VENCER EL MAL CON BIEN
«NO SEAS VENCIDO por el mal sino vence el mal con el bien.»1 Resulta interesante que el apóstol Pablo escribiera eso a los cristianos de Roma, dadas las evidentes similitudes entre el clima social que había en Roma en el siglo I y el que impera hoy en día en gran parte del mundo.
El mal abundaba en Roma, y su influjo era muy fuerte. No fue precisamente por su modestia, bondad y compasión que el Imperio romano se convirtió en la potencia dominante del mundo occidental. La riqueza estaba en manos de unos pocos que se servían de ella para avasallar a los demás. Los acaudalados y poderosos vivían con derroche de lujos mientras las masas a duras penas sobrevivían. Unos se entregaban a las perversiones y el libertinaje, mientras que otros no hacían caso de esas cosas.
Se practicaban numerosas religiones; el cristianismo era una más, y Cristo una deidad entre muchas. Teniendo en cuenta la turba de dioses que adoraban los romanos, debía de ser muy difícil convencer a alguien de que Jesús era «el camino, la verdad y la vida.»2
¿Algún parecido con la realidad actual? Es fácil sentirnos rebasados por el mal que hay en el mundo. Todos los días nos enteramos de algún crimen aterrador o alguna espantosa injusticia que se ha cometido. Los medios de comunicación difunden incesantemente noticias de violencia, pesadumbre, tragedia y maldad. Pareciera que en la mente de muchos la vida hubiera perdido su carácter sagrado. ¿Qué podemos hacer para recomponer un mundo tan sumido en el mal?
Ese mismo dilema se les planteó a los cristianos de Roma. Y el consejo del apóstol Pablo sigue igual de vigente: «Vence con el bien el mal». Si vemos un plato sucio, nada remediamos con enojarnos. De nada sirve tampoco hacer como si no lo viéramos. La única solución es someter ese plato a un buen lavado con agua y jabón.
Si un cuarto está oscuro, uno puede echar pestes contra las tinieblas y quejarse de lo insoportables que son; pero también puede accionar el interruptor o abrir las cortinas y dejar entrar la luz. Lo mismo sucede con los males de la sociedad. Podemos dejar que nos desanimen, nos depriman y nos enojen —«ser vencidos de lo malo»—; o podemos constituir una fuerza de bien con nuestro ejemplo de vida y nuestro reflejo de la luz del evangelio.
No todos los platos terminarán limpios, ni se iluminará cada corazón entenebrecido. Sin embargo, cada uno de nosotros puede hacer lo que está dentro de sus posibilidades día tras día, con cada persona que aborda y cada decisión que toma.
1. Romanos 12:21
2. Juan 14:6