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JUSTICIA AUTÉNTICA

- MARIE ALVERO HA SIDO MISIONERA EN ÁFRICA Y MÉXICO. LLEVA UNA VIDA PLENA Y ACTIVA EN COMPAÑÍA DE SU ESPOSO Y SUS HIJOS EN LA REGIÓN CENTRAL DE TEXAS, EE.UU. ■ MARIE ALVERO

La justicia auténtica se fundamenta en una verdad: Todo ser humano está hecho a imagen y semejanza de Dios. Eso es lo que nos otorga valor, lo que nos equipara más allá de toda diferencia de raza, sexo, capacidad, discapacid­ad, religión, política, estrato socioeconó­mico, rango y educación. Todos estos son factores que atizan los ánimos. Díganme si no.

Hay una corriente cultural cuyo relato sugiere que las personas de fe tienen un sentido deficiente de la justicia, que los creyentes se adscriben a una cosmovisió­n que favorece a los privilegia­dos y excluye a los débiles o a los desatendid­os. Eso no es cierto.

Nos dicen que la naturaleza favorece a los fuertes y propicia la superviven­cia del más dotado. Esa lógica puede esgrimirse para justificar todo tipo de atrocidade­s y avalar la codicia, los abusos y la manipulaci­ón. Basta con ser más fuerte que el otro.

Jesús puso patas arriba esa lógica en el Sermón de la Montaña, cuando afirmó: «Bienaventu­rados los mansos»1. O cuando dijo que dejaran que los niños se agruparan a Su alrededor, porque el reino de los cielos les pertenece2. ¿Y qué me dicen de cuando tomó sobre Sí el peso del pecado y el castigo de la humanidad y murió por nosotros? Pese a ser el más fuerte, se dejó matar. Los débiles, los quebrantad­os, los perdidos, tienen valor para Dios, porque llevan Su impronta.

El debate en torno a la justicia social es muy estridente en este momento. Es fácil confundirs­e, e incluso que creyentes sinceros no coincidan en la respuesta a la pregunta ¿qué haría Jesús? Un buen punto de partida es recordar que todos somos iguales a los ojos de Dios.

La historia demuestra que independie­ntemente de la raza, religión, cultura o sexo imperantes, todos somos igualmente capaces de hacer el mal. Lo que de veras se encuentra en el origen de la injusticia y la opresión que vemos en el mundo no es otra cosa que la naturaleza pecaminosa de toda la humanidad. Tiene que haber un cambio de corazón, y eso empieza por mí y por ti. «¿Qué requiere de ti el Señor? Solamente hacer justicia, amar misericord­ia y caminar humildemen­te con tu Dios.3

1. Mateo 5:5

2. V. Mateo 19:14

3. Miqueas 6:8

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