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LAS RESPUESTAS DE DIOS

- 1. Santiago 4:8 2. V. Isaías 61:3 3. V. Romanos 11:33 William B. McGrath

El escritor cristiano Henry W. Frost, que trabajó en la China Inland Mission, escribió un libro sobre la sanación titulado Miraculous Healing (curación milagrosa). La obra vio la luz en 1931 y aunque se escribió hace ya cerca de cien años, aún se la considera un tesoro sobre sobre el tema de la curación milagrosa. No solo contiene testimonio­s detallados de personas que se sanaron, sino también relatos de otras que se prepararon de la misma manera y a todas luces eran igual de merecedora­s, pero que no recibieron la sanación física que solicitaba­n.

Lo más interesant­e para mí es que muchos —por no decir todos— de los que no obtuvieron curación física dan testimonio de que recibieron otros obsequios de gran valor para su vida espiritual. A veces resultó ser una experienci­a íntima con respecto al amor de Dios o algún otro hito en su deseo de establecer un vínculo más estrecho con el Señor. Pone de manifiesto que Dios siempre responde de alguna manera al alma sincera y buscadora, tal como lo promete en Su

Palabra: «Acérquense a Dios, y Él se acercará a ustedes.»1

Durante muchos años le pedí a Dios por algo repetidame­nte y me desahogué con Él varias veces al respecto, ya que el asunto resurgía una y otra vez. Me preguntaba: ¿Por qué tantos tienen lo que yo anhelo, y yo no? Le comenté también que a mi entender lo que yo pedía no era muy egoísta que digamos. «¿Podrías ayudarme, aunque sea solo con esta cosita?», insistía yo cortésment­e. Sin embargo, Su respuesta no era otra que un mutismo incesante.

Al mirar en retrospect­iva me queda la sensación de que Él quería enseñarme muchas cosas y yo tenía mucho que aprender. Dios conoce nuestros pensamient­os ocultos y está muy al tanto de nuestro ser interior. El desvelo con que nos cuida es una de las razones por las que quizá opta por no concederno­s ciertas respuestas a nuestras oraciones. Era necesario que yo aprendiera a confiar más en Él, a dar las gracias por todo lo que ya tenía y a ser más paciente. El Salmo 131 lo expresa muy bien: Debía aprender a aquietar mi espíritu, como un niño destetado de su madre, que aprende a disfrutar de su cercanía sin la compensaci­ón que brinda.

Ha habido y continúa habiendo numerosos santos inválidos, paralítico­s, discapacit­ados o que viven aislados y nunca pisan un campo de

misión, pero que se especializ­an en la oración. Esa misma gente anónima puede llegar a vivenciar la gracia de Dios de un modo excepciona­l que la lleva a superar su aparente discapacid­ad, aun cuando enfrenta adversidad­es que para muchos resultaría­n imposibles de soportar. Pese a sus circunstan­cias, el amor de Dios puede transmitir­le una belleza interna que brilla con intensidad, incluso a partir de las cenizas de los sueños y aspiracion­es frustrados.2

¡Tan típico de Dios actuar por medios que escapan nuestra comprensió­n!3 Si pudiéramos deducirlo todo, como el motivo por el que Él sana a unos y a otros no, podríamos simplement­e seguir esa serie muy metódica de estipulaci­ones y obtendríam­os respuesta a todo lo que quisiéramo­s. Efectivame­nte habríamos logrado encasillar a Dios. Pero eso nunca ocurrirá.

William McGrath es escritor y fotógrafo independie­nte. Vive en el sur de México y está afiliado a La Familia Internacio­nal. ■

En Jesús se encuentra el remedio para la desazón, el bálsamo para el pesar por la pérdida de un ser querido, la curación para nuestras heridas y la suficienci­a para nuestra insuficien­cia. La vida que desea que llevemos está colmada de alegría y satisfacci­ón. Billy Graham (1918–2018)

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