VICTORIA EN TIEMPOS DIFÍCILES
Cuando pedí a Jesús que me indicara cómo darles ánimo para las dificultades que ustedes —o un amigo o ser querido— pudieran estar pasando, me trajo al pensamiento la vida venidera. Al repasar algunos pasajes de las Escrituras acerca de la gloria del Cielo, comparada con el dolor, los pesares y problemas de esta vida, se obtiene la estupenda certeza de que, como dice una canción antigua:
Tras la fatiga y calor del día, cuando pase ya toda vicisitud y se despeje la melancolía, ¡por fin veré a Jesús!
Cuando queden las penas atrás, el frío inclemente y la acritud, vendrá tras el conflicto la gloriosa paz, ¡y por fin veré a Jesús!1
¡Nos espera un estupendo futuro! No nos centremos tanto en las dificultades de hoy que no tengamos el Cielo siempre presente. Dios sabía que Sus hijos necesitaríamos garantías sobre nuestro futuro celestial para infundirnos esperanza. Su Palabra nos exhorta que pensemos en todo lo bueno, lo verdadero, lo puro, lo bello, lo excelente, lo digno de alabanza y lo que suponga virtud.2 ¡Qué descripción más acertada del Cielo!
Juan nos habló del nuevo Cielo y la nueva Tierra. Y creo que vale la pena repetirlo cuando necesitamos poner la mirada en las cosas de arriba.
«Entonces vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra habían desaparecido y también el mar.
»Y vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que descendía del cielo desde la presencia de Dios, como una
novia hermosamente vestida para su esposo. Oí una fuerte voz que salía del trono y decía: “¡Miren, el hogar de Dios ahora está entre Su pueblo! Él vivirá con ellos, y ellos serán Su pueblo. Dios mismo estará con ellos.
»”Él les secará toda lágrima de los ojos, y no habrá más muerte ni tristeza ni llanto ni dolor. Todas esas cosas ya no existirán más”. Y el que estaba sentado en el trono dijo: “¡Miren, hago nuevas todas las cosas!” Entonces me dijo: “Escribe esto, porque lo que te digo es verdadero y digno de confianzas”.»3
«Después de esto vi una enorme multitud de todo pueblo y toda nación, tribu y lengua, que era tan numerosa que nadie podía contarla. Estaban de pie delante del trono y delante del Cordero. Vestían túnicas blancas y tenían en sus manos ramas de palmeras.»4
En este mundo no tenemos una ciudad permanente. Pero buscamos la ciudad que vendrá: «Una ciudad de cimientos eternos, una ciudad diseñada y construida por Dios».5
Algún día llegaremos a esa «patria superior, es decir, la celestial», que esperamos y anhelamos. «Ningún ojo ha visto, ningún oído ha escuchado, ninguna mente ha imaginado lo que Dios tiene preparado para quienes lo aman.»6
Jesús dijo: «En la casa de mi Padre hay lugar para todos; de no ser así, ya se lo habría dicho; ahora voy a prepararles ese lugar. Una vez que me haya ido y les haya preparado el lugar, volveré y los llevaré conmigo, para que puedan estar donde esté yo».7
Podemos incorporar las promesas de Dios acerca del Cielo a los cimientos de nuestra fe, así como lo hemos hecho con el conocimiento de nuestra salvación. Podemos afirmarnos en esas promesas en los momentos en que las cosas se vean muy negras.
Dios no tenía que hablarnos por anticipado de las magníficas realidades que nos aguardan en el Cielo; se lo podría haber reservado para que fuera una sorpresa. Sin embargo, Él sabía que esa imagen del futuro nos motivaría y nos ayudaría a superar las dificultades cotidianas que enfrentamos en la Tierra.
Habiendo sido tan favorecidos con la Salvación y con lo vital que es nuestro lugar en este mundo, es indudable que se nos presentarán obstáculos, que pasaremos contrariedades y que tendremos batallas. Pero con todo y con eso, no estamos solos. Él hace que nos lluevan bendiciones mientras nos guía a través de los atolladeros de esta vida. Él siempre es más grande que nuestros problemas.
Cuando necesites renovación, cuando te invada el cansancio, no dejes de tener presentes las realidades del Cielo. Luego, acuérdate de lo que el Señor está haciendo en esta Tierra y de la importancia que tiene tu razón de ser aquí y el lugar que ocupas como uno de Sus hijos. Enfrenta tus dificultades con fe y valor, sabiendo que por medio de tu ejemplo puedes dar a otros la oportunidad de hallar esperanza en Jesús y las respuestas que anhelan.
María Fontaine dirige juntamente con su esposo, Peter Amsterdam, el movimiento cristiano La Familia Internacional. Esta es una adaptación del artículo original. ■