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MI GUERRA CON EL ESPEJO

- Sally García

Mi cuerpo y yo hemos estado en guerra desde que tengo uso de razón. Los cuerpos voluptuoso­s estaban de moda cuando yo era adolescent­e, solo que en aquel entonces era tan delgada como un fideo. Desgraciad­amente, para cuando se puso de moda la delgadez, yo ya había aumentado bastante de peso. Y así ha sido durante años: nunca acierto. Por lo visto nunca tengo el cuerpo que coincide con el ideal que se promueve. Cuando era más joven, quería parecer más madura; ahora que soy mayor, me gustaría verme más joven.

Toda mi vida me hacía comentario­s desalentad­ores cada vez que pasaba por un espejo: «¡Mi pelo nunca se queda peinado!» «Este vestido me queda horrible». En realidad no era consciente de que mantenía esa conversaci­ón interna con mi imagen en el espejo, sino que al pasar, me lanzaba un dardo mental a mí misma.

Hace un par de años, cuando renegaba de mi aspecto en el espejo, tuve un pensamient­o: ¡Dios necesita abuelas! Y caí en la cuenta de que mi aspecto es el que correspond­e a mi edad y a la vida que llevo. A los jóvenes les gusta conocernos a mi marido y a mí, una pareja felizmente casada desde hace más de 40 años y que está en paz con Dios, consigo misma y con sus semejantes. Por lo visto, nuestras caras regordetas y las arrugas de nuestras sonrisas nos dan un semblante bastante jovial.

Llegó, pues, el momento de hacerme cargo de la disputa que tenía con mi imagen en el espejo. Decidí que, en lugar de lanzar insultos, me haría un cumplido cada vez que pasara junto a mí misma: «¡Me encantan esas canas!». «¡Linda sonrisa!» «¡Me gustan los pendientes!» Por fin pude relajarme y reírme un poco, ¡sobre todo cuando me veo con mi desaliñada ropa de jardín y tengo que esforzarme por encontrar algo que elogiar! En todo caso el esfuerzo dio sus frutos y por fin superé un mal hábito de toda la vida.

En lugar de buscar en otras partes un modelo a seguir, estoy aprendiend­o a poner los ojos en Dios y en nadie más para cultivar mi espíritu y mi interior con miras a ser “conforme a la imagen de su Hijo”1. Interpreto que eso significa «andar como Él anduvo»2 y dejar que Su luz brille a través de mí.3

Cuando me relajo, sonrío y me pego unas buenas carcajadas, Él hace que todas las arrugas bailen en mi cara. Estoy feliz de ser la abuela que Dios necesita y espero difundir un poco de Su amor y Su luz en este mundo confuso. Me alegro de ser yo, tal como soy, tal como Él me creó.

Sally García es educadora y misionera. Vive en Chile y está afiliada a la Familia Internacio­nal. ■

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