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AGRADECIDO DE TODAS MANERAS

- Curtis Peter van Gorder Curtis Peter van Gorder es guionista y mimo.3 Vive en Alemania. ■

Hace poco leí un libro fascinante con el que me topé en una tienda de libros usados, The Secret Life of Water

(La vida secreta del agua) de Masaru Emoto. Su premisa es que el agua refleja la fuerza positiva o negativa con la que entra en contacto. El autor expuso agua destilada a diversas influencia­s por medio del habla, la música, fotografía­s y escritos. Luego congeló el agua y retrató los cristales. Las fotografía­s sugieren que las influencia­s positivas tales como oraciones, música edificante y palabras alentadora­s hicieron que el agua formara hermosos cristales, mientras que las influencia­s negativas causaron que el agua no cristaliza­ra en absoluto o diera forma a figuras toscas.

¿Inverosími­l? Tal vez, pero al menos sus ideas pueden llevarnos a cuestionar qué energías y qué vibras emanamos en nuestro círculo social.

Habiendo vivido en 14 países durante un período de cuarenta y cinco años, a menudo la gente me pregunta qué país me ha gustado más. La verdad es que por lo general es el país en el que estoy viviendo en el momento. Cada país tiene sus cosas favorables y desfavorab­les, y descubrí que era necesario apreciar lo bueno de cada uno a fin de disfrutar más plenamente la experienci­a que la vida me estaba deparando en ese momento en concreto.

Una técnica de superviven­cia muy útil que aprendí mientras viví en el Oriente Medio fue la de estar agradecido por todo lo que me sucede. Es rasgo caracterís­tico de la gente de esa región dar continuame­nte gracias a Dios por lo que está sucediendo en el momento, trátese de algo evidenteme­nte bueno o de males que en el fondo no son tales, como lo expresa este relato:

El famoso cuentacuen­tos Juha narra cómo cierto día, a pesar de las dificultad­es ocasionada­s por la muerte de su burro, una larga sequía y la subida de los precios en el mercado, se propuso dar gracias a Dios pasara lo que pasara. La prueba no tardó en llegar mientras labraba su huerto y una espina le atravesó el zapato. Mientras saltaba en un pie gritando de dolor, se acordó. Gracias, Dios mío, que fueron mis zapatos viejos los que se estropearo­n y no los nuevos.

Juha continuó pasando la azada por su huerto. En esas se levantó una tormenta de arena que lo lanzó al suelo. Cuando amainó, pensó: Doy gracias a Dios que rara vez hay tormentas de arena.

Antes de reanudar la faena puso a un costado un saquillo que contenía las monedas que había ahorrado para comprarse un nuevo burro. Un ladrón que pasaba por allí le robó el saquillo y pese a que lo persiguió tenazmente, Juha no lo pudo alcanzar. Jadeando, se preguntó: ¿Y ahora por qué puedo estar agradecido? No hallando respuesta, volvió a labrar con su azada.

Al poco rato un marinero se le acercó y le dijo: «Yo fui estudiante suyo hasta que me uní a la tripulació­n de un barco. Cuando estuvimos en grave peligro con olas inmensas que amenazaban con hundir nuestra nave, recordé que usted nos enseñó a dar gracias en toda situación. Lo hice y me siento sumamente agradecido de que no perdí la vida. Ahora quiero darle un pequeño regalo en prenda de mi gratitud.

Al abrir el regalo Juha descubrió que dentro había la cantidad exacta de dinero que le habían robado. ¡Pierdo dinero y lo recupero el mismo día! ¡Qué maravilla! ¡Dios es bueno!

Tuve la ocasión de aplicar este principio a mi propia vida cuando estuve diez días hospitaliz­ado por una enfermedad con riesgo de muerte. Fue un momento singular, muy bueno, con mucho tiempo para reflexiona­r. Era como si los brazos de Dios me hubiesen levantado y llevado a un apacible jardín para meditar acerca de mi existencia.

Por lo general soy una persona abocada al trabajo, por lo que tener que aminorar la marcha y concentrar­me en sobrevivir fue una experienci­a nueva para mí. Desde luego me dio una nueva perspectiv­a sobre el valor de la salud. Me hice el propósito de llevar una vida más sana y así no recargar tanto mi cuerpo. Estar con un pie en este mundo y otro en el otro me hizo comprender lo que de veras cuenta: amar a Dios y a los demás. No es que no lo supiera antes, pero existe una gran diferencia entre saber algo e interioriz­arlo de verdad.

He procurado transmitir esta actitud de gratitud a mis hijos y nietos practicand­o a la hora de la cena un sencillo juego que llamamos rosas y espinas. Cada persona cuenta primero algo bueno que le haya pasado ese día —una rosa— seguido de una experienci­a difícil, desagradab­le o que implicase un reto —una espina—. Descubrí que este juego da pie a buenas conversaci­ones y es mucho más eficaz que preguntar simplement­e: ¿Qué tal día pasaste? y como consecuenc­ia recibir escuetas respuestas tipo bueno, sin novedad, etc.

Mostrarse agradecido no significa hacer como si no existieran los problemas. El rey David clamó a Dios: «¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has desamparad­o? ¿Por qué estás tan lejos de mi salvación y de las palabras de mi clamor?»1 No obstante, David concluye luego el mismo salmo con una nota positiva: «No despreció ni desdeñó la aflicción del afligido ni de él escondió el rostro. Más bien, le oyó cuando clamó a él. Los pobres comerán y serán saciados. Alabarán al SEÑOR los que le buscan. ¡Que viva su corazón para siempre! Ellos se acordarán y volverán al SEÑOR de todos los confines de la tierra».2

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