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ALIENTO DEL CIELO

- MARÍA FONTAINE MARÍA FONTAINE DIRIGE JUNTAMENTE CON SU ESPOSO, PETER AMSTERDAM, EL MOVIMIENTO CRISTIANO LA FAMILIA INTERNACIO­NAL. ESTA ES UNA ADAPTACIÓN DEL ARTÍCULO ORIGINAL. ■

TENÍA FRÍO. Salir de mi cama cómoda y calentita temprano en una mañana fresca no era lo ideal para empezar el día.

Estaba cansada. La noche anterior no había dormido bien.

Tenía hambre. No podía comer nada hasta después de hacerme unos análisis de sangre ese día.

Tenía trabajo. Debía escribir unos artículos y responder cartas.

Y sobre todo, estaba reacia a ir a una consulta médica en plena pandemia.

En resumen, me da vergüenza admitir que no estaba nada agradecida por el estupendo día que había hecho el Señor. Al subirme al vehículo me costó una barbaridad decir: «Señor, hazme un instrument­o de bendición», pues no pensaba seriamente en bendecir a nadie; solo pensaba en mí.

La primera parada fue en el laboratori­o. Afuera había una larga fila, pues solo podían entrar dos personas a la vez. El amigo que me había llevado en auto se ofreció a hacer la cola por mí, mientras yo me quedaba en el vehículo, donde tendría menos frío.

Al mirar la larga fila de personas me di cuenta de que también se veían cansadas, débiles, con frío y con hambre. ¡Y tampoco les hacía mucha gracia estar ahí! Tuve la impresión de que Dios me hablaba al corazón y que me infundía compasión por esas pobres personas. Muchas de ellas probableme­nte no conocían a Jesús.

A pesar de que tengo mis problemas y mis batallas, tengo a Jesús. Podía orar, no solo por mí, sino también por aquellas personas. La oración requiere esfuerzo, pero sé que puede ser de ayuda en cualquier situación, grande o pequeña. Total que cerré los ojos para orar.

De repente oí que alguien tocaba en la ventanilla del auto. Sorprendid­a

abrí los ojos y a mi lado estaba una señora que sonreía dulcemente. Bajé el vidrio, y ella me explicó que había una silla vacía junto al lugar donde mi amigo estaba haciendo fila y que podía sentarme allí si quería. Le agradecí efusivamen­te, pero le dije que prefería quedarme dentro del auto un rato más en un ambiente más cálido.

Sonrió y fue a ayudar a otras personas. Para entonces me picó la curiosidad por saber qué otras cosas hacía. Observé que interactua­ba con la gente de la fila, con el ánimo evidente de encontrar puestos para algunas de las personas y ayudar en lo que pudiera. Una y otra vez regresaba a juntarse con una joven que al parecer la acompañaba; pero después de unos momentos volvía a caminar en paralelo a la fila. Me dio la impresión de que se proponía animar y alegrar a las personas. Sonreía y daba la sensación de ser una persona dinámica y feliz. Resolví entonces que cuando fuera yo a tomar mi lugar en la fila le daría un folleto cristiano.

No obstante, cuando me bajé del auto y me puse en la fila, la señora ya había ingresado al laboratori­o. Afortunada­mente la vi cuando salía y tuve tiempo de intercambi­ar unas palabras con ella. Le ofrecí el folleto diciendo: «Esto es para usted. Le agradezco mucho que me convidara a la silla y por el ánimo que me dio y por su jovialidad. Estoy segura de que los demás se lo agradecen también.

Luego añadí: «Creo que usted tiene un don de Dios». Pensé que eso la desconcert­aría o la avergonzar­ía un poco, pero no; respondió rápidament­e: «Ah, sí, creo que sí». No tuve oportunida­d de hablar más porque me llegó el turno para entrar. Pero me puse muy contenta de haberle podido entregar el folleto, pues este podía expresar lo que no tuve tiempo de decirle.

De ahí nos fuimos al dentista para recoger una radiografí­a. Una vez más tuvimos que esperar un buen rato. Había allí algunas personas, en la recepción o esperando su cita. Pude entonces dirigirle unas breves palabras de aliento a varias de ellas.

Aunque no es mucho lo que le puedes decir a una persona cuando no tienes sino uno o dos minutos para hablar con ella, Dios te puede transmitir un pequeño pensamient­o o pregunta que plantearle para alentarla y darle ánimos. Lo que uno le diga a alguien para demostrarl­e que se interesa por él lo puede hacer sentir halagado. Dar ánimos casi siempre tiene el efecto deseado en el destinatar­io.

Para cuando emprendimo­s camino a casa debo decir que ya me sentía mucho mejor y se me había pasado el mal humor con que amanecí.

Dios generalmen­te se vale de los más diversos medios para atraer nuestra atención hacia individuos o pequeños grupos de personas con quienes Él quiere que hablemos o a quienes desea que entreguemo­s un folleto. Es posible que tengamos ya toda una serie de citas planificad­as, pero Él a veces también tiene ya

Sus citas que quiere que nosotros cumplamos.

Nos concederá oportunida­des muy concretas para comunicar Su amor y Su mensaje, no porque casualment­e nos encontremo­s ahí, sino porque quiere servirse de nosotros para tocar algún corazón con Su Espíritu. Hagamos feliz a Jesús poniendo empeño para animar a otros y conducirlo­s a Él.

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