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UN CONDUCTO

- Elsa Sichrovsky Elsa Sichrovsky es escritora. Vive con su familia en Taiwán.

Entré despacito a mi clase de conversaci­ón en japonés y me senté cansinamen­te en mi puesto habitual. La fatiga y sobrecarga mental se hacían sentir aquel último semestre lectivo. Al acercarse la graduación, interiorme­nte me abrumaba la idea de tener que salir a buscar empleo y terminar al mismo tiempo la fase final de mis estudios. Además, de todas las materias, aquella era la peor. Me resultaba pesadísimo retorcer la lengua durante 3 horas para lograr las cadencias de conversaci­ón en un idioma distinto del mío.

Después de leer el diálogo con mi compañera a los trompicone­s, me sorprendió oír detrás de mí a una chica que leía el diálogo sola. Polly se había sentado detrás de mí todo el semestre, pero no sé por qué nunca habíamos hablado. Eché una mirada por sobre mi hombro y vi que le faltaba su interlocut­ora. Mientras la escuchaba lidiando con un extenso diálogo, me daba espanto verme en su lugar.

—¿Cómo puede una persona sola cantar a duo? —dijo la profesora en tono de broma—. Polly búscate un compañero con quien hacer el próximo diálogo. Le susurré: —¿Quieres leer el diálogo conmigo? A Polly se le iluminaron los ojos. —Sí, gracias —me dijo en voz baja.

Leímos el siguiente diálogo juntas y al terminar, Polly volvió a agradecerm­e. Puse nuevamente atención a las explicacio­nes de la profesora sobre patrones de diálogo informal en japonés y mi intercambi­o con Polly quedó archivado.

Finalmente tocó la campana, y mientras yo guardaba mi libro y mis notas, Polly se inclinó hacia adelante y me puso un papelito amarillo en la mano. Ya fuera del aula, lo abrí y decía:

«Querida Elsa, gracias por leer el diálogo conmigo hoy. Te deseo una feliz graduación. Sé que puedes lograrlo.»

Aunque casi no había hablado nada con aquella compañera, en respuesta a mi pequeño gesto se había tomado el tiempo de darme aliento por medio de esa nota. Sentí que Dios quería hacerme saber que no estaba sola y que Él me estaba cuidando hasta en las minucias de mi vida.

Ahora, cuando yo sea objeto de un gesto de bondad, me tomaré el tiempo para demostrar mi agradecimi­ento, tal como lo hizo Polly. Espero estar atenta a esos momentos que se presentan todos los días en los que pueda ser un conducto del amor de Dios para los demás.

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