14 9. Filipenses 2: 3- 9 NTV 10. V. Mateo 4:1–11 11. 1 Pedro 5: 5,6 NVI
8. Mateo 23:12; Lucas 14:11; 18:14 9. Filipenses 2: 3- 9 NTV 10. V. Mateo 4:1–11 11. 1 Pedro 5: 5,6 NVI

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