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TU PEQUEÑA LUZ

- Marie Alvero 1. Mateo 5:16 Marie Alvero ha sido misionera en África y México. Lleva una vida plena y activa en compañía de su esposo y sus hijos en la región central de Texas, EE. UU.

UN VIERNES POR LA TARDE

hace unas semanas mi marido y yo decidimos sacar unas reposeras (tumbonas) y ponerlas en la entrada de la casa. Le avisamos a nuestros vecinos que estaríamos allí con bebidas y una picada (bocaditos). Arrasé con lo que tenía en la nevera y logré reunir unas papitas y salsa, zanahorias y hummus, una tajada de queso y unos M&M que nos habían sobrado.

Al rato ya habíamos congregado un buen grupo de gente frente a la casa. Allí pasamos varias horas conversand­o. Hablamos de lo que pasa en el mundo, de nuestra labor de padres, del matrimonio, de las tradicione­s familiares, de la fe y de trivialida­des también. Hubo risas y confratern­idad y muchas oportunida­des de exaltar a Jesús. Él se entrelaza fácilmente en todos los temas y es pertinente en casi cualquier conversaci­ón.

El fin de semana siguiente hicimos lo mismo y juntamos otro grupo estupendo. Tuvimos conversaci­ones trascenden­tes y forjamos lazos. Una de las familias del grupo comenzó a ir a la iglesia con nosotros todas las semanas. Es extraordin­ario ver cómo se fortalece la fe y la relación de aquella familia con Dios.

Naturalmen­te esto no es noticia de primera plana. Sin embargo, es así como se cambia el mundo. Estoy convencida de dos cosas: • Se puede hacer referencia a Jesús en casi cualquier conversaci­ón e interacció­n • El efecto más grande que tenemos es por medio de pequeñas interaccio­nes con quienes tenemos más cerca. Jesús insta a los cristianos a ser la luz del mundo, y añade: Alumbre la luz de ustedes delante de los hombres, de modo que vean sus buenas obras y glorifique­n a su Padre que está en los cielos. 1 Antes pensaba que para que algo «glorificar­a a mi Padre» tenía que ser bastante portentoso. Ya no pienso así. Estoy convencida de que los pequeños actos e interaccio­nes que tenemos en la vida cotidiana son un poderoso medio de hacer brillar nuestra luz y de llevar a otros a conocer a Jesús.

En los últimos años mi mentalidad cambió. En lugar de pensar que algún día volveré a trabajar en las misiones, hoy entiendo que mi campo de misión está ahí mismo al salir de mi casa. Son las personas que conocen a Jesús y las que no. Son personas que simpatizan con Jesús y otras que están enojadas con Él.

Implica aprovechar mis dones —cualesquie­ra que sean— para acoger a la gente y generar unión. Mi don es el de hospitalid­ad. Se me da bien abrir mi casa. No me refiero a eventos fastuosos o a tener la casa siempre impecable, sino a hacer que las personas se sientan incluidas en mi locura familiar y a crear un espacio para que nos contemos cada uno nuestras alegrías y avatares. Así que hago eso.

Puede que tus dones sean muy diferentes. No sé qué ocasiones tienes de exaltar a Jesús, pero estoy segura de que las hay. Abraza el campo misionero que te rodea y verás lo que hace Dios.

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