NATALIE Y SU ESCUELA DOMINICAL
Conocí a Natalie hace años en una importante empresa de construcción donde trabajaba como contable. Una colega suya le había enseñado la revista Conéctate, y luego nos dijo que quería recibir el número mensual. Natalie mencionó que dirigía una escuela dominical y nos contó cómo había comenzado.
Años atrás se había sentido muy desconcertada respecto de su relación con Dios. Sabía que Él la había bendecido profusamente, con un marido cariñoso, un buen trabajo, una casa bonita y muchos amigos. Por otro lado, parecía que por mucho que rezara no conseguía lo que más quería en la vida.
Durante más de siete años —desde su matrimonio— ella y su marido habían querido formar una familia, pero todos los tratamientos e intervenciones médicas que probaron habían fracasado. Aún más desconcertante era el hecho de que, a juzgar por la opinión de los médicos, no había ninguna explicación lógica para que la pareja no pudiera tener un hijo.
Al llegar cada día del trabajo a su casa, donde reinaba el silencio —el trabajo de su marido lo obligaba a trabajar largas horas—, siempre sentía que le faltaba algo. Natalie había pedido que rezaran por ellos en todos los grupos de oración que conocía. Aunque ella y su marido habían hablado de la posibilidad de adoptar, todavía no habían decidido a qué agencia recurrir ni cuándo.
Una mañana, frente a su vestidor, mientras se preparaba para el trabajo, comenzó a orar por la jornada que tenía por delante. Se sentía estresada por algunas dificultades que enfrentaba en el trabajo, lo que rápidamente se agudizó suscitándole inquietud sobre su vida y su futuro. La ansiedad se apoderó de ella no sabiendo si las decisiones de ella y su marido eran las más acertadas y cómo afectarían su vida en un futuro.
Justo en medio de aquella confusión escuchó a Dios hablarle quedamente al corazón. Le preguntó si estaba dispuesta a dejar de lado los temas conflictivos a los que se enfrentaba y dedicar su atención a ayudar a los demás.
Mientras reflexionaba, corrió la cortina de su ventana del segundo piso y miró hacia afuera. No muy lejos alcanzó a ver unas hileras desordenadas de chozas de lata y cartón. Un grupo de unos 12 niños, vestidos con ropas andrajosas, jugaba afuera. Algunos corrían pateando un
balón de fútbol improvisado; otros estaban sentados en el suelo hablando, y otros jugaban con botellas de plástico vacías en la tierra. Ninguno de los niños calzaba zapatos. Natalie sabía que probablemente muy pocos habían tenido la oportunidad de asistir al colegio durante un tiempo prudencial, lo que significaba que la mayoría acabarían semianalfabetos o completamente analfabetos.
Eso le dio una idea. Ese mismo día, al volver del trabajo, se cambió de ropa y bajó hasta donde estaban los niños. Los llamó y los invitó a hacer un juego todos juntos. Al domingo siguiente volvió y les contó un relato de la Biblia, que ilustró en una pizarra que llevó consigo. Todos los siguientes domingos por la tarde les presentaba nuevos juegos, actividades y narraciones. Les enseñaba a leer y a cantar, les explicaba los principios elementales de higiene y, de vez en cuando, les llevaba comida, ropa u otras cosas que necesitaban.
Luego de impartir varios meses aquellas sencillas clases dominicales de religión, de repente empezó a sentirse muy mal y con náuseas. Efectivamente, había quedado embarazada. Con el tiempo las náuseas se disiparon y
Hay personas que viven en un mundo de sueños y otras que se enfrentan a la realidad; luego están las que transforman lo uno en lo otro. Douglas H. Everett (1916-2002)
continuó dando catequesis a los chiquillos en el curso de todo el embarazo, hasta dar a luz a un niño. ¡Ella y su marido estaban encantados!
Me cuenta que su hijo ya tiene edad para ayudarla a dirigir la escuela dominical. Prepara todas las notas que ella va a enseñar, la ayuda a organizar las cosas y participa en los juegos. En una reunión anual Natalie subió al escenario y le habló al público sobre su vivencia. Animó a las madres a participar activamente con los niños de sus respectivos barrios.
A veces en la vida da la impresión de que tenemos que esperar mucho tiempo para ver cumplidos los deseos de nuestro corazón. Dios a veces permite la demora para que nos acerquemos a Él. Pero cuando le damos prioridad a Él y a Su servicio podemos confiar en que obrará Sus buenos propósitos en nuestra vida en el momento y por el rumbo que Él considere más apropiados.