A NUESTROS AMIGOS
¿palabras no rompen huesos?
Ahora que el mundo anda tan ligero de palabra y las redes sociales se llenan de injurias y de improperios, he estado pensando harto en el poder de la lengua y la contundencia y consecuencia que tienen nuestras palabras. La prudencia en el hablar no es precisamente mi fuerte —debo admitir—; de ahí que me detenga en el tema. En todo caso creo que a todos, en una u otra medida, se nos aplica el cuento, pues como dice el apóstol Santiago en su punzante capítulo sobre la lengua: «Si alguno no ofende en palabra, es una persona perfecta».1
Dada la rapidez de las comunicaciones actuales, sumada a nuestra obstinada irreflexión, viene bien recordar la importancia de lo que decimos y cómo lo decimos. Se nos olvida que hablar no es razonar. Disparamos lo primero que se nos viene a la cabeza, sin reparar en el daño descomunal que los seres humanos podemos infligir, no solo de obra, sino de palabra. Una palabra puede dar vida o puede matar. Basta repasar los casos de suicidio adolescente motivados por las burlas y el matonismo en redes sociales.
En ese sentido, la Biblia es un tesoro de sabios consejos. Es tal el poder de las palabras, que según la Escritura, el universo ha sido modelado por la Palabra de Dios.2 Nuestras palabras tienen la virtud de edificar o de destruir. Reza el proverbio: «La muerte y la vida están en poder de la lengua».3
«Os digo que de toda palabra ociosa que hablen los hombres, de ella darán cuenta en el día del juicio, pues por tus palabras serás justificado, y por tus palabras serás condenado.»4 Ese dicho de Jesús basta para meternos un poco de susto santo en el cuerpo.
El apóstol Pablo nos exhorta a evitar que salgan de nuestra boca palabras corrompidas, a no emplear lenguaje grosero, obsceno u ofensivo, sino el que sea bueno para edificar a la comunidad.5 Lengua sabia a nadie agravia, enseña el refrán. Es más, «como manzanas de oro en engastes de plata es la palabra dicha a su tiempo». Los artículos de Steve Hearts (pág.6) y Amy Mizrany (pág.10) son un interesante aporte en este sentido.
Jesús nos recuerda que lo que sale de nuestra boca es lo que desborda de nuestro corazón. Es cierto, pues, aquello de que no dice más la lengua que lo que siente el corazón. Por eso de nosotros, los cristianos, que hemos tenido un cambio de corazón, se espera un cambio de discurso, un vocabulario distinto.
De ahí que una buena oración sea pedir al Señor que anide en nuestro corazón y viva en nosotros, de suerte que lo que brote de él sea bueno, amable y alentador, y así sostener con una palabra al fatigado en vez de abatirlo.6
Gabriel García V. Director
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