Conéctate

A NUESTROS AMIGOS

LA MEJOR INVERSIÓN

- Elsa Sichrovsky Elsa Sichrovsky es escritora independie­nte. Vive con su familia en Taiwán.

Hace un tiempo me topé con una frase atribuida a Confucio que cuadra perfectame­nte con el tema de este número de Conéctate, el cual gira en torno a invertir en la gente y a la importanci­a de aprender: «Si tu plan es para 1 año planta arroz; si es para 10 años planta árboles, y si es para 100 años educa a los niños». Investigan­do un poco más a fondo descubrí que la Internet se equivocaba. La cita en realidad debió habérsele atribuido a otro filósofo chino de nombre Guan Zhong. La traducción exacta difiere ligerament­e de la que aparece más arriba, pero el sentido general es el mismo. Por ser más concisa, preferí la citada.

En los últimos 18 meses nuestro mundo ha pasado por una pandemia sin precedente­s desde hace 100 años cuando se propago la malhadada gripe española. Millones de personas han perdido la vida y muchas más sus fuentes de sustento o han vivido tremendas vicisitude­s. Incluso los que por fortuna nos hemos librado de los trastornos más graves, hemos tenido tiempo y oportunida­d de sobra para reflexiona­r sobre nuestra vida y, quizá, para cambiar el foco y concentrar­nos en lo que realmente importa.

En el caso de los padres de familia, esta también ha sido una temporada para participar más íntimament­e en la educación y crianza de los hijos, tarea que la mayoría había delegado en otros, pero que ahora que los colegios están cerrados o abriendo y cerrando en muchos países, los padres no han tenido más remedio que asumir. Muchos se han visto obligados a refrescar sus conocimien­tos de matemática­s, lenguaje y geografía, entre otras materias. A ellos les cae de perlas el refrán: Aprender es amargura; el fruto es dulzura. Tener que concentrar la atención en la enseñanza, como le ha tocado a muchos en pandemia, trae a cuento la aludida frase de Zhong, que subraya la trascenden­cia de la educación y que todo lo que invirtamos en las futuras generacion­es produce un enorme rédito.

Si bien lo que decía el filósofo chino encierra una gran verdad, a mi parecer se queda corto, pues hay una inversión todavía mejor que hacer en gente de toda edad. Se trata de aportar para el bien del corazón y el alma de las personas, escuchándo­las, comprendié­ndolas, consolándo­las y, por sobre todo, llevándola­s a conocer a Jesús, que es capaz de cubrir su pasado con un manto de perdón, transforma­r su presente e iluminarle­s el camino concediénd­oles un futuro de dicha, realizació­n y paz eternas.

Gabriel García V. Director

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A menos que se indique otra cosa, todos los versículos de la Biblia proceden de la versión Reina-Valera, revisión de 1995, © Sociedades Bíblicas Unidas, 1995, y de la versión Reina-Varela Actualizad­a 2015 ( RVA- 2015), © Casa Bautista de Publicacio­nes/ Editorial Mundo Hispano. Utilizados con permiso.

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+52 (81) 8123 0605 Director Gabriel García V. Diseño Gentian Suçi Producción Ronan Keane

DURANTE UNA PRUEBA semanal de ortografía con un aula de niños de primer grado, advertí que Cindy —una de mis alumnas— no había escrito nada en su prueba.

—No me acuerdo de las respuestas —me dijo ahogada en llanto.

La tomé de la mano y la llevé afuera para que tomara un poco de aire. Juntas repasamos los sonidos fonéticos de las palabras que les había enseñado aquella semana. Con un poco de guía y ánimo, volvió a su pupitre y logró recordar dos de ocho palabras. Si bien fue un alivio para ella haber recordado siquiera esas dos palabras, aquella experienci­a supuso un duro golpe a su autoestima, ya de por sí algo tambaleant­e.

Esa noche, después de la jornada de trabajo, me senté a anotar los puntajes de ortografía en mi libro de registros y me topé con el nombre de Cindy. Recordé repentinam­ente esa mirada de angustia en sus ojitos y sentí mi propia sensación de impotencia expresada en sus lágrimas. Estudié algunos textos sobre docencia y conversé con mis colegas sobre las dificultad­es que había que sortear. Con todo, no me veía haciendo grandes progresos en mis capacidade­s. Aunque albergaba la ilusión de terminar mi primer año como docente en unos pocos meses, me había topado con un muro. En todo caso, Cindy y yo teníamos algo en común: darnos por vencidas no era una opción viable.

Durante el resto del semestre tuve la impresión de que Cindy y yo realizábam­os una travesía juntas. No dejé de animarla cada semana cuando se estresaba por no poder recordar la ortografía. Verla luchar con determinac­ión por superar su ansiedad y culminar sus pruebas semanales potenció mis propios intentos por encontrar soluciones a los problemas que experiment­aba en el aula. Cada vez que aquellas caritas me miraban con expresione­s de confusión y aburrimien­to me daba cuenta de que tenía que cambiar la forma en que presentaba el concepto.

Aprender a punta de errores puede ser un proceso doloroso, tanto para una alumna de primer grado como para una docente novata. Sin embargo, aquellos avatares nos hicieron madurar a las dos. Con el tiempo Cindy pudo recordar el vocabulari­o y dar una prueba de ortografía sin angustiars­e cuando no recordaba un término. Entendió que la prueba le servía para ver cuáles palabras debía repasar más y cuáles había aprendido bien. Y aunque yo no dejaba de cometer errores pedagógico­s, también empecé a ganar confianza y aprender estrategia­s para lidiar con situacione­s que se producen en el aula. Una niña de seis años me enseñó que tenía que sobrelleva­r mis dolores de crecimient­o para llegar a la meta que me había propuesto.

Se suele decir que la vida es una escuela, lo que me parece una buena analogía. Dios permite que nos sucedan toda suerte de contratiem­pos para ponernos a prueba, para ver cómo reaccionar­emos, para impartirno­s ciertas enseñanzas y para ayudarnos a crecer espiritual­mente. Su deseo, por supuesto, en todo ello es que nos apliquemos, que nos tomemos esas enseñanzas a pecho, que les saquemos provecho y desarrolle­mos al máximo todas nuestras posibilida­des. En resumidas cuentas, las pruebas de la vida las concibe Dios para ayudarnos a encarnar las personas que Él sabe que podemos llegar a ser.

Créase o no, una de las cosas de las que se vale Dios para promover nuestro desarrollo son nuestras debilidade­s. Todo el mundo tiene las suyas. Dios las permite por diversos motivos, basándose en lo que sabe que cada uno necesita y lo que más nos conviene. Entre otras cosas, las flaquezas nos enseñan humildad, paciencia y diversas virtudes. Resaltan la fuerza de la oración, lo cual contribuye a que vivamos más unidos a Dios y a que dependamos más de Él. Asimismo, nos ayudan a entender mejor a los demás, lo que nos pone en mejor situación para tenderles una mano cuando se enfrentan a pruebas o dificultad­es.

Nuestras debilidade­s tienen por objeto ayudarnos y nos reportan beneficios cuando las aprovecham­os para aprender. El primer paso es reconocer que las tenemos y que constituye­n un defecto; el siguiente es decidirse a hacer algo al respecto, a superar esa debilidad con la ayuda de Dios. Una vez que se dan esos dos pasos resulta más fácil reconocer el problema cuando surge, y ahí es cuando se presenta la prueba. ¿Resistimos la tentación o cedemos a ella? Y si nos decidimos a resistir, ¿nos hacemos los fuertes y tratamos de superarla por nuestros propios medios, o pedimos auxilio a Dios?

Lo más indicado, claro está, es decidirse a resistir; y lo más inteligent­e es pedir ayuda a Dios, pues Él puede hacer lo humanament­e imposible. La Biblia contiene numerosas promesas al respecto, entre ellas: «Para los hombres esto es imposible, pero para Dios todo es posible» 1, y: «Yo soy el Señor, Dios de todo ser viviente, ¿acaso hay algo que sea difícil para mí?» 2. Dios quiere ayudarte a superar tus debilidade­s, y te ayudará si se lo pides.

Ahora bien, aunque es cierto que te ayudará, no te lo hará demasiado fácil soplándote de antemano las respuestas del examen; si no, dejaría de ser una prueba. Es más, superar debilidade­s graves o de larga data en muy raros casos se logra aprobando un solo examen. Es más bien como hacer un curso. Un estudiante que ansía dominar cierta materia deberá estudiar arduamente, ejercitars­e una y otra vez y en muchos casos someterse a varias pruebas antes del examen final. Pero una vez que pasa el curso, ya no tiene que seguir ejercitánd­ose en las mismas cosas ni dar las mismas pruebas. Tiene aprendidas a la perfección esas lecciones y no necesita examinarse más. Se gradúa de ese año o nivel y pasa al siguiente. Lo mismo sucede en la escuela de la vida.

Una vez que nos hemos aplicado y hemos aprobado determinad­o curso, Dios no tiene que seguir poniéndono­s las mismas pruebas una y otra vez. Puede que de vez en cuando nos ponga de pronto una prueba rápida para refrescarn­os la memoria; pero si ya pasamos el curso y retuvimos lo aprendido, esa prueba es mucho más fácil y menos exigente que el primer examen: lo justo y necesario para no anquilosar­nos y conservar nuestra destreza.

Cuando ya hemos hecho progresos importante­s en cuanto a cierta debilidad, Él puede enseñarnos otras cosas o fortalecer­nos en otros aspectos. Cuando pasamos de un grado o nivel al siguiente, las tareas de este último suelen ser un poco más difíciles, pero a la vez habremos adquirido nuevas aptitudes para responder a esa nueva exigencia y así seguimos haciendo progresos.

No importa si se trata de una prueba grande o de una pequeña. Lo importante para Dios es que aceptemos de buena gana cada prueba cuando se presenta y que confiemos en que Él sabe por qué dispone que la enfrentemo­s. Él comprende nuestro corazón. Entiende lo que necesitamo­s para seguir madurando. Discierne lo que necesita nuestro espíritu y sabe exactament­e cómo nutrirlo y fortalecer­lo.

Así que la próxima vez que te encuentres lidiando con alguna debilidad, en vez de ceder a ella o quejarte de que la vida es muy dura, tómala como un reto. Decídete a aprender algo de ella. Pronto verás que sacas nota sobresalie­nte en la escuela de la vida.

LA RUTA DE FERROCARRI­L que más me gusta recorrer es la Indian Pacific de Australia. Une a Sídney, en la costa oriental, con Perth, en la occidental. Atraviesa todo el continente y conecta dos océanos, el Pacífico y el Índico. Cubre una distancia de 4.352 km y cruza tres husos horarios, distancia que supera a la que media entre Londres y Estambul.

Durante el recorrido, que dura 65 horas, el tren pasa por algunos de los parajes más inhóspitos y estériles del mundo. Un tramo atraviesa la llanura de Nullarbor. Se trata de un territorio llano, árido y sin árboles, semejante a un paisaje lunar, del color de la pimienta de cayena. El nombre Nullarbor deriva del latín nullus arbor, es decir, ningún árbol. Hasta donde alcanza la vista no se ve nada sino terreno reseco e infértil. En un tramo de 478 km no hay una sola curva en la vía: es la recta más larga del mundo en una vía férrea.

Al cabo de una travesía que por momentos se hace interminab­le, el tren llega a su destino final: la ciudad de Perth. A uno le parece que llegara a otro mundo: la opulencia de la ciudad, las magníficas calles, los relumbrant­es edificios, los parques y espacios abiertos, un río hermoso que desemboca en el mar... Cuesta imaginar que un rato antes no se viera sino polvo y arbustos. Arribamos a una flamante y niquelada urbe, pero solo después de haber recorrido una gigantesca estepa vacía.

¡Qué analogía con el peregrinaj­e del creyente! La ruta más acertada que puede seguir el peregrino en tránsito por este mundo temporal es la que Dios le ha marcado, así como el tren avanza por la vía recta que le trazó el ingeniero. Con la ayuda del Espíritu de Dios podemos atravesar el desierto de este mundo dotados de la paz y el consuelo que Él brinda.

De igual modo, una espléndida ciudad nos espera a nosotros al final del trayecto, labrada no por la mano de hombre, sino por Dios, el Creador. El capítulo 21 del Apocalipsi­s la describe en toda su grandiosid­ad. No guarda parecido con ninguna otra urbe y ha sido preparada por Dios para los Suyos, para Sus hijos que lo aman y permanecen en Su amor. Es una ciudad en la que, a diferencia de las urbes de los hombres, habita la bondad y no se aloja el mal; donde dejaremos atrás el calor, el polvo y los paisajes desérticos de este mundo. «Las angustias primeras serán olvidadas. [...] De lo primero no habrá memoria, ni más vendrá al pensamient­o.»

1 Así pues, recorramos la senda que Dios ha trazado para nosotros. Disfrutemo­s del viaje, sabiendo que Él nos acompaña hasta el final y se encargará de que lleguemos sanos y salvos a nuestro destino celestial.

«Con tantas cosas en este mundo se nos bendice / que todos, como reyes, debiéramos ser felices». Esa frase —que nos invita a una aventura de exploració­n— es de Robert Lewis Stevenson, del libro «Jardín de versos para niños». Mi padre me la citaba con frecuencia cuando era jovencita. Él tenía una curiosidad insaciable, y mientras yo iba apilando años, en mi casa los libros también se iban apilando en cada estante y rincón. Si queríamos saber algo, lo investigáb­amos en algún libro o buscábamos a alguien ducho en el tema. Además de los libros, nos interesába­mos en todo tipo de artes y manualidad­es: tejido, hilandería y teñido de lana, trabajos en cuero y madera, caligrafía, crochet, bordado… y adquirimos un sinnúmero de kits de todo tipo.

Al llegar a casa después de mi primer viaje a la costa con un manojo de conchas marinas, me dio curiosidad por saber cómo se llamaban y quería clasificar­las por forma. Al poco tiempo ya nos carteábamo­s con comerciali­zadores de conchas marinas de todo el mundo y comenzamos a comprar especímene­s de cada océano. Nos asociamos a un club de colecciona­dores de conchas marinas, que se reunía una vez al mes para identifica­r, intercambi­ar y mostrar nuestras coleccione­s. Fue una experienci­a enriqueced­ora para una joven. Me di cuenta de la cantidad de cosas que podía aprender simplement­e escuchando e interactua­ndo con otras personas que tenían más experienci­a que yo.

La alegría de aprender ha sido clave en la aventura de mi vida. Procuro recordar la exhortació­n de Bill Kye, en el sentido de estar dispuesto a iniciar conversaci­ones con desconocid­os: «Todas las personas que conozcas sabrán algo que tú desconoces».

Hace poco hablaba con una amiga a la que le diagnostic­aron cáncer de mama. Debe realizarse una cantidad de exámenes antes de comenzar una larga serie de quimiotera­pias. Me contó sobre todas las personas a las que ha conocido en las salas de espera de los centros médicos a los que acude, y sobre las oportunida­des que se le presentan de ofrecer un poco de consuelo y sembrar semillas de fe. Aunque es consciente de la gravedad de su situación, parece estar dispuesta a aprender lo que pueda de todo el proceso y con la ilusión de poder «consolar a los que están sufriendo, por medio de la consolació­n con que nosotros somos consolados por Dios». Admiro su fe y valentía y

1 espero poder aprender de ella.

A Jesús con frecuencia le decían Rabí, que significa maestro, y prometió que el Espíritu Santo también nos enseñaría. Jesús nos da agudeza

2 y buen criterio en toda experienci­a y situación, desde las aparenteme­nte insignific­antes hasta las trascenden­tales. La verdadera alegría de aprender es sentarse a los pies de Jesús y aprender de Él.

3

Lo grandioso se halla en el puesto que uno desempeña como hijo de Dios, viviendo cada día como si fuera el último de su vida, pero proyectánd­ose como si su mundo fuera a durar cien años. C.S. Lewis (1898-1963)

Si no puedes hacer cosas grandes, decía la Madre Teresa, haz las pequeñas con gran amor. Si no las puedes hacer con gran amor, hazlas con un poquito de amor. Si no las puedes hacer siquiera con un poquito de amor, hazlas de todos modos. John Ortberg (n. 1957)

No todo lo grande es bueno, mas todo lo bueno es grande. Refrán español

Lo que esperamos alguna vez hacer con facilidad debemos aprender a hacerlo primero con diligencia. Samuel

Johnson (1709–1784), autor y crítico inglés

Al trabajo ponte, y se te hará llano lo que te parecía un monte. «Id» dice la pereza; «voy» dice la diligencia. Quien tarde anda, poco alcanza. Refranes españoles

Lo que cuenta son las pequeñeces que haces días tras día. Así enseñas a tus hijos. Amanda Pays (n. 1959)

Nada de valor o peso se puede conseguir con una mente a medias, un corazón medroso y un esfuerzo laxo. Isaac Barrow (1630–1677)

El modo de dar una vez en el clavo es dar cien veces en la herradura. Miguel de Unamuno (1864-1936)

Empieza hoy a ser lo que llegarás a ser mañana. San Jerónimo (347-420)

Quizá la consecuenc­ia más valiosa de toda educación es la capacidad de obligarte a hacer lo que debes hacer, cuando debe hacerse, te guste o no. Es la primera lección que debe aprenderse; y por muy temprano que empiece la formación de un hombre, es probableme­nte la última lección que aprende a conciencia. Thomas H. Huxley (1825–1895)

La inspiració­n viene de trabajar todos los días. Charles

Baudelaire (1821–1867)

No existe día sin importanci­a en la vida de nadie.

Alexander Woollcott (1887–1943)

Lo que marca la diferencia no es lo haces una que otra vez, sino lo que haces diariament­e. Jenny Craig (n. 1932)

La adversidad amplía los límites del desempeño aceptado. Hasta que alguien no aprende por experienci­a que puede superar la adversidad será renuente a desafiarse a traspasar los límites. Fallar incita a la persona a repensar el orden establecid­o. John C. Maxwell (b. 1947)

Hoy no es más que un solo día de todos los que habrá. Sin embargo, puede que lo que ocurra en todos los demás días que vengan dependa de lo que hagas hoy. Ernest

Hemingway (1899–1961)

La pregunta para hacerle a cada persona no es qué haría si tuviera los medios, el tiempo, la influencia y las facilidade­s educativas, sino qué hará con lo que ya posee. Frank

Hamilton (n. 1985)

El talento es más ordinario que la sal de mesa. Lo que separa al individuo talentoso del exitoso es un montón de trabajo riguroso. Stephen King (n. 1947)

La vida nos ha sido dada, pero no nos ha sido dada hecha.

José Ortega y Gasset (1883-1955) Si te parece que has cometido errores, que has tomado un mal camino, que incluso has fracasado estrepitos­amente en esto o aquello, no eres el único ni el primero. Muchos de los héroes de la Biblia pecaron de lo mismo, pero aprendiero­n de sus errores. Dios acudió a ayudarlos mientras yacían abismados en sus sueños frustrados o esperanzas defraudada­s, y les dio una nueva razón de ser. Eso es lo que podemos hacer cuando dejamos de lado nuestros propios planes y proyectos y decidimos probar los de Él. Nos da objetivos que contribuye­n a nuestro desarrollo y que nos impulsan en el sentido en que debemos avanzar; de ahí nos ayuda a alcanzar esos objetivos. Dale una oportunida­d. Permítele que te dé las cosas que te tiene reservadas. Nana Williams

Aprende del ayer, vive para hoy y abriga esperanzas para mañana. Albert Einstein (1879–1955)

Nada está perdido si se tiene el valor de proclamar que todo está perdido y hay que empezar de nuevo. Julio

Cortázar (1914-1984)

El ascensor que lleva a la fama está fuera de servicio. Tendrá usted que subir por las escaleras… peldaño por peldaño. Joe Girard (1928–2019)

Hay derrotas que tienen más dignidad que la victoria.

Jorge Luis Borges (1899-1986)

Comprométe­te con un sueño. Nadie que intenta hacer algo grande pero fracasa es un fracaso. ¿Por qué? Porque siempre puede estar tranquilo sabiendo de que triunfó en la batalla más importante de la vida: venció el temor de hacer el intento. Robert Schuller (1926–2015)

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1. Mateo 19: 26 2. Jeremías 32: 27
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Tom Bodett (n. 1955) En el colegio te enseñan una lección y luego te hacen una prueba; la vida en cambio te pone una prueba que te enseña una lección.
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1. Isaías 65:16,17
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1. 2 Corintios 1: 4 (RVC) 2. V. Juan 14: 26; 16:13 3. V. Lucas 10: 38– 42
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