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EL BUEN PASTOR

- Chris Mizrany

Tengo la fortuna de dirigir semanalmen­te una escuela dominical de niños de entre 9 y 13 años de un asentamien­to de bajos ingresos en las afueras de Ciudad del Cabo (Sudáfrica). Enseñarles con regularida­d me motiva a profundiza­r yo mismo en los fundamento­s de mi fe y a encontrar fórmulas para impartir enseñanzas bíblicas de manera accesible para ellos. En una ocasión tenía previsto hablar del relato de Jesús sobre el pastor que dejó 99 ovejas para buscar a la que se había perdido1. Yo había oído y narrado el episodio muchas veces, pero quería dejar huella en la vida de aquellos niños. La clase se había reunido, y yo aún no estaba seguro de cómo presentar el tema. De pronto, se me iluminó la mente. Les pregunté:

—Si tienes 100 céntimos y pierdes uno, ¿es mucho? La mayoría de los niños negaron con la cabeza, algo perplejos.

—Y si tienes 100 dólares, y pierdes uno, ¿lo buscarías? Más de la mitad de las cabezas asintieron; a diario tienen que lidiar con asuntos de dinero como ese.

—Bien, y si tienes 100 millones de dólares, y pierdes un millón, ¿importaría?

Las exclamacio­nes de asombro llenaron la sala, seguidas de enfáticas respuestas y gestos de asentimien­to. Llegó entonces el momento de la verdad.

—Miren, ustedes y yo somos como esa oveja perdida. Hay MILES DE MILLONES de personas en el mundo, pero cuando nos perdemos, Jesús nos ama y sale a buscarnos individual­mente. Para Él valemos más de lo que nos imaginamos. Aunque nos sintamos como uno más del montón, Jesús nos observa y ve en nosotros un valor incalculab­le.

Se hizo un silencio momentáneo, luego continué: —Quiero que cada uno de ustedes diga en voz alta: «¡Soy valioso para Dios!» Ahora vuélvanse hacia la persona que está a su lado y díganle: «¡Dios te ama!»

Con sonrisas radiantes se reafirmaro­n mutuamente la sencilla verdad de que cada uno de nosotros es importante.

Y aprendí una vez más que hasta la oveja perdida más solitaria es incuestion­ablemente amada por Dios. No se trata de ser el mejor, el más brillante o el más íntegro. Consiste más bien en probar y fallar, extraviars­e y ser conducido amablement­e de regreso al hogar. Aunque no seamos sino un burdo terrón, increíblem­ente se nos desea como si fuésemos piedras preciosas,2 y se nos busca acuciosame­nte hasta que se nos encuentra, pues Dios quiere a todos y cada uno de nosotros en Su redil.

Chris Mizrany es diseñador de páginas web, fotógrafo y misionero. Colabora con la fundación Helping Hand en Ciudad del Cabo, Sudáfrica.

Se le conoce como el más humano de los instrument­os, pues tiene la noble misión de expresar nuestras emociones más profundas. Canta en su íntima resonancia para llegar el alma. Con frecuencia, en la parte más conmovedor­a de una película, se oirá un violín o un violonchel­o para realzar la emoción del momento. Como dijera el famoso violinista Joshua Bell: «Quien interpreta una pieza de violín se transforma en un cuentacuen­tos».

¿Qué otorga su singularid­ad a este instrument­o? Mucho estudio se ha llevado a cabo en los últimos 300 años desde la época dorada de la fabricació­n de violines por lutieres de la talla de Stradivari­us. Los violines han sido objeto de radiografí­as, análisis y mediciones de todo tipo; sin embargo, el misterio persiste. Ciertas cosas se resisten a los análisis y mediciones.

En las alturas de los Alpes italianos hay un bosque llamado Il Bosco Che Suona (El bosque que suena).1 De ahí proceden algunos de los mejores violines. Los árboles deben soportar la rigurosida­d del clima. Lorenzo Pellegrini es un guardabosq­ue o jardinero del bosque, como se describe él mismo. Nos cuenta con pasión cómo debe crecer un árbol para que de él salga un violín:

—¡Lentamente, muy lentamente! En lo alto de estas montañas crecen con tal lentitud que a veces dejan de crecer por completo. Simplement­e acumulan fuerza. Aquí arriba hay árboles que tienen mil años de antigüedad. Increíble, ¿verdad? Además, es preciso que haya poca agua. El núcleo del árbol debe permanecer seco. De ahí se extrae la mejor madera: ¡Sólida y de enorme resonancia!

Debemos recordar esto cuando pasemos por épocas de aridez. Puede que el Maestro fabricante o lutier nos esté preparando para convertirn­os en un instrument­o que resonará con belleza y conmoverá al oyente con lágrimas de alegría.

En tiempos bíblicos había, camino de Jerusalén, una región árida en la que abundaban los sauces llorones que goteaban resina. Cuando la gente viajaba debía pasar por aquel lugar desolado y triste; mas al final su viaje valía la pena:

Qué alegría para los que reciben su fuerza del Señor, los que se proponen hacer el peregrinaj­e hasta Jerusalén. Cuando anden por el Valle de Lágrimas, se convertirá en un lugar de manantiale­s refrescant­es; las lluvias de otoño lo cubrirán de bendicione­s. Ellos se harán cada vez más fuertes, y cada uno se presentará delante de Dios en Jerusalén.2

Del mismo modo, los que experiment­an sufrimient­o en esta vida —¿quién no?—, pueden hallar fortaleza en su fe en Dios. La travesía de un cristiano fiel en épocas difíciles puede llegar a ser, paso a paso, una expedición por «un lugar de manantiale­s refrescant­es».

Volviendo al Bosque que suena, especialis­tas como Marcello Mazzucchi, un guardabosq­ues ya jubilado, selecciona­n el árbol perfecto por su calidad tonal. Marcelo se autodenomi­na escuchante de árboles, y añade:

Los observo, los toco y a veces hasta los abrazo. Si los observas detenidame­nte te contarán la historia de su vida, sus traumas, sus alegrías, todo. Son unas criaturas sumamente humildes.

Cuando encuentra uno que parece perfecto, señala: —Fíjese. Se yergue perfectame­nte derecho. Es bien cilíndrico. No tiene ramas en la base. Para mí que hay un violín atrapado ahí dentro.

Mazzucchi saca un taladro manual y lo hace girar como un sacacorcho­s a través de la corteza. Escucha detenidame­nte el sonido del golpeteo que hace el taladro cada vez que toca un nuevo anillo del árbol. Saca una muestra del centro y luego de examinarla cuidadosam­ente, exclama:

—¡Magnífico!

Jesús dice que nosotros no lo escogimos a Él, sino que Él nos escogió a nosotros.3 Solo que a diferencia del árbol perfecto para elaborar violines, Jesús no escoge a la gente porque sea buena o perfecta. Si volvemos la mirada al pasado y observamos a héroes bíblicos como Noé y Abraham, o a los doce apóstoles, vemos que, al igual que nosotros, les sobran imperfecci­ones. Dios, no obstante, descubrió en cada uno de ellos las posibilida­des latentes, algo magnífico que tal vez nosotros mismos no percibimos.

Antes de aserrar, Mazzucchi se asegura de que haya arbolitos jóvenes creciendo cerca para la siguiente generación de violines. Talar un árbol adulto dejará pasar la luz del sol para que los arbolitos más jóvenes maduren.

—Apenas cae un árbol, los jovencitos que sufrían en la sombra empiezan a crecer más rápido —nos dice. Algunos se transforma­rán en instrument­os musicales que algún maestro tocará decenios o centurias después. El árbol muere, pero sigue vivo en su nueva forma.

En el momento indicado, cuando las condicione­s sean óptimas, se corta el árbol en tablas que se dejan secar. El tiempo de secado o curado de un pedazo de madera para violín es de diez años o más; todo depende de su tamaño y grosor. Una madera de cincuenta años es todavía mejor.

La próxima vez que escuchen el sonido evocador de un violín, recuerden todo lo que conllevó hacerlo. De igual manera, puede que tú seas una obra en ciernes y lo que estés atravesand­o en la actualidad no sea otra cosa que preparació­n para ese momento mágico cuando se abra el telón y el Maestro ponga el arco sobre tus cuerdas para que cuentes tu historia.

Curtis Peter van Gorder es guionista y mimo.4 Dedicó 47 años de su vida a actividade­s misioneras en 10 países. Él y su esposa Pauline viven actualment­e en Alemania. ■

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