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PREDICAR CON EL EJEMPLO

- 1. Mateo 5:19 2. Mateo 21:28-30 3. 1 Juan 3:18 4. The Walk, de Steven Curtis Chapman 5. www.just1thing.com Steve Hearts

Sin duda hay cantidad de cosas en la vida de las que es fácil hablar pero que son mucho más difíciles de realizar. Del dicho al hecho hay largo trecho. Pero si las palabras no se traducen en actos, se tornan vacías e inútiles.

Jesús enseñó mucho sobre este tema en particular: «Cualquiera que quebrante uno de estos mandamient­os y así enseñe a los hombres, muy pequeño será llamado en el reino de los Cielos; pero cualquiera que los cumpla y los enseñe, este será llamado grande en el reino de los Cielos.»1

De pequeño me gustaba mucho corregir y sermonear a mis familiares y amigos. Pero la mayoría de las veces ellos reían al último, pues a menudo yo acababa haciendo todo lo contrario de lo que los había instado a hacer. En más de una ocasión me dijeron:

—Tienes que aprender a escuchar tus propios consejos.

Cierta Navidad, cuando tenía unos nueve años, mis compañeros de colegio y yo practicába­mos una canción para el programa que íbamos a presentar. Por tratarse de una sorpresa para los que asistirían, teníamos instruccio­nes de no revelar el contenido a nadie. Una y otra vez les reiteré a mis compañeros que no se lo dijeran a nadie. Con todo y con eso, un día, frente a la gente que sería nuestro público, me puse a hablarle a alguien en detalle sobre la canción. Uno de los muchachos me recriminó:

—¿Por qué insististe en que no habláramos del tema cuando tú mismo no puedes quedarte callado? Y todos se echaron a reír.

Si bien pasé una vergüenza enorme, fue mi primera gran lección de esto de predicar con el ejemplo.

Alardear es otra cosa que puede hastiar a la gente, en particular si no se ha hecho nada que lo justifique. Cuando empecé a componer canciones a los 13 o 14 años no hacía más que presumir del talento que acaba de descubrir en mí. Mas cuando se me pedía que tocara mi canción frente a otras personas, siempre me acobardaba y me negaba a hacerlo. Mi madre me dio entonces un buen consejo:

—Si no quieres que otras personas te oigan cantar tus canciones deja de jactarte de ellas.

Jesús ejemplific­ó la importanci­a de ser consecuent­es con lo que decimos en la conocida parábola de los dos hijos.

«Un hombre tenía dos hijos, y acercándos­e al primero le dijo: “Hijo, vete hoy a trabajar en mi viña”. Respondien­do él, dijo: “¡No quiero!” Pero después, arrepentid­o, fue. Y acercándos­e al otro le dijo lo mismo; y respondien­do él, dijo: “Sí, señor, voy”. Pero no fue.»2

Si bien el hijo mayor desobedeci­ó verbalment­e al principio, más adelante tuvo un cambio de actitud y obedeció las órdenes de su padre. En cambio, la palabra del segundo hijo que prometió obedecer a su padre, no tenía ningún valor, puesto que no la cumplió.

El apóstol Juan nos exhortó en su primera epístola: «Hijitos míos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad».3

Cuando yo tenía 14 años conocí a una entrañable señora, una mujer de fe que en aquel entonces libraba una dura batalla contra el cáncer y no tenía muchas expectativ­as de vida. Acompañé a mi padre a hacerle una breve visita al hospital en el que estaba internada. Era la primera vez que yo veía a una persona tan enferma, por lo que no sabía qué decir o hacer. Aparte de saludarla cuando llegamos, no dije nada. Me senté a su lado y le sostuve la mano. Después me reproché a mí mismo por no haber intentado ser un poco más expresivo y comunicati­vo.

De milagro aquella señora sobrevivió a la enfermedad y hasta el día de hoy continúa con vida. La última vez que hablamos de aquella visita al hospital le pedí perdón por no haber pronunciad­o palabra durante el tiempo que estuve allí. Ella me contestó:

—No te preocupes. Hiciste lo correcto. Todas las demás personas que me visitaban hablaban sin parar, recomendán­dome lo que debía y no debía comer. Aunque sabía que tenían buenas intencione­s, me empecé a cansar de los incesantes consejos. El día que viniste a verme tu silencio fue reconforta­nte para mí. Resultó un alivio que te sentarás a mi lado y simplement­e me tomaras de la mano.

El secreto para asegurarte de que tus palabras coincidan con tus acciones y de que reflejes la luz de Dios a las personas que te rodean es sencillo: Sé coherente. Predica con el ejemplo. Verifica cuáles son tus conviccion­es y principios, y llévalos a la práctica todos los días.

Así dice la canción de Steven Curtis Chapman:

Podrás correr con los perros grandes, podrás volar con el águila, podrás hacer todos los malabares y subir la escalera hasta la cima, pero, a fin de cuentas, todo se reduce a cómo vives cada día.4

No hay tal maestro como fray Ejemplo.

Steve Hearts es ciego de nacimiento. Se desempeña como escritor y músico y pertenece a la Familia Internacio­nal en Norteaméri­ca. Este artículo es una adaptación de un podcast publicado en Just1Thing,5 portal cristiano para la formación de la juventud.

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