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MOMENTOS ETERNOS

- Rosane Pereira es profesora de inglés y escritora. Vive en Río de Janeiro (Brasil) y está afiliada a La Familia Internacio­nal. ■ Rosane Pereira

Una vez viajaba en una camioneta llena de gente, entre ella mi hija mayor, su marido y mi nieta de dos años, Sharon. Cuando Sharon se puso inquieta, me senté a su lado y le dije:

—¡Vamos a cantar! Enseguida se calmó y procedimos a cantar su tema favorito, «Cuaqui el patito».

—¡Otra vez, abuela! —una, dos, veinte veces la pidió, hasta que todos en la camioneta le rogaban que cambiara de canción, a lo que ella respondía invariable­mente: —¡Otra vez, abuela!

En la siguiente parada y para alivio de todos, su madre compró una colación que la distrajo. No obstante, 14 años después aún recuerdo el buen rato que pasamos mientras ella disfrutaba de la canción y yo de su satisfacci­ón.

El mes pasado, Diana —la menor de mis nietas— vino a pasar una tarde conmigo. Tiene tres años y es tan vivaz y llena de energía como lo era Sharon a su edad. La invité a acompañarm­e al mercado, a lo que ella respondió:

—¡Solo si la tortuga va también! Esa tortuga es un enorme peluche que su madre dejó en mi casa, dado que vive en un pequeño apartament­o donde la comunidad juguetera ya está bien poblada.

Cuando llegamos al mercado, intenté ponerla en un carrito con la tortuga, pero la niña insistió en poner la tortuga en un carrito pequeño y empujarlo ella sola. Colocó el juguete de cara a ella, para que pudiera verle el rostro todo el tiempo. En cuanto llegamos a casa, me pidió lápices de colores y papel y procedió a dibujar una reproducci­ón sorprenden­temente fiel de su tortuga.

Dibujó la cabeza triangular, la piel rosa, la boca morada, los dos ojos con círculos exteriores e interiores, como los originales, y luego el pelo. Nunca me había dado cuenta de que la tortuga era rosa y, sobre todo, de que tenía pelo, aunque llevaba meses en mi sofá. El dibujo resultó ser una obra de arte para una nena de tres años, que enseñé con orgullo a toda la familia y colgué en la puerta de mi armario.

En su libro God Came Near (Dios se acercó), Max Lucado describe muy bien estos momentos: «Son instantes eternos. Momentos que nos recuerdan los tesoros que nos rodean. Momentos que nos reprenden por perder el tiempo con preocupaci­ones temporales, como el dinero, las propiedade­s o la puntualida­d. Que pueden suscitar lágrimas en los ojos de los corazones más duros y dar una nueva perspectiv­a a la más sombría de las vidas».

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