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EL ABULÓN Y YO

- CURTIS PETER VAN GORDER CURTIS PETER VAN GORDER ES GUIONISTA Y MIMO1 EN ALEMANIA.

EL ABULÓN (OREJA MARINA, LOCO) es un marisco que se adhiere a las rocas en las aguas costeras. Es un gasterópod­o, lo que significa que sus pies son su estómago y se desplaza sobre él. Aparte de la concha, un abulón es prácticame­nte todo estómago. Se pega a una roca y luego levanta su caparazón alrededor de media pulgada. Cuando el agua pasa por la parte del estómago que queda expuesta entre la concha y la roca, el abulón atrapa y consume partículas microscópi­cas de vegetación marina.

La concha del abulón no es solo su casa, sino también su armadura. Cuando se ve amenazado, el abulón puede sujetarse instantáne­amente a la roca en la que se encuentra con tanta fuerza como un tornillo de banco. Su amplio estómago es capaz de crear una tremenda succión. En un instante esa concha de gran tamaño puede adherirse a la roca con tanta fuerza que se necesita una palanca para arrancarla. Así que cuando las personas se pegan como abulones o —en lenguaje más común— como lapas, se pegan de verdad.

Quizá pegarse así es algo que se aprende con el tiempo. Las primeras olas de contratiem­pos suelen desconcert­arme por un momento al ver que todo da vueltas a mi alrededor, que las cosas se arremolina­n en el oleaje y que mi mundo se pone patas arriba. Es entonces cuando encuentro mi roca y me aferro a ella, como si todo dependiera de eso. Aunque esas turbulenta­s circunstan­cias me inspiraban miedo, finalmente aprendí que la vida es así, y cuando acepté que es el orden natural de las cosas, me resultó más fácil navegar.

En las olas y contraolas sé qué hacer, lo entiendo mejor. Conozco las fluctuacio­nes y la roca, sé que tengo un dispositiv­o de succión que me ayuda a adherirme. Además aprendí que cuanto más lo hago, más fácil resulta. La adherencia ha fortalecid­o mi capacidad de succión. También aprendí a relajarme cuando el océano está en calma, pero a estar preparado en cualquier momento para agarrarme con fuerza a la roca. No quiero volver a experiment­ar esa horrible sensación de verme zarandeado y revolcado en el océano de los males. Aprendí también a no alejarme nunca de la roca, porque es lo único de lo que puedo fiarme.

Mi roca es Jesús. Él y su Palabra son mi fuerza y mi salvación en los momentos difíciles. Soy una simple y endeble criatura, pero sé a quién acudir y a quién aferrarme. Y aunque no lo crean, he llegado a disfrutar de los mares tumultuoso­s. Al fin y al cabo, me pego como una lapa. Cuanto más fuertes las olas, más me aferro a mi Roca.

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