CAMBIO DE IMAGEN PARA MARTA
¿Alguna vez te has visto catalogado injustamente por otras personas? Quizá te encontraste en una situación en la que el trato que tuvo alguien contigo se basó en lo que creía que sabía acerca de ti —es decir, en lo que oyó de ti aquí o allá por boca de terceros— cuando en realidad no te conocía a fondo y tal vez nunca te había visto ni había conversado contigo.
A veces pienso que la gente tiende a sacar conclusiones erróneas sobre Marta, la hermana de María, basadas en el relato de las interacciones que las hermanas tuvieron con Jesús en el capítulo 10 de Lucas.
Jesús entró en una aldea, y una mujer llamada Marta lo recibió en su casa. Tenía ella una hermana llamada María que, sentada a los pies del Señor, escuchaba lo que él decía. Marta, por su parte, se sentía abrumada porque tenía mucho que hacer. Así que se acercó a él y le dijo:
—Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sirviendo sola? ¡Dile que me ayude!
—Marta, Marta —le contestó Jesús—, estás inquieta y preocupada por muchas cosas, pero solo una es necesaria. María ha escogido la mejor, y nadie se la quitará.1
Del comportamiento de María podemos sacar una lección fundamental. A veces cuesta mucho diferenciar entre «lo bueno» y «lo mejor»; y a partir de ahí, tomar la decisión de renunciar a algo bueno a fin de privilegiar lo mejor. Por eso, sería una meta loable aprender a ser como María.
Con todo y con eso, en el capítulo 11 de Juan encontramos otro relato sobre Marta que nos revela varias de sus fortalezas.
El capítulo 11 de Juan trata sobre Lázaro, el hermano de Marta y María. Jesús evidentemente era íntimo amigo
de los tres y cuando Lázaro cayó enfermo, sus hermanas enviaron un mensaje a Jesús con la esperanza de que Él acudiría al llamado y sanaría a Lázaro antes que empeorara su salud.
Pero contrariamente a lo esperado, Jesús se quedó donde estaba. Lázaro falleció, y ahí sí finalmente Jesús viajó a Betania, a la aldea donde residía Lázaro.
Cuando Jesús les participa a los discípulos la noticia, les dice: «Lázaro ha muerto, y por causa de ustedes me alegro de no haber estado allí, para que crean».2
Estando ya Él cerca de Betania, Marta salió a su encuentro y le dijo:
«Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto. Pero también sé ahora que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo concederá».
Jesús le dijo: «Tu hermano resucitará».
Marta le dijo: «Yo sé que resucitará en la resurrección, en el día final».
Jesús le dijo: «Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en Mí, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en Mí, no morirá eternamente. ¿Crees esto?»
Le dijo: «Sí, Señor; yo he creído que Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, que has venido al mundo».2
Estas declaraciones de Marta demuestran que era una mujer de gran fe. La muerte de su hermano le supuso una terrible agonía, eso sin mencionar el desconcierto que probablemente le produjo que Jesús no acudiera a Betania cuando lo llamaron. Tengamos en cuenta además que Jesús no fue directo al grano y le dijo que ese mismo día iba a resucitar a Lázaro. No le explicó lo que quería decir cuando afirmó: «...todo aquel que vive y cree en Mí no morirá eternamente».
Pese a que no conocía todos los detalles ni lo que Jesús pediría a Su Padre, ella confía en que Él actuará para bien de ellos. Dijo: «Sé que cualquier cosa que le pidas, Dios te lo concederá... creo que Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios».
Y así fue, tal cual: Lázaro —que ya llevaba cuatro días muerto— ¡resucitó y salió andando de la tumba! Fue un milagro increíble, y sirvió para que muchos creyeran en Jesús.
En estos dos capítulos encontramos muchos puntos de reflexión interesantes. Sin embargo, al establecer comparaciones entre Marta y María, yo llego a las siguientes conclusiones:
Todo el mundo tiene sus puntos fuertes y sus puntos débiles. Todos tenemos cosas de las que nos enorgullecemos y que nos agradan de nuestro carácter; y otras que nos decepcionan y nos molestan o que nos hemos propuesto cambiar. Pero ninguno queremos que se nos catalogue por alguna metedura de pata o que nos encasillen permanentemente basándose en algún fallo o error puntual en el que la embarramos. Eso sería muy injusto.
En lugar de recordar a Marta como la hermana que «no escogió la mejor parte» y «que andaba preocupada con muchos quehaceres», ¿por qué no alterar más bien nuestro marco de referencia, hacer un cambio de imagen y recordarla como una mujer que creyó y confió en Jesús cuando enfrentaba una desgracia?
Me encantaría ser una combinación de ambas, María y Marta: trabajadora, diligente, serena, dedicada a edificar mi fe, fiel a mis convicciones, esforzándome por escoger lo único necesario y tomando las decisiones que a la larga resulten trascendentes.