DIOS SORTEÓ LA BUROCRACIA
CUANDO NUESTRA FAMILIA SE TRASLADÓ a un nuevo país a causa del trabajo de mi marido nos llegaron noticias muy desalentadoras sobre el proceso para obtener allá el permiso de conducir. Mis nuevos amigos me hablaron de las horas que había que pasar en un curso de conducción, hacer el examen escrito y, finalmente, una prueba práctica en el idioma nacional. Supe de alguien que tuvo que hacer el examen tres veces y de otro que esperó un año para la aprobación final. La cabeza me daba vueltas. Con mis hijos en el colegio y mi marido muchas veces fuera, poder conducir era una absoluta necesidad.
Una mañana, el día en que mi marido y yo fuimos a hacer los trámites, la repartición estaba abarrotada y la cola no parecía moverse para nada. Mi marido quería ir en auto a otra delegación, pero para entonces ya era hora de almuerzo, la de mayor tráfico. Finalmente decidimos esperar hasta la tarde.
Total que disfrutamos de un buen almuerzo con amigos, recogimos a nuestra hija del colegio y de ahí nos dirigimos a la delegación correspondiente para solicitar nuestros nuevos documentos de identidad como residentes. En el trayecto nos propusimos pensar positivamente y confiar en que todo iba a salir bien.
Al llegar nos recibieron, nos dieron un número y nos llamaron casi inmediatamente a la ventanilla. Todo el proceso para nuestros nuevos documentos de identidad duró apenas 15 minutos; acto seguido decidimos ir al ministerio de transporte para solicitar mi licencia de conducir. Cuando nos llamaron a la ventanilla, escuché la tenue y tranquilizadora voz de Dios que me decía que mantuviera la calma porque todo iba a salir bien. Llené mis datos y me dijeron que pagara la cuota y dejara mi licencia con el empleado.
Unos minutos más tarde me llamaron de nuevo para decirme que la documentación había sido aceptada.
—¡Felicitaciones! —dijo la empleada mientras me entregaba mi nueva licencia de conducir.
Me embargaron la emoción y la gratitud a Jesús por preocuparse por algo tan insignificante en el gran panorama global, pero que para mí era tan importante.
Suele ser en actos pequeños como ese cuando Dios revela Su presencia, Su poder y Su amor. Debemos acordarnos de pedirle que nos enseñe a escuchar Su voz y a seguir Sus indicaciones. No podemos hacerlo todo por nuestra cuenta; por eso Él dice: «Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá»1.