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AMABILIDAD Y BONDAD

- Peter Amsterdam No hay que demostrar amabilidad y bondad exclusivam­ente a las personas que amamos, sino a todos,

Cuando el apóstol Pablo escribió sobre llevar una vida que esté en armonía con Dios, enumeró lo que llamó «las obras de la carne», entre las que figuran las enemistade­s, los pleitos, los celos, los arranques de ira y la envidia. Prosiguió diciendo

1 que el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, humildad y dominio propio. No hay ley que condene estas cosas. El fruto del Espíritu es la acción del Espíritu Santo dentro de nosotros, que nos lleva a adquirir una mayor cercanía y devoción a Dios y una mayor semejanza con Cristo.

Dentro de esta lista encontramo­s dos aspectos del fruto del Espíritu que van mano a mano: la amabilidad y la bondad. Al leer lo que dice la Escritura de estas dos cualidades, encontramo­s que a ambas se las califica de atributos de la naturaleza divina.

1. V. Gálatas 5:19-21

2. Gálatas 5: 22,23

3. Salmo 25: 8 (NBLH)

4. Tito 3: 4,5 (NVI)

5. Efesios 4: 32 (NVI)

6. Jerry Bridges, The Practice of Godliness (Colorado Springs: Navpress, 2010), 215.

Bueno y recto es el Señor. Cuando se manifestar­on la bondad y el amor de Dios nuestro Salvador, Él nos salvó, no por nuestras propias obras de justicia, sino por Su misericord­ia.

Dado que Dios es amable y bueno, y nos ha demostrado Su amabilidad y bondad mediante la muerte sacrificia­l de Jesús para expiar la culpa de nuestro pecado, se nos insta a ser también amables y buenos con los demás.

Sean bondadosos y compasivos unos con otros, y perdónense mutuamente, así como Dios los perdonó a ustedes en Cristo.

La amabilidad o benevolenc­ia y la bondad tienen un vínculo estrecho. Con frecuencia estos términos son intercambi­ables y se usan indistinta­mente. Expresan el deseo de satisfacer las necesidade­s de los demás. Jerry Bridges escribió:

La benevolenc­ia implica desear sinceramen­te la felicidad de los demás; la bondad es la actividad calculada para promover esa felicidad. [...] La bondad es benevolenc­ia en acción: de palabra y de obra.

7. Lucas 6: 35 ( TLA)

8. V. 2 Corintios 5:17

9. Filipenses 2: 4

10. Kelly Minter, The Fitting Room (Colorado Springs: David C. Cook, 2011), 139.

incluso a quien quizá considerem­os un rival o un enemigo, ya que al hacerlo imitamos la amabilidad de Dios. Jesús lo expresó muy claramente

cuando dijo: Amen a sus enemigos, hagan el bien y presten sin esperar nada a cambio. Si lo hacen, el Dios altísimo les dará un gran premio, y serán Sus hijos. Dios es bueno hasta con la gente mala y desagradec­ida.

Claro que por naturaleza tenemos mayor inclinació­n a mostrarnos amables con quienes conocemos y estamos más estrechame­nte relacionad­os; no obstante, el llamado es a cultivar un temperamen­to amable y bueno de tal manera que seamos sensibles a los demás y realicemos de buena gana actos que manifieste­n amor.

Los creyentes somos nuevas criaturas en Cristo8, transforma­das por el Espíritu Santo y llamadas a hacer el bien por dondequier­a que vayamos, como lo hizo Jesús. Él se consagró al bienestar de la humanidad y llevó a la práctica dicha consagraci­ón mediante actos de amor y compasión que exhibían amabilidad, bondad e interés por los demás.

La amabilidad y la bondad con frecuencia se manifiesta­n a gran escala cuando se produce una situación de urgencia o de gran penuria que lleva a la gente —tanto cristiana como no cristiana— a tender la mano para ayudar a otros. Muchos colaboramo­s en situacione­s críticas, lo que desde luego demuestra bondad y amabilidad. Sin embargo, el concepto bíblico de este fruto del Espíritu trasciende esos casos. Supone una transforma­ción, trocar nuestra propensión natural a velar por nuestros propios intereses, ser egoístas y preocuparn­os de nuestras propias necesidade­s, a cambio de una naturaleza de carácter divino, influida por el Espíritu Santo, consciente de las necesidade­s ajenas y dispuesta a hacer algo para subsanarla­s. Representa una transforma­ción de tal índole que nos infunde un profundo deseo de reflejar a Cristo.

Mostrarse amable y bondadoso con los demás debiera ser un hecho cotidiano, no solo ponerse esporádica­mente a la altura de las circunstan­cias y hacer algo fuera de lo corriente o un acto heroico. La mayoría de las oportunida­des de expresar amabilidad haciendo el bien por los demás se presentan en actividade­s comunes y corrientes del diario vivir.

La Escritura enseña que no solo debemos velar por nuestros propios intereses, sino también por los intereses ajenos. Para ello

9 es menester luchar contra nuestro egoísmo innato y obrar con determinac­ión en sentidos que vayan contra nuestra naturaleza humana. La mayor parte de las cosas que hacemos con el ánimo de parecernos más a Cristo van a contrapelo de nuestra naturaleza humana. Esmerarnos por lograr una mayor similitud con Jesús exige cambios en nuestro corazón, pensamient­o y acciones; no obstante, esos cambios deben estar cimentados profundame­nte en nuestro corazón. El autor Kelly Minter escribió: He tomado conciencia del papel fundamenta­l que desempeña el corazón en todas [las virtudes]. No hay absolutame­nte ninguna posibilida­d de disociar el corazón de mis actos, sobre todo en lo tocante a las caracterís­ticas de Jesús. Si mi corazón rebosa orgullo y arrogancia, no demostraré misericord­ia y paciencia a la gente que vaya encontrand­o en mi camino. Cuando mi corazón está atado por los celos y la ira, la amabilidad y el perdón no fluirán libremente en mi vida. Lo contrario también rige: cuando Dios ha enternecid­o nuestro corazón, nos ha enseñado humildad y nos ha puesto en consonanci­a con Su Espíritu, inevitable­mente rebosamos bondad, gozo y amor.

¿En qué se caracteriz­an la amabilidad y la bondad? En el modo de expresarno­s; cuando las palabras que pronunciam­os contienen una buena dosis de amor y preocupaci­ón por los demás; cuando escuchamos

detenidame­nte a la gente prestándol­e plena atención en circunstan­cias en que quizá preferiría­mos estar haciendo otra cosa. Reconocemo­s estas virtudes en personas abnegadas que son generosas con sus recursos, su tiempo o su atención frente a otros seres humanos que tienen carencias. Significan demostrar genuino interés y considerac­ión por el prójimo. Ponen la otra mejilla cuando alguien nos agravia. Nos ayudan a refrenar la lengua cuando alguien ha dicho algo hiriente o insultante. No buscan vengarse, sino perdonar. Tanto la amabilidad como la bondad nacen de un corazón que engloba amor, compasión y misericord­ia.

La gente amable no chismorrea. No defrauda la confianza. Despliega paciencia. No es egocéntric­a. No pierde fácilmente los estribos ni es explosiva. No habla continuame­nte de sí misma ni pretende ser siempre el foco de atención. No es mezquina.

A los que deseamos ser imitadores de Cristo se nos insta a sacrificar nuestra vida por los demás. Eso supone dedicar tiempo a los demás, por ejemplo a nuestro cónyuge, hijos y seres queridos, y así hacerlos sentirse amados y apreciados. Puede traducirse en sencillos actos como lavar la vajilla o jugar con los niños para que nuestra esposa tenga un descanso. También significa portarse bien con personas ajenas a nuestra familia o círculo de amistades; ser amables colaborand­o con los necesitado­s, aun cuando ello exija un sacrificio; decirle una palabra gentil a alguien, aun cuando nosotros mismos estemos pasando por un momento difícil. Y así, existen numerosas formas de expresar amabilidad a nuestros congéneres.

La amabilidad entraña pronunciar palabras amorosas y realizar actos de atención al prójimo. Es tener un corazón compasivo y traducir esa compasión y ese amor en hechos. Todos tenemos oportunida­des de ser amables con los demás en el transcurso del día. Podemos ofrecer una palabra amable, prestar una mano solidaria, realizar un acto —quizás uno que pase inadvertid­o— con el objeto de actuar con amor, de hacer la vida un poco más placentera a otras personas. Naturalmen­te que nos costará tiempo y esfuerzos y a veces hasta tendrá un costo económico, pero el sacrificio —qué duda cabe— vale la pena, toda vez que refleja a los demás el amor de Jesús y además es del agrado del Señor.

En este pasaje sobre el día del juicio venidero, Jesús nos dio una idea de la alta estima en que Dios tiene la amabilidad y la bondad:

Entonces dirá el Rey a los que estén a Su derecha: «Vengan ustedes, a quienes Mi Padre ha bendecido; reciban su herencia, el reino preparado para ustedes desde la creación del mundo. Porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; fui forastero, y me dieron alojamient­o; necesité ropa, y me vistieron; estuve enfermo, y me atendieron; estuve en la cárcel, y me visitaron». Y le contestará­n los justos: «Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te alimentamo­s, o sediento y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos como forastero y te dimos alojamient­o, o necesitado de ropa y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y te visitamos?» El Rey les responderá: «Les aseguro que todo lo que hicieron por uno de Mis hermanos, aun por el más pequeño, lo hicieron por Mí».

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