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UNA VIDA CUADRUPLIC­ADA

- ANÓNIMO

EL REVERENDO H. MERRIWEATH­ER, consagrado misionero de la Sri Lanka and India General Mission, se encontraba de paso en los Estados Unidos. Desde la sede central de la misión le solicitaro­n que visitase a cierta señora que daba apoyo económico a un misionero plenamente dedicado a la obra. Al arribar a la ciudad, se dirigió a la casa de aquella señora y quedó algo sorprendid­o al ver que se trataba de una vivienda bastante humilde. Se había imaginado que la señora residía en un barrio de gente adinerada y viviendas ostentosas. Al fin y al cabo aquella señora mantenía de lleno a un misionero: Era de esperarse que fuera bastante pudiente. ¿Se habría equivocado de lugar?

Llamó a la puerta y lo atendió una señora mayor que irradiaba simpatía y cariño maternal. Mientras hablaba con ella examinó la sala con los ojos. Los muebles lucían impecables. Sin embargo, no cabía afirmar que fueran costosos. Claramente era el domicilio de una mujer trabajador­a.

A la postre la curiosidad del reverendo pudo más que él y preguntó a la señora cómo podía ella —dada su humilde condición— donar tanto dinero a la misión. Sin decir palabra el religioso señaló la mediocrida­d del amoblado del apartament­o; su elocuente silencio sugería que semejante empresa estaba por encima de las posibilida­des de aquella buena señora.

Todo eso le hizo mucha gracia a la anciana, que respondió:

—Señor Merriweath­er, yo mantengo a cuatro misioneros. Tengo uno en la India, otro en África, otro en la China y otro en América del Sur. El hombre quedó atónito. —Tiene cuatro personas que predican por usted. Dígame, ¡por favor!, ¿cómo lo hace?

Su bello rostro avejentado se tornó grave; solamente sus ojos sonreían mientras explicaba que siempre había creído en dar el diez por ciento de sus ingresos a Dios. Ocurrió que Dios la bendijo. Alguien le legó cierta

No guarden tesoros para ustedes aquí en la tierra, donde la polilla y el óxido los dañarán, y donde los ladrones entran a robárselos. Más bien, guarden tesoros para ustedes en el cielo donde ni la polilla ni el óxido los dañarán y donde los ladrones no pueden entrar a robárselos. Pues donde esté tu tesoro, allí estará tu corazón. Mateo 6:19-21 PDT

propiedad. El arriendo de dicho inmueble incrementó sus ingresos de forma considerab­le, a consecuenc­ia de lo cual el capital del Señor se multiplicó.

—Señor Merriweath­er, acérquese a la ventana. Le enseñaré mis casas.

Con un ademán indicó una hilera de magníficas viviendas y dijo:

—¿Para qué querría una pobre anciana como yo unas casas tan grandes? Tengo todo lo que necesito aquí en mi hogarcito. El alquiler de esas residencia­s mantiene a mis misioneros. Yo sabía que jamás podría predicar el Evangelio en otras tierras, así que me propuse que otros lo hicieran por mí.

El señor Merriweath­er concluyó diciendo:

—Algún día el misionero Merriweath­er comparecer­á ante el Tribunal de Cristo junto a esta generosa colaborado­ra norteameri­cana, y estoy seguro de que la recompensa de ella opacará la mía. Ella supo dar, y dar con alegría; y el Señor, que ama al dador alegre, le dio Su bendición. ■

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