EL MEJOR REGALO
La vida abunda en dificultades y empresas que ponen a prueba nuestra fe y determinación. En algún momento u otro, todos nos encontramos en una situación particularmente angustiosa. Aunque en esos momentos solemos acudir a Dios, en muchos casos nos parece que nuestras plegarias resultan insuficientes. A veces ello obedece a que hemos perdido la práctica; otras a que nos consideramos faltos de fe o indignos del favor divino, y otras al infundado temor de que aun nuestras más sentidas súplicas se quedarán cortas. En circunstancias así es cuando más apreciamos el amor, el interés y las oraciones de los demás.
Esto, naturalmente, es recíproco. El hecho de respaldar a alguien en su momento de necesidad y traducir el amor y la preocupación que sentimos por una persona rezando por ella son dos medios muy eficaces de llevar a la práctica la Regla de Oro: Haz con los demás como te gustaría que hicieran contigo.
Además de ser lo más indicado, orar por alguien es también lo más inteligente que podemos hacer. Nada sacamos con preocuparnos de la situación. Intervenir personalmente en el asunto en muchos casos tampoco sirve de mucho. En cambio, endosarle el problema a Dios en oración sí garantiza que obtendremos los mejores resultados, ya que
«esta es la confianza que tenemos al acercarnos a Dios: que, si pedimos conforme a Su voluntad, Él nos oye.1
No hay medio más asequible y eficaz de ayudar al prójimo que la oración. Sin duda es el menos costoso y el que mejores resultados acarrea. Si bien es posible que al orar Dios nos indique algo concreto que hacer con miras a paliar la situación, nuestra reacción inmediata ante un apuro o conflicto debiera ser ponernos a rezar. Tengámoslo presente la próxima vez que un ser querido o alguien próximo necesite de nuestras plegarias. Y como nos enseñó
Jesús, el prójimo es cualquiera que precise nuestra ayuda.