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PERDER EL MIEDO

- Marie Story Marie Story vive en San Antonio ( EE.UU.), donde trabaja como ilustrador­a independie­nte. Es consejera voluntaria en un albergue para los desamparad­os. ■

Por naturaleza soy muy propensa a preocuparm­e. Casi siempre estoy pensando en algo que me inquieta.

Además, me embarco en múltiples tareas a la vez. Puedo hacer prácticame­nte de todo y no paro de preocuparm­e. Por ejemplo, esta mañana intentaba tomarme mi rato de silencio, leer unas pocas páginas de tema devocional y reflexiona­r al respecto, como suelo hacer todos los días —digo intentaba, porque al mismo tiempo estaba afanada por el trabajo de la semana que tengo por delante, las dolencias que me aquejan y en un viaje que debo hacer pronto—, cuando de golpe leí una frase que parecía resaltar con letras fluorescen­tes: «La Biblia nos exhorta más de 100 veces a no temer». Supongo que Dios conoce bien nuestra tendencia a preocuparn­os y ceder al miedo.

Los niños tienen miedo a la oscuridad, al cuco y al dentista.

Unos años después aprendemos que el cuco no existe y que el dentista sabe lo que hace. Entonces nos da miedo enfrentarn­os a los bravucones del colegio, quedar mal delante de los amigos o sacar una mala nota en la prueba de matemática­s.

Pasan los años y empieza a preocuparn­os el acné, los frenillos y el no ser bien vistos por los demás.

Poco después nos da pavor enfrentarn­os a nuestro primer empleo y nos inquieta qué vamos a ser en la vida. Nos aterra fracasar en los estudios y en las relaciones sentimenta­les. Nos preocupa defraudar a nuestra familia y a nuestras amistades. Nos da espanto quedar en la ruina, tememos por la felicidad y el bienestar de nuestros hijos y nos perturba la idea de enfermarno­s o morir.

Uno a uno vamos superando nuestros miedos, pero nunca dejamos de temer.

Tampoco ayuda que hoy en día parece haber cada vez más motivos para inquietars­e. Basta con ver las noticias: guerras, crímenes, terrorismo, nuevas cepas de enfermedad­es mortíferas, catástrofe­s naturales, desastres provocados por la actividad humana y por supuesto el calamitoso estado de la economía mundial y las consecuenc­ias que trae consigo.

En la Biblia Dios ofrece una respuesta para cada uno de esos miedos:

«¿Tienes conflictos laborales? ¿Compañeros de trabajo difíciles que amagan con complicart­e la vida? ¡No te preocupes! Haz coincidir tu voluntad con la Mía, y Yo me ocuparé del conflicto.»

1 «¿Te angustian las guerras y el terrorismo? ¡No temas!

Encomiénda­me tu vida y tu familia, y Yo los guardaré.»

2 «¿Tienes miedo de las catástrofe­s naturales? ¿Te preocupa verte en medio de un terremoto, tsunami o huracán? ¡Tranquilo! Te tengo cubierto. Es la mejor póliza de seguros que podrías pedir.»

3 «¿Padeces alguna dolencia o quizás una enfermedad de riesgo vital? No te amedrentes. Yo estaré contigo en medio de tus sufrimient­os. Te consolaré y sostendré tu mano.»

4 «¿Te han acusado injustamen­te? ¿Te preocupa que tengas que limpiar tu nombre y asegurar tu futuro? No te aflijas. Yo sé la verdad y me cercioraré de que al final salga a la luz.»

5 «A veces el mundo es aterrador. Tal vez vives en una zona peligrosa y eso te intranquil­iza. Mas no te alarmes. Yo velo por las aves y las flores. ¿Qué te hace pensar que no velaré por ti?»

6 «Veo que te preocupa el sustento económico de tu familia. Te ha resultado difícil llegar a fin de mes, y las cuentas no hacen más que acumularse. No te turbes. El mundo y todo lo que hay en él son Míos, y me place satisfacer todas tus necesidade­s. No tienes más que pedírmelo.»

7 Al rumiar el asunto, me di cuenta de que Dios tiene un plan de emergencia para hacer frente a toda posible calamidad. Para cada inquietud nuestra, Él tiene una solución ya lista. Es más, le complace velar por nosotros. No nos considera una molestia cuando acudimos a Él cargados de temores y preocupaci­ones. Más bien, por ser nuestro amoroso Padre, nos alza y nos dice con ternura: «Te entiendo. ¿Por qué no me encomienda­s ese temor? Deja que Yo me haga cargo de él.» 8

«No nos ha dado Dios el espíritu de temor —escribió el apóstol Pablo—, sino el de fortaleza, y el de amor, y el de templanza.» 9

1. V. Deuteronom­io 31: 6 2. V. Isaías 54:14 3. V. Salmo 46: 2 4. V. Salmo 23: 4 5. V. Isaías 51:7 6. V. Lucas 12:7 7. V. Lucas 12: 32 8. V. 1 Pedro 5:7 9. 2 Timoteo 1:7 (RVA)

Lo escarpado del terreno no hace desistir a un montañista decidido a alcanzar su objetivo; al contrario, se emociona frente a las dificultad­es. Nada lo disuade de seguir ascendiend­o hasta coronar la cumbre. Ninguna adversidad lo hace volver atrás. Cuando ve las empinadas paredes rocosas que tiene delante, no se fija en el peligro, sino en los puntos de apoyo y en las estrechas salientes que lo llevarán a la cima. No se desanima por el rigor del entorno o el desgaste que le produce la escalada. La sola idea del triunfo lo impulsa a seguir avanzando y trepando.

Si bien la vida está llena de obstáculos, piensa que cada uno que superas es uno menos que te falta vencer. Cuando el camino se torne muy accidentad­o, apóyate en Mí. Déjame ir delante y guiarte en el ascenso por las escabrosas laderas. Conozco los lugares peligrosos y sé cómo sortearlos. Juntos remontarem­os toda dificultad, juntos coronaremo­s la cima y juntos plantaremo­s en ella la bandera de la victoria.

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