EVA Y SU SUEÑO DEL PIANO
Hace varios años una de mis vecinas era una niña tímida de 10 añitos con ojos muy curiosos y una enorme sonrisa.
Un día Eva mencionó su sueño de aprender a tocar el piano. Por desgracia, sus padres apenas lograban llevar comida a la mesa para una familia de ocho, y no podían permitirse comprarle un piano, mucho menos pagarle las clases. Nuestra conversación pronto pasó a otras cosas, pero no conseguía pensar en otra cosa que mi viejo y polvoriento teclado guardado en el armario durante muchos años y en todas las clases de piano que había recibido de niña, que no había agradecido en aquel momento. Me acordé del versículo bíblico «De gracia han recibido; den de gracia».1
Le pregunté a Eva si quería que yo le enseñara a tocar, y sus ojos se iluminaron. «¡Me encantaría!», exclamó.
Y así fue que empezó a venir a dar clases y a ensayar gratis. Compartimos momentos maravillosos juntas, durante los cuales también pude presentarle a Jesús. Los días de clase, cuando yo volvía del trabajo, ella siempre me esperaba ansiosamente en la puerta de mi casa con sus hojas de música.
Con el tiempo, nuestros caminos se separaron, pero hemos mantenido contacto a lo largo de los años. Ahora tiene su propia familia, y aunque no llegó a ser pianista profesional, toca lo suficientemente bien como para alegrar su propia vida y enseñar a sus hijos.
Y lo que es más importante, ha puesto a Jesús en el centro de su vida. Él es su ancla y su amigo, y ella transmite su fe a los demás.
Estoy muy agradecida de que Dios haya traído a Eva a mi vida y de que yo haya podido añadir mi pieza al mosaico de su vida. Esta experiencia me enseñó la importancia de dar, y que donar nuestro tiempo a veces puede tener un efecto mayor del que podemos imaginarnos.