EL AMOR LLEVA TIEMPO
Mi marido y yo volvíamos a casa después de un largo fin de semana de viaje con nuestra familia. Nuestras hijas dormían plácidamente en el asiento de atrás mientras yo recordaba los últimos años que habíamos vivido juntos como marido y mujer, años que ya se ven borrosos por todo el ajetreo que supone atender las múltiples obligaciones familiares sumado a las muchas demandas de la vida y el trabajo. Agradezco que a pesar de las muchas dificultades que enfrentamos, nuestro matrimonio ha permanecido firme y los dos estamos bien compenetrados.
Cuando mi marido y yo nos estábamos conociendo, yo estaba como en un éxtasis y tenía un concepto algo ingenuo del matrimonio. Daba por hecho de que si éramos el uno para el otro, nuestra relación matrimonial simplemente fluiría. Rechazaba la idea de tener que esforzarme por construir una relación; al fin y al cabo, programar momentos para vernos y pasar tiempo juntos fue lo que hicimos cuando estábamos de novios. Una vez casados, nos veríamos todo el tiempo. Yo esperaba que eso bastara para desactivar cualquier conflicto. La espontaneidad era importante para mí; quería que nuestra relación matrimonial pudiera florecer libremente, sin intervenciones.
No obstante, pronto me di cuenta —como suele suceder con la mayoría de las cosas que son importantes para nosotros— de que a nuestro matrimonio había que dedicarle también tiempo para nutrirlo y sustentarlo. Aunque siempre he considerado importante cumplir con mis plazos y ser aplicada en mi trabajo, me ha resultado mucho más difícil traducir ese concepto a mi relación matrimonial. Me di cuenta de que invertir tiempo para cimentar mi matrimonio era un elemento vital para conservar la conexión con mi marido. Tuve que aceptar que eso no sucedería espontáneamente.
Si bien en una relación matrimonial se dan momentos románticos —momentos de ternura y ocasiones especiales que parecen encapsular el amor y el respeto mutuo—, también hay que dedicarle atención, esfuerzo y tiempo, aunque ello signifique que la espontaneidad quede relegada a un segundo plano.
La realidad es que si nos hacemos tiempo para los dos —tiempo para hablar de nosotros, para distendernos mutuamente, para expresarnos el amor que nos tenemos, para hacer a un lado los quehaceres de la jornada y disfrutar de un momento de recogimiento juntos— nos damos la oportunidad de que nuestra relación se fortalezca.
La Biblia ofrece muchos consejos sobre el tipo de personas de las que nos conviene rodearnos. «Camina con sabios y te harás sabio; júntate con necios y te meterás en dificultades, por ejemplo; y « No se
1 dejen engañar: “Las malas compañías corrompen las buenas costumbres” »
2 Solía pensar que versículos de ese estilo se referían a no inmiscuirse con malas compañías que te pueden presionar para que tomes drogas o para robar o hacer daño a otras personas, etc. Naturalmente que debemos alejarnos de personas atrapadas en esas conductas. Rumiando un poco más el tema, sin embargo, me he ido dando cuenta de que esta advertencia tiene una interpretación más familiar y cotidiana.
El otro día leí un artículo muy interesante sobre los estados de ánimo. Un estudio dirigido por la Universidad de Warwick indica que —al igual que los resfríos— los buenos y malos estados de ánimo se pueden contraer de la gente que nos rodea. «Hay hechos observados que indican que los estados anímicos se transmiten entre las personas por medio de un proceso llamado contagio social», declaró el investigador de estadísticas de Salud Pública Rob Eyre, quien dirigió el estudio. Además de los buenos y malos estados de ánimo, hasta síntomas de depresión —como el desgano y la apatía— pueden diseminarse. Como es de esperarse, los que tienen mayor efecto en ese sentido son nuestros amigos y familiares.
Día a día las decisiones que tomamos y las compañías que mantenemos contribuyen a forjar nuestra personalidad. En Su amor, Dios tiene un plan estupendo para cada uno de nosotros y un destino singular para que cumplamos. Por eso no nos dejemos impregnar de malas vibras, o hábitos o estados de ánimo negativos. Gocémonos en las buenas compañías; y en cada oportunidad que tengamos, ¡manifestemos Su amor!
Procura ser la viva expresión de la bondad de Dios. Manifiesta bondad en tu rostro, en tus ojos, en tu sonrisa. Madre Teresa (1910–1997)
Difunde amor hacia el norte, amabilidad hacia el sur, compasión hacia el oriente y bondad hacia el occidente. Difunde amor por todo el mundo. Matshona Dhliwayo
Si quieres experimentar el amor, la alegría, el aliento reconfortante y la paz de Jesús, está a tu alcance. Comienza por aceptar que Él es tu Salvador e invítalo a entrar en tu vida. Puedes hacerlo pronunciando esta oración:
Jesús, agradezco que hayas ofrendado Tu vida para proporcionarme a mí vida eterna. Te ruego que me perdones todas mis faltas y todas las veces que he obrado sin amor. Entra en mi corazón y concédeme Tu regalo de vida eterna. Llévame a conocer Tu amor y Tu paz.
1. Proverbios 13: 20 (NTV)
2. 1 Corintios 15: 33