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AMOR EN ACCIÓN

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«Un hombre que descendía de Jerusalén a Jericó cayó en manos de ladrones, los cuales lo despojaron, lo hirieron y se fueron dejándolo medio muerto.»1

Así comienza la parábola del buen samaritano, uno de los relatos más conocidos y citados de la Biblia y quizá de la literatura universal. Aconteció luego que varios judíos piadosos pasaron de largo a un infortunad­o viajero sin hacer nada para ayudarlo; hasta que un samaritano —cuya etnia y filiación religiosa eran objeto de repudio por parte de los judíos de la época— se compadeció de la víctima, le vendó las heridas y lo trasladó a una posada donde se comprometi­ó con el mesonero a cubrir los gastos que en que incurriera para atenderlo.

Jesús se vale de la parábola del buen samaritano para enseñarnos que el prójimo es cualquiera que precise nuestra ayuda, sin distinción de raza, credo, color, nacionalid­ad, extracción o procedenci­a. El Evangelio da cuenta de numerosas ocasiones en que Jesús tuvo compasión de las multitudes o de determinad­as personas y, conmovido, las ayudó.

No sé si ustedes oyeron o leyeron alguna vez del hijo de la viuda de Naín al que Jesús resucitó de los muertos. Les reproduzco el pasaje:

El Señor, al verla, se sintió profundame­nte conmovido y le dijo: —No llores. Y acercándos­e, tocó el féretro, y los que lo llevaban se detuvieron. Entonces Jesús exclamó: —¡Muchacho, te ordeno que te levantes!

El muerto se levantó y comenzó a hablar, y Jesús se lo entregó a su madre.2 Lucas sitúa este milagro en la localidad de Naín algún tiempo después de haber sanado al siervo de un centurión en Capernaúm. ¿Tiene eso alguna relevancia? Resulta que entre Naín y Capernaúm mediaba una distancia de casi 50 kilómetros y el camino entre ambas era arduo y cuesta arriba, pues entre las dos poblacione­s había una diferencia de 400 metros de altura. Ya podemos imaginarno­s el tiempo y esfuerzo que les tomó el recorrido a Jesús y Sus seguidores. Sospecho, sin embargo, que ya antes de partir de Capernaúm el corazón de Jesús rebosaba de compasión por la viuda. Su omniscienc­ia le indicaba el camino a seguir y no fue por mera casualidad que aquel día en particular se hallara en Naín.

«¿Qué rasgos tiene el amor? —preguntaba San Agustín—. Tiene ojos para ver la miseria y la necesidad. Tiene orejas para oír los suspiros y las tristezas de la humanidad. Tiene manos para ayudar a otros. Tiene pies para apresurars­e a ayudar a los pobres y menesteros­os.»

Los compasivos traducen sus oraciones en hechos y sus palabras amables en actos de bondad. Eso hizo el buen samaritano. Eso hizo Jesús. Y eso es lo que cada uno de nosotros puede esforzarse por hacer en nuestro entorno y realidad.

Gabriel García V. Director

1. Lucas 10:30

2. Lucas 7:13-15 (BLPH)

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