OJO CON LO QUE DICES
¿Eres de ese tipo de personas a las que les encanta hablar? En ese caso, te pareces a mí. Me encanta charlar con la gente, tanto en persona como por teléfono. También participo activamente en diferentes formas de mensajería en línea y en las redes sociales.
La capacidad de hablar y comunicarse con los demás es un don de Dios. Hebreos 13:16 dice: «Y de hacer bien y de la comunicación no os olvidéis:»1.
Por otra parte, un sabio dijo una vez que «hay un tiempo para callar y un tiempo para hablar»2.
Cuando niño yo era un parlanchín incesante. A menudo monopolizaba las conversaciones, interrumpiendo con frecuencia a las personas con comentarios o preguntas antes que terminaran de expresar su punto de vista. Como era de esperarse, con el tiempo me encontré con personas que me hacían lo mismo a mí, lo que me hizo comprender lo que era ser el objeto de esas interrupciones o tener que soportar al que habla sin parar. Por eso desde entonces me esfuerzo por hablar menos y escuchar más, lo cual en términos generales ha contribuido enormemente a mejorar mis relaciones con los demás.
Dios ordenó a Israel: «Guarda silencio y escucha»,3 lo que para muchos conversadores, como yo, cuesta. Hace falta un esfuerzo para callar cuando la situación lo pide.
Hubo ocasiones en las que me apresuré demasiado a responder preguntas y terminé arrepintiéndome. Uno de esos incidentes ocurrió en una reunión social a la que asistí con compañeros de trabajo. Alguien me preguntó, medio en broma, qué tal me llevaba con un compañero en particular. En ese momento resulta que tenía conflictos precisamente con esa persona y ventilé algunos de ellos, pensando que ese compañero no estaba por ahí. Como soy ciego, reconozco a la gente más que nada por la voz. Ya podrán imaginarse mi sorpresa y mi vergüenza al oír de repente la voz de aquella misma persona pegada a mí del lado opuesto:
—Escuché todito lo que dijiste, Steve.
Un ejemplo bíblico es el de José. Él también pagó un precio muy alto por no haber sabido refrenar la lengua. Era el hijo preferido de su padre, lo que provocó los celos de sus hermanos. Para colmo, tuvo dos sueños en los que aparecía gobernando a su familia y no se le ocurrió mejor idea que contárselos a sus hermanos4. Estos se enfadaron tanto con él que lo arrojaron a una cisterna y lo vendieron a esclavitud.
Aunque contener la lengua no es lo más fácil para algunos de nosotros, a menudo es lo más prudente. «Aun el necio, cuando calla, es tenido por sabio; el que cierra sus labios es inteligente.»5
Steve Hearts es ciego de nacimiento. Se desempeña como escritor y músico y pertenece a la Familia Internacional en Norteamérica. ■