MAS COMO JESUS: HUMILDAD
Un elemento clave en nuestro afán de llegar a parecernos más a Cristo es imitar Su humildad. En el mundo antiguo greco-romano la humildad se consideraba un rasgo negativo. Denotaba una actitud servil de parte de un individuo considerado de clase inferior. Se la asociaba con una actitud amilanada, de auto menosprecio o degradación. La cultura del honor y la vergüenza que imperaba por entonces exaltaba el orgullo, mientras que la humildad era vista como indeseable. No obstante, Jesús redefinió la humildad. Él, que era el Hijo de Dios, se humilló a Sí mismo asumiendo forma humana. Con ello enseñó que los creyentes también debíamos emular esa disposición. Sus seguidores de la iglesia primitiva, basándose
en las enseñanzas y el ejemplo que Él dio, aprendieron a tratar la humildad como una virtud, una importante virtud moral, y un rasgo fundamental del carácter cristiano.
Jesús no solo predicó, sino también practicó la humildad:
¿Cuál es mayor, el que se sienta a la mesa o el que sirve? ¿No es el que se sienta a la mesa? Pero Yo estoy entre vosotros como el que sirve.
1 El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.
2 Lleven Mi yugo sobre ustedes, y aprendan de Mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallarán descanso para su alma. 3
La percepción cristiana de la humildad se basa en nuestra relación con Dios. En su libro
Remodelación del carácter, Brazelton y Leith presentan una definición de humildad desde una perspectiva cristiana, a saber: La humildad es consecuencia natural de tener una idea precisa de quién es Dios y una correcta perspectiva de quién eres tú en relación
a Él. 4 ¿Y quiénes somos nosotros para Dios? Somos Sus hijos díscolos, quebrantados, pecaminosos, incapaces de alcanzar plena rectitud ante Dios. Pero a pesar de nuestro quebranto, Él nos ama incondicionalmente. Siendo pecadores no podemos reclamar Su amor; así y todo, Él nos lo concede. Envió a Su hijo a morir por nosotros movido por el profundo amor que nos tiene. Saber que se nos ama sin tener en cuenta nuestros pecados nos hace más humildes. Nos hace sentir seguros en nuestra relación con el Creador. El amor y aceptación divinos son la base de nuestra autoestima.
Dado que el Señor nos ama incondicionalmente, podemos ser sinceros con Él y con nosotros mismos en cuanto a nuestros puntos fuertes y puntos débiles. Al fin y al cabo ninguno de los dos altera el amor que Dios abriga por nosotros.
Él no nos ama más por nuestras aptitudes ni menos por nuestras debilidades. Sabernos aceptados por Dios nos hace más fácil tener un concepto realista de nosotros mismos.
Las definiciones profanas y populares de humildad incluyen por lo general rasgos como la baja valoración de uno mismo, falta de confianza o ser un apocado carente de voluntad; pero esa no es la humildad que enseñó
Jesús. Randy Frazee lo esclarece: El creyente tiene un fuerte sentido de la propia valía y una posición de identidad segura como quien ya no tiene necesidad de elevar la carne o
inflar el orgullo personal. 5 Sabernos amados de Dios nos permite tener una clara impresión favorable de nosotros mismos y por ende ser capaces de lucir grácilmente nuestra autoestima, con humildad, porque estamos seguros en Dios y en el amor incondicional que nos profesa. Al tener esa seguridad que nos proporciona el amor de Dios, reconocemos que no hay motivo para pretender exaltarnos a Sus ojos ni a los ojos de los demás.
Como individuos creados a imagen de Dios y amados singularmente por Él, podemos tener plena confianza en nuestro propio valor. Estamos en condiciones de reconocer con toda franqueza tanto nuestras fortalezas como nuestras debilidades, nuestras dotes como nuestros hábitos negativos. Debemos esforzarnos por tener un concepto realista de nosotros mismos, sin pensar que somos ni maravillosos ni horrorosos. No debemos ensalzarnos en orgullo
ni tampoco ningunearnos. Ambos extremos, tanto creer que todos son mejores que nosotros como considerarnos mejores que todo el mundo, son viciosos. La humildad estriba en reconocer que somos valiosos para Dios, que nos ama, nos creó y nos ha dotado de dones y habilidades, sin llegar a pensar al mismo tiempo que todo se debe a nosotros, que somos mejores y más dotados que los demás. Rick Warren lo resumió así: La humildad no es pensar menos de ti mismo; es pensar menos en ti mismo. 6 El autor Todd Wilson escribió:
La humildad no tiene por objeto llevarte a menospreciar tus cualidades como persona, sino habilitarte para amar a otras personas a pesar de sus deficiencias. La humildad es el modo en que el amor se expresa con personas de distinta categoría, rango o extracción. Es la capacidad de considerar que, en última instancia, todos somos iguales. Eso no implica negar que existen diferencias entre personas. Pero sí trascender esas diferencias para hallar la igualdad subyacente a todas ellas. Hay dos sentidos importantes en los que todos somos iguales: primero, el de criaturas hechas a imagen de Dios y segundo, el de criaturas venidas abajo que precisan la gracia de Dios. Esas dos realidades son a su vez el fundamento de la verdadera humildad, ya que nos ponen a todos radicalmente en igualdad de condiciones.
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Si tenemos humildad admitiremos que somos pecadores igual que todo el mundo y por ende no nos
creeremos más dignos de amor ni menos responsables de demostrar amor por los demás. La humildad nos libra de preocuparnos por el prestigio o categoría, rasgos físicos o atractivo, éxito o fracaso y muchas otras ansiedades que acarrean el orgullo y el afán por estar a la altura de los demás.
La Biblia pondera repetidamente la humildad y expone la actitud positiva que Dios tiene hacia ella. La Escritura también nos enseña que los que se enaltecen serán humillados y los que se humillan serán enaltecidos.
8 En su carta a los filipenses, el apóstol Pablo habló de la humildad de Cristo:
No sean egoístas; no traten de impresionar a nadie. Sean humildes, es decir, considerando a los demás como mejores que ustedes. No se ocupen solo de sus propios intereses, sino también procuren interesarse en los demás. Tengan la misma actitud que tuvo Cristo Jesús.
Aunque era Dios, no consideró que el ser igual a Dios fuera algo a lo cual aferrarse. En cambio, renunció a sus privilegios divinos; adoptó la humilde posición de un esclavo y nació como un ser humano. Cuando apareció en forma de hombre, se humilló a sí mismo en obediencia a Dios y murió en una cruz como morían los criminales.
Por lo tanto, Dios lo elevó al lugar de máximo honor y le dio el nombre que está por encima de todos los demás nombres.
9 Pese a que Jesús tenía el mismo carácter y preponderancia inherentes y el mismo rango o categoría que Dios, hizo todo eso a un lado y asumió la condición de siervo encarnándose en un ser humano. Aunque hubiera podido reclamar poder y gloria, como se evidencia cuando el Diablo lo tentó en el desierto, Jesús prefirió reba
10 jarse y se humilló hasta el punto de prestarse a ser cruelmente torturado y ejecutado como delincuente común, todo por amor a nosotros. Gracias a lo que hizo, Dios lo exaltó en sumo grado. Eso dice la traducción textual de este pasaje.
Si bien nosotros no estamos en el mismo plano que Jesús, podemos aplicar el principio de humildad que vemos en Su ejemplo. Durante Su ministerio Jesús hizo muchas obras portentosas. Sanó a los enfermos, expulsó demonios, dio de comer a 5.000 personas multiplicando cinco barras de pan y dos pescados y caminó sobre las aguas. Le dijo al procurador romano Poncio Pilato que podía pedir a Su Padre que le enviara doce legiones de ángeles para protegerlo: tales eran Su habilidad, poder y jerarquía. No obstante, se humilló a sí mismo, vivió Sus días con sumisión a Su Padre y eludió la gloria que muchos quisieron adjudicarle.
Si deseamos imitarlo más nos esmeraremos por revestirnos de humildad, y si lo hacemos, resultaremos bendecidos por el Señor. Revístanse todos de humildad en su trato mutuo, porque «Dios se opone a los orgullosos, pero da gracia a los humildes». Humíllense, pues, bajo la poderosa mano de Dios, para que Él los exalte a su debido tiempo.