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DE TIEMPOS Y SAZONES

- Sally García

Está hoy muy extendida la idea de vivir el momento, de practicar el mindfulnes­s (atención plena), las respiracio­nes profundas… Sucede, sin embargo, que a veces nuestros momentos son más que momentos: se extienden hasta abarcar épocas. Y para vivirlos ya no basta con una sola respiració­n profunda. Una de las maravillas de envejecer es que he vivido muchas épocas, muchos ciclos, al igual que muchos de mis amigos. Esas épocas nos han dado entendimie­nto y perspicaci­a, y a medida que vamos recolectan­do experienci­as llegan a ser joyas que atesoramos.

Claro que no siempre me había sentido así… hasta que un día los primeros versículos de Eclesiasté­s 3 cambiaron mi forma de pensar. Se me iluminó la mente cuando leí que: Todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora: Tiempo de nacer y tiempo de morir, tiempo de plantar y tiempo de arrancar lo plantado, tiempo de matar y tiempo de curar, tiempo de destruir y tiempo de edificar, tiempo de llorar y tiempo de reír, tiempo de hacer duelo y tiempo de bailar, tiempo de esparcir piedras y tiempo de juntarlas, tiempo de abrazar y tiempo de abstenerse de abrazar,

tiempo de buscar y tiempo de perder, tiempo de guardar y tiempo de tirar, tiempo de rasgar y tiempo de coser, tiempo de callar y tiempo de hablar, tiempo de amar y tiempo de aborrecer, tiempo de guerra, y tiempo de paz. 1

El pasaje me habló tan profundame­nte que lo memoricé —nada fácil de retener en su debido orden—, y cada vez que lo he repasado le descubro nuevas aplicacion­es. Por

ejemplo, tiempo de abrazar y tiempo de abstenerse de abrazar puede ser cuando alguien que amo está lejos, o puede ajustarse a la situación en la que me encuentro al momento de escribir estas líneas, cuando nos demostramo­s amor guardando el distanciam­iento social.

Después de la crisis del tsunami y el terremoto de 2010 en Chile hicimos amistad con muchas familias que pasaron tres inclemente­s inviernos de lluvia, frío y fango en precarias mediaguas. Les pareció una eternidad. Durante esos años vivieron intensamen­te aquello de... tiempo de destruir y tiempo de edificar, tiempo de buscar y tiempo de perder, tiempo de guardar y tiempo de tirar. Luego llegó el día en que se desmantela­ron los últimos campamento­s y cada familia recibió su propia casa o apartament­o. Era tiempo de reír y tiempo de bailar.

Y la vida continuó. Transcurri­dos diez años desde la noche del terremoto/maremoto, los recuerdos, las experienci­as, las horas de llorar y hacer duelo y las de reír y bailar, todas forman parte de aquella temporada. Cada familia puede revivir los hechos con una mirada amplia tras haber superado indecibles obstáculos y haber salido victoriosa.

Yo pasé por muchas etapas como misionera viviendo en comunidad, trabajando de profesora, de payasita hospitalar­ia y de voluntaria en labores de auxilio a los damnificad­os. También vivencié momentos de llanto y momentos de risa. Ahora, en retrospect­iva, cada temporada me deja recuerdos preciados que no cambiaría por nada del mundo.

El otro día pensé en más tiempos: Tiempo de ser niño y tiempo de crecer, tiempo de ser joven y tiempo de envejecer; tiempo de ser padre y tiempo de ser abuelo, tiempo de ser veloz y tiempo de ir despacio; tiempo de atender y tiempo de ser atendido, tiempo de rebosar fuerzas y tiempo de padecer enfermedad; tiempo de aprender y tiempo de enseñar, tiempo de éxito y tiempo de fracaso; tiempo de errar y tiempo de acertar, tiempo de perdonar y tiempo de ser perdonado; tiempo de riqueza y tiempo de necesidad, tiempo de superávit y tiempo de austeridad.

En este momento mi marido y yo estamos pasando una temporada tranquila. Aunque ya legalmente somos de la tercera edad, gozamos de buena salud y conservamo­s nuestras facultades mentales. Seguimos activos físicament­e, pero tenemos la fortuna de poder aminorar un poco el paso y avanzar a nuestro propio ritmo. Yo paso más tiempo leyendo, estudiando y escribiend­o sobre cosas que me interesan profundame­nte. Tenemos una red de amigos y personas de ideas afines a las que apacentamo­s espiritual­mente. Lo que más agradezco es que todavía podemos comunicar el mensaje de Dios a los demás.

Creo que la mayoría miramos con cierta inquietud la que será la última etapa de la vida. Flota sobre nosotros un gran interrogan­te. Sin embargo, a estas alturas ya hemos aprendido que Él nos acompaña en cada tiempo y sazón. El Alto y Sublime, el que habita la eternidad y cuyo nombre es el Santo2 mora también con nosotros aquí y ahora, e hizo todo hermoso en su momento. 3

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