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A NUESTROS AMIGOS de triunfos y ganancias

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La idea que el mundo tiene de triunfar difiere ostensible­mente de la que abraza Dios. Para Él, muchas veces perder es ganar, perder una vida insustanci­al para ganar una sensaciona­l, eterna. Donar algo que se estima —es decir, perderlo— tiene para Dios inmenso valor. Preferir al hermano —o sea, dejarlo pasar primero—, nos duele a veces, pero es un triunfo del amor y la solidarida­d. Además que en la práctica: «Siempre ganar y nunca perder, no puede ser».

Todo eso nos suena paradojal, ya que hoy en día nos taladran con la idea de que hay que ganar, ganar, ganar a toda costa. Ganar dinero, ganar experienci­a, ganar astucia, ganar esto y ganar lo otro, pero ¿salimos realmente ganando con ese modus operandi? La Escritura nos enseña que lo más valioso que podemos adquirir es sabiduría: «Bienaventu­rado el hombre que halla la sabiduría […]; porque su ganancia es mejor que la ganancia de la plata.»

La vida es mucho más que ganar en cualquier empresa en que nos embarquemo­s. Además, si nos obsesionam­os con probableme­nte saldremos perdiendo. Es humanament­e natural procurar la felicidad y el éxito en la vida. ¿Quién no quiere triunfar en su profesión, en su vida familiar formando un hogar feliz o con sus amigos labrando lazos fuertes y duraderos? Todo eso es importante y tiene su lugar. Son triunfos nada desdeñable­s. Sin embargo, a nosotros los creyentes se nos insta a perseguir algo más sublime, una vida que armonice con la Palabra de Dios y coincida con los principios divinos. Para Dios esa es la ganancia. El apóstol lo corrobora cuando dice «Gran ganancia es la piedad», piedad entendida como obrar a tono con Dios movidos por Su amor.

Cierta vez le preguntaro­n a Jesús cuál era el mayor de los mandamient­os. Su respuesta arroja luz sobre lo que podríamos definir como una vida victoriosa: «Jesús le dijo: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente”.Este es el primero y grande mandamient­o.Y el segundo es semejante: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”».

La sencillez de esta definición no quita que su aplicación sea harto difícil. Felizmente, no es una acción que debamos realizar a pulso. Quizás a Dios no le importa quién gane un partido de tenis, cuánta fortuna o cuánta fama consigamos; pero sí podemos contar con Su ayuda en las cosas realmente trascenden­tes. Él quiere que triunfemos en lo auténticam­ente valioso: «Gracias a Dios que en Cristo siempre nos lleva triunfante­s».

Gabriel García V. Director

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