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MI PIEDRA DE EBENEZER

- Dina Ellens Dina Ellens vive Java Occidental, Indonesia, donde realiza voluntaria­do.

—¿Qué es eso? —me preguntó mi amiga señalando una pequeña piedra marrón sobre mi mesa de café.

Me sonreí pensando en lo rara que debía de parecerle aquella simple piedrecita. Normalment­e, sobre la mesa de café la gente coloca algo más valioso o al menos más lindo. En cambio yo tenía una piedra de jardín cualquiera.

—Esa es mi piedra de Ebenezer —contesté—. En hebreo, ebenezer significa piedra de auxilio. En el Antiguo Testamento el pueblo de Dios erigía una piedra para conmemorar una victoria o suceso. Samuel erigió una ebenezer después que Israel derrotó a sus enemigos, los filisteos, y Jacob también erigió una después de su sueño sobre la escalera que llegaba hasta el Cielo.

Me remonté a una instancia en que me encontraba en una situación desconocid­a para mí y estaba ansiosa por que Dios me indicara el camino. Una mañana leí el relato bíblico de Jacob, que huía para ponerse a salvo de su hermano gemelo, Esaú.

La primera noche Jacob soñó que veía ángeles subiendo y bajando por una escalera que subía al Cielo. Dios se le aparece luego y le hace muchas bellas y reconforta­ntes promesas, entre ellas: «Yo estoy contigo; Yo te guardaré por dondequier­a que vayas […]. No te abandonaré hasta que haya hecho lo que te he dicho».

1 Al levantarse la mañana siguiente, Jacob estaba anonadado.

—¡Ciertament­e el Señor está presente en este lugar! —exclamó.

Tomó la piedra sobre la que había dormido y la enderezó a modo de monumento. Entonces hizo una promesa:

—Si Dios me acompaña y me protege en este viaje que ahora hago, y me da pan para comer y ropa para vestirme, y me hace volver en paz a la casa de mi padre, entonces el Señor será mi Dios.

2 Después de leer aquello me urgía asumir un compromiso similar. Le prometí a Dios que si me protegía como había hecho con Jacob, renovaría mi compromiso con Él. Para cerrar el trato, por así decirlo, salí a buscar una simple piedra marrón que pudiera colocar erguida, como la de Jacob, y conservarl­a en recordator­io de mi compromiso.

Aunque nuestras actuales circunstan­cias nos intimiden o se presenten inciertas, podemos mantenerno­s firmes por medio de nuestra fe en Dios. Él mantuvo la palabra empeñada a Jacob en el Antiguo Testamento y lo hará también con nosotros. Lo sé porque lo he experiment­ado.

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