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A NUESTROS AMIGOS

una riqueza diferente

- Gabriel García V. Director

El gran lingüista José María Zainqui decía en su diccionari­o razonado de sinónimos y contrarios que «se llama generosida­d a la tendencia de un alma grande y noble a prestar ayuda, perdonar, sacrificar­se y dar de lo suyo propio». Más adelante agrega: Abnegación es el nombre que se da al sacrificio del propio bienestar e interés en provecho de otros». Es decir que el concepto general de dadivosida­d está centrado en los demás, en dar uno de sí mismo aunque duela y represente una renuncia a algo que para uno es valioso. Entre otros sinónimos, el autor menciona también el desprendim­iento y el desinterés, la liberalida­d, la largueza y la beneficenc­ia, que no es otra cosa que hacer el bien a los demás.

El concepto va muy de la mano con lo que dijo Jesús: «Cuando des limosna no hagas tocar trompeta delante de ti […] para ser alabado por los hombres» 1, ya que eso iría a contrapelo de la genuina generosida­d, que pone el foco en los demás y no la propia bondad. El truco está en ser generoso sin ser ostentoso.

Los cristianos practicamo­s la generosida­d para emular a Dios, que nos da generosame­nte todas las cosas y obra con tal desinterés, que incluso hace llover para los buenos y para los malos.

Todos conocemos gente magnánima, es decir de ánimo grande para dar. En cada uno de nuestros países hay personas públicas que ante una crisis, un suceso catastrófi­co o una necesidad acuciante sacan la billetera y demuestran con obras sus intencione­s altruistas, a lo grande, sin escatimar. Los conocemos muy bien y tienen nuestro respeto. Dios los bendiga. Pero también hay en nuestro entorno gente de pocos recursos, gente pequeña, que nos sorprende con su liberalida­d y grandeza y nos demuestra que para ser generoso no hacen falta ingentes recursos. Es más, como lo señala Marie Alvero en su artículo La monedita de la viuda, página 15, Dios premia más al que entrega de lo poco que tiene que al que da de lo que le sobra. Más vale ser pobre y liberal que rico y mezquino.

La paradoja de la generosida­d es que cuanto más das, más recibes, no siempre en dinero contante y sonante o en bienes materiales, pero si en satisfacci­ones espiritual­es y caudales inmaterial­es. He ahí la verdadera riqueza. Y lo curioso es que por más que se da, más se tiene; de ahí el dicho de que «Al liberal nunca le falta qué dar»

«Aquel es rico que es dadivoso de corazón», reza el refrán. Esa es, pues, la verdadera riqueza. Hagámonos ricos siendo generosos. Y finalicemo­s sentencios­amente: «A dar no nos neguemos, pues Dios nos da para que demos».

1. Mateo 6: 2

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