LOS ABUELOS Y LAS PRESAS DE POLLO
Conocí a una pareja de abuelos cuya casa estaba amueblada con sillones antiguos y decorada con adornos florales y alfombras de color burdeos. Además de ser una experimentada ama de casa, cantante de ópera y diligente jardinera, la anciana, de contextura muy pequeña y esbelta, a la que llamábamos cariñosamente abuela, era una excelente cocinera.
Uno de sus platos favoritos era el delicioso pollo asado que preparaba con papas al vapor, hierbas y guarniciones. La abuela se había criado con la idea de que el muslo de pollo era la parte más deseable del mismo, ya que producía la carne más jugosa y suculenta. Le encantaban los muslos, pero cuando dividía el medio pollo que compartía con el abuelo, siempre se los daba a él.
El abuelo, un destacado juez, era tranquilo por naturaleza, y pasaba la mayor parte del día estudiando archivos relacionados con su trabajo y leyendo en su copiosa biblioteca. Cada vez que la abuela le servía la comida, él respondía con un sosegado «gracias».
Eso, hasta que un día, a los pocos años de casados, él le preguntó amablemente:
—¿Sería posible que esta vez me quedara con la otra presa? —y procedió a explicarle que en realidad él prefería la carne blanca.
Lo que él pedía sorprendió a la abuela. Durante todo ese tiempo ella había dado por sentado que el muslo de pollo era la mejor parte y se la había dado de buena gana al abuelo. Del mismo modo, él había supuesto que ella debía de preferir la pechuga de pollo y se la había cedido de buen grado. Ambos se rieron mucho del incidente y, a partir de entonces, cada uno tuvo su presa preferida.
Su matrimonio duró más de 50 años, puesto que ambos se comprometieron a vivir el siguiente principio: «No hagan nada por egoísmo o vanidad; más bien, con humildad consideren a los demás como superiores a ustedes mismos. Cada uno debe velar no solo por sus propios intereses, sino también por los intereses de los demás.1
La sinceridad y la amabilidad son cualidades primordiales para el éxito de las relaciones.
Probablemente la bondad sea mi atributo número uno en un ser humano. La antepondría a cualquier otra cosa, fuere el coraje, la valentía, la generosidad o cualquier otra. Roald Dahl (1916-1990)
Irradia el amor allá donde vayas. Que nadie se acerque a ti sin irse más contento. Madre Teresa (1910-1997)
La adaptación de 2015 de La cenicienta retrata a una joven que vive su vida según el lema que le enseñaron sus padres antes de morir: «¡Ten valor y sé amable!».
Mientras pensaba últimamente en lo que Dios espera de la humanidad, me acordé de este mensaje. En esencia, ¿por qué nos puso Dios aquí? Los teólogos nos explican que según la Biblia Dios ya constituía una comunidad de tres personas en un solo ser —Padre, Hijo y Espíritu Santo— que tenían un amor perfecto e infinito entro de Ellos y no necesitaban más. Nos crearon para que más seres pudieran ser partícipes de ese amor. El corazón de Dios rebosaba de tanto amor que anhelaba compartirlo con más personas.
Jesús dijo que lo más importante de nuestra existencia es amar a Dios con todo el corazón, el alma y la mente, y amar al prójimo como a uno mismo1. Y la valentía es casi igual de importante, porque a menudo se necesita valor para ser cariñoso, para hacer lo correcto, para proteger a los demás de daños y simplemente para afrontar los avatares de la vida cotidiana.
Dios requirió de un amor infinito, amén de una infinita valentía, para enviar a su Hijo a nuestro resquebrajado mundo, encarnado en un niño pequeñito, a fin de caminar por nuestros caminos polvorientos y compartir nuestras penas y enfermedades. Jesús igualmente requirió de un amor y un coraje infinitos, para soportar el dolor de la vida y el suplicio de la muerte en la cruz a fin de poner a nuestro alcance la vida eterna.
La moraleja de la película era que Cenicienta no podría haber soportado todas las penalidades que tuvo que pasar sin aquellas dos importantes virtudes. Estoy convencida de que nosotros tampoco podemos. Debemos optar por andar de la mano de la bondad con los demás, aun cuando no sepamos el camino a seguir. Y debemos ser valientes para afrontar lo que se nos presente, con la fe de que nuestro Padre celestial nos guía con Su amor y sabiduría.