UN EXCELENTE PUNTO DE PARTIDA
La primera vez que tuve una Biblia en mis manos fue de niña, mientras aguardaba mi turno en una consulta médica. Abrí las primeras páginas y leí hasta el episodio de Caín y Abel, el primer homicidio de la historia. En mi mentalidad infantil aquello me pareció aterrador. Ya de adolescente decidí volver a leerla, pero esa vez, partiendo por el final. Me sumergí, pues, en el libro del Apocalipsis. ¡Qué cosas más raras e inverosímiles!, — pensé—, y una vez más cerré aquel libro, tan ignorante y sin luces como al principio.
Siendo todavía una jovencita, y muy confundida, cuando partí a la universidad me regalaron un librito del Evangelio de Juan. Luego de leer por un par de días aquel increíble relato de la vida y enseñanzas de Cristo noté que se había producido una transformación en mi alma.
Finalmente había encontrado una porción de la Biblia que podía entender. Y resultó que no estaba ni al comienzo ni al final, sino en algún punto intermedio. Las enseñanzas de Jesús en los Evangelios no son palabras corrientes. Él las llamó «espíritu y vida»1 y tienen la virtud de transformar corazones.
Más tarde descubrí que la Biblia en realidad no es un libro, sino una colección de libros. El Antiguo Testamento contiene libros de historia, poesía y profecía, mientras que el Nuevo Testamento contiene los Evangelios, la historia de los albores de la Iglesia, colecciones de epístolas y concluye con un libro de profecía. Algunos escritos enseñan historia, otros son instructivos y otros más son devocionales o fuente de inspiración.
Después de estudiar los Evangelios ya estaba yo preparada para volver a comenzar por el principio, el Antiguo Testamento. Me quedé impresionada por el hilo conductor que lo atraviesa, en el que Dios se ofrece a la humanidad con paciencia, perdón y amor. «Yo te he amado, pueblo Mío, con un amor eterno. Con amor inagotable te acerqué a mí.»2
Encontré promesas como la que le hizo a Josué: «¡No tengas miedo ni te desanimes! Porque el Señor tu Dios te acompañará dondequiera que vayas». 3. O a Isaías: «Ya sea que te desvíes a la derecha o a la izquierda, tus oídos percibirán a tus espaldas una voz que te dirá: «Este es el camino; síguelo».4 Con todo, faltaba algo.
Entonces vino Jesús y todas las piezas del rompecabezas encajaron en su lugar. Por medio de Su sacrificio en la cruz hizo posible que nos reconciliáramos con Dios, que se nos perdonaran nuestros pecados y que llegáramos a ser hijos de Dios beneficiarios de una herencia eterna en el Cielo.