TU PEQUEÑA LUZ
UN VIERNES POR LA TARDE
hace unas semanas mi marido y yo decidimos sacar unas reposeras (tumbonas) y ponerlas en la entrada de la casa. Le avisamos a nuestros vecinos que estaríamos allí con bebidas y una picada (bocaditos). Arrasé con lo que tenía en la nevera y logré reunir unas papitas y salsa, zanahorias y hummus, una tajada de queso y unos M&M que nos habían sobrado.
Al rato ya habíamos congregado un buen grupo de gente frente a la casa. Allí pasamos varias horas conversando. Hablamos de lo que pasa en el mundo, de nuestra labor de padres, del matrimonio, de las tradiciones familiares, de la fe y de trivialidades también. Hubo risas y confraternidad y muchas oportunidades de exaltar a Jesús. Él se entrelaza fácilmente en todos los temas y es pertinente en casi cualquier conversación.
El fin de semana siguiente hicimos lo mismo y juntamos otro grupo estupendo. Tuvimos conversaciones trascendentes y forjamos lazos. Una de las familias del grupo comenzó a ir a la iglesia con nosotros todas las semanas. Es extraordinario ver cómo se fortalece la fe y la relación de aquella familia con Dios.
Naturalmente esto no es noticia de primera plana. Sin embargo, es así como se cambia el mundo. Estoy convencida de dos cosas: • Se puede hacer referencia a Jesús en casi cualquier conversación e interacción • El efecto más grande que tenemos es por medio de pequeñas interacciones con quienes tenemos más cerca. Jesús insta a los cristianos a ser la luz del mundo, y añade: Alumbre la luz de ustedes delante de los hombres, de modo que vean sus buenas obras y glorifiquen a su Padre que está en los cielos. 1 Antes pensaba que para que algo «glorificara a mi Padre» tenía que ser bastante portentoso. Ya no pienso así. Estoy convencida de que los pequeños actos e interacciones que tenemos en la vida cotidiana son un poderoso medio de hacer brillar nuestra luz y de llevar a otros a conocer a Jesús.
En los últimos años mi mentalidad cambió. En lugar de pensar que algún día volveré a trabajar en las misiones, hoy entiendo que mi campo de misión está ahí mismo al salir de mi casa. Son las personas que conocen a Jesús y las que no. Son personas que simpatizan con Jesús y otras que están enojadas con Él.
Implica aprovechar mis dones —cualesquiera que sean— para acoger a la gente y generar unión. Mi don es el de hospitalidad. Se me da bien abrir mi casa. No me refiero a eventos fastuosos o a tener la casa siempre impecable, sino a hacer que las personas se sientan incluidas en mi locura familiar y a crear un espacio para que nos contemos cada uno nuestras alegrías y avatares. Así que hago eso.
Puede que tus dones sean muy diferentes. No sé qué ocasiones tienes de exaltar a Jesús, pero estoy segura de que las hay. Abraza el campo misionero que te rodea y verás lo que hace Dios.