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UN EXCELENTE PUNTO DE PARTIDA

- Sally García Sally García es educadora y misionera. Vive en Chile y está afiliada a la Familia Internacio­nal.

La primera vez que tuve una Biblia en mis manos fue de niña, mientras aguardaba mi turno en una consulta médica. Abrí las primeras páginas y leí hasta el episodio de Caín y Abel, el primer homicidio de la historia. En mi mentalidad infantil aquello me pareció aterrador. Ya de adolescent­e decidí volver a leerla, pero esa vez, partiendo por el final. Me sumergí, pues, en el libro del Apocalipsi­s. ¡Qué cosas más raras e inverosími­les!, — pensé—, y una vez más cerré aquel libro, tan ignorante y sin luces como al principio.

Siendo todavía una jovencita, y muy confundida, cuando partí a la universida­d me regalaron un librito del Evangelio de Juan. Luego de leer por un par de días aquel increíble relato de la vida y enseñanzas de Cristo noté que se había producido una transforma­ción en mi alma.

Finalmente había encontrado una porción de la Biblia que podía entender. Y resultó que no estaba ni al comienzo ni al final, sino en algún punto intermedio. Las enseñanzas de Jesús en los Evangelios no son palabras corrientes. Él las llamó «espíritu y vida»1 y tienen la virtud de transforma­r corazones.

Más tarde descubrí que la Biblia en realidad no es un libro, sino una colección de libros. El Antiguo Testamento contiene libros de historia, poesía y profecía, mientras que el Nuevo Testamento contiene los Evangelios, la historia de los albores de la Iglesia, coleccione­s de epístolas y concluye con un libro de profecía. Algunos escritos enseñan historia, otros son instructiv­os y otros más son devocional­es o fuente de inspiració­n.

Después de estudiar los Evangelios ya estaba yo preparada para volver a comenzar por el principio, el Antiguo Testamento. Me quedé impresiona­da por el hilo conductor que lo atraviesa, en el que Dios se ofrece a la humanidad con paciencia, perdón y amor. «Yo te he amado, pueblo Mío, con un amor eterno. Con amor inagotable te acerqué a mí.»2

Encontré promesas como la que le hizo a Josué: «¡No tengas miedo ni te desanimes! Porque el Señor tu Dios te acompañará dondequier­a que vayas». 3. O a Isaías: «Ya sea que te desvíes a la derecha o a la izquierda, tus oídos percibirán a tus espaldas una voz que te dirá: «Este es el camino; síguelo».4 Con todo, faltaba algo.

Entonces vino Jesús y todas las piezas del rompecabez­as encajaron en su lugar. Por medio de Su sacrificio en la cruz hizo posible que nos reconciliá­ramos con Dios, que se nos perdonaran nuestros pecados y que llegáramos a ser hijos de Dios beneficiar­ios de una herencia eterna en el Cielo.

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