EL BUEN PASTOR
Tengo la fortuna de dirigir semanalmente una escuela dominical de niños de entre 9 y 13 años de un asentamiento de bajos ingresos en las afueras de Ciudad del Cabo (Sudáfrica). Enseñarles con regularidad me motiva a profundizar yo mismo en los fundamentos de mi fe y a encontrar fórmulas para impartir enseñanzas bíblicas de manera accesible para ellos. En una ocasión tenía previsto hablar del relato de Jesús sobre el pastor que dejó 99 ovejas para buscar a la que se había perdido1. Yo había oído y narrado el episodio muchas veces, pero quería dejar huella en la vida de aquellos niños. La clase se había reunido, y yo aún no estaba seguro de cómo presentar el tema. De pronto, se me iluminó la mente. Les pregunté:
—Si tienes 100 céntimos y pierdes uno, ¿es mucho? La mayoría de los niños negaron con la cabeza, algo perplejos.
—Y si tienes 100 dólares, y pierdes uno, ¿lo buscarías? Más de la mitad de las cabezas asintieron; a diario tienen que lidiar con asuntos de dinero como ese.
—Bien, y si tienes 100 millones de dólares, y pierdes un millón, ¿importaría?
Las exclamaciones de asombro llenaron la sala, seguidas de enfáticas respuestas y gestos de asentimiento. Llegó entonces el momento de la verdad.
—Miren, ustedes y yo somos como esa oveja perdida. Hay MILES DE MILLONES de personas en el mundo, pero cuando nos perdemos, Jesús nos ama y sale a buscarnos individualmente. Para Él valemos más de lo que nos imaginamos. Aunque nos sintamos como uno más del montón, Jesús nos observa y ve en nosotros un valor incalculable.
Se hizo un silencio momentáneo, luego continué: —Quiero que cada uno de ustedes diga en voz alta: «¡Soy valioso para Dios!» Ahora vuélvanse hacia la persona que está a su lado y díganle: «¡Dios te ama!»
Con sonrisas radiantes se reafirmaron mutuamente la sencilla verdad de que cada uno de nosotros es importante.
Y aprendí una vez más que hasta la oveja perdida más solitaria es incuestionablemente amada por Dios. No se trata de ser el mejor, el más brillante o el más íntegro. Consiste más bien en probar y fallar, extraviarse y ser conducido amablemente de regreso al hogar. Aunque no seamos sino un burdo terrón, increíblemente se nos desea como si fuésemos piedras preciosas,2 y se nos busca acuciosamente hasta que se nos encuentra, pues Dios quiere a todos y cada uno de nosotros en Su redil.
Chris Mizrany es diseñador de páginas web, fotógrafo y misionero. Colabora con la fundación Helping Hand en Ciudad del Cabo, Sudáfrica.
Se le conoce como el más humano de los instrumentos, pues tiene la noble misión de expresar nuestras emociones más profundas. Canta en su íntima resonancia para llegar el alma. Con frecuencia, en la parte más conmovedora de una película, se oirá un violín o un violonchelo para realzar la emoción del momento. Como dijera el famoso violinista Joshua Bell: «Quien interpreta una pieza de violín se transforma en un cuentacuentos».
¿Qué otorga su singularidad a este instrumento? Mucho estudio se ha llevado a cabo en los últimos 300 años desde la época dorada de la fabricación de violines por lutieres de la talla de Stradivarius. Los violines han sido objeto de radiografías, análisis y mediciones de todo tipo; sin embargo, el misterio persiste. Ciertas cosas se resisten a los análisis y mediciones.
En las alturas de los Alpes italianos hay un bosque llamado Il Bosco Che Suona (El bosque que suena).1 De ahí proceden algunos de los mejores violines. Los árboles deben soportar la rigurosidad del clima. Lorenzo Pellegrini es un guardabosque o jardinero del bosque, como se describe él mismo. Nos cuenta con pasión cómo debe crecer un árbol para que de él salga un violín:
—¡Lentamente, muy lentamente! En lo alto de estas montañas crecen con tal lentitud que a veces dejan de crecer por completo. Simplemente acumulan fuerza. Aquí arriba hay árboles que tienen mil años de antigüedad. Increíble, ¿verdad? Además, es preciso que haya poca agua. El núcleo del árbol debe permanecer seco. De ahí se extrae la mejor madera: ¡Sólida y de enorme resonancia!
Debemos recordar esto cuando pasemos por épocas de aridez. Puede que el Maestro fabricante o lutier nos esté preparando para convertirnos en un instrumento que resonará con belleza y conmoverá al oyente con lágrimas de alegría.
En tiempos bíblicos había, camino de Jerusalén, una región árida en la que abundaban los sauces llorones que goteaban resina. Cuando la gente viajaba debía pasar por aquel lugar desolado y triste; mas al final su viaje valía la pena:
Qué alegría para los que reciben su fuerza del Señor, los que se proponen hacer el peregrinaje hasta Jerusalén. Cuando anden por el Valle de Lágrimas, se convertirá en un lugar de manantiales refrescantes; las lluvias de otoño lo cubrirán de bendiciones. Ellos se harán cada vez más fuertes, y cada uno se presentará delante de Dios en Jerusalén.2
Del mismo modo, los que experimentan sufrimiento en esta vida —¿quién no?—, pueden hallar fortaleza en su fe en Dios. La travesía de un cristiano fiel en épocas difíciles puede llegar a ser, paso a paso, una expedición por «un lugar de manantiales refrescantes».
Volviendo al Bosque que suena, especialistas como Marcello Mazzucchi, un guardabosques ya jubilado, seleccionan el árbol perfecto por su calidad tonal. Marcelo se autodenomina escuchante de árboles, y añade:
Los observo, los toco y a veces hasta los abrazo. Si los observas detenidamente te contarán la historia de su vida, sus traumas, sus alegrías, todo. Son unas criaturas sumamente humildes.
Cuando encuentra uno que parece perfecto, señala: —Fíjese. Se yergue perfectamente derecho. Es bien cilíndrico. No tiene ramas en la base. Para mí que hay un violín atrapado ahí dentro.
Mazzucchi saca un taladro manual y lo hace girar como un sacacorchos a través de la corteza. Escucha detenidamente el sonido del golpeteo que hace el taladro cada vez que toca un nuevo anillo del árbol. Saca una muestra del centro y luego de examinarla cuidadosamente, exclama:
—¡Magnífico!
Jesús dice que nosotros no lo escogimos a Él, sino que Él nos escogió a nosotros.3 Solo que a diferencia del árbol perfecto para elaborar violines, Jesús no escoge a la gente porque sea buena o perfecta. Si volvemos la mirada al pasado y observamos a héroes bíblicos como Noé y Abraham, o a los doce apóstoles, vemos que, al igual que nosotros, les sobran imperfecciones. Dios, no obstante, descubrió en cada uno de ellos las posibilidades latentes, algo magnífico que tal vez nosotros mismos no percibimos.
Antes de aserrar, Mazzucchi se asegura de que haya arbolitos jóvenes creciendo cerca para la siguiente generación de violines. Talar un árbol adulto dejará pasar la luz del sol para que los arbolitos más jóvenes maduren.
—Apenas cae un árbol, los jovencitos que sufrían en la sombra empiezan a crecer más rápido —nos dice. Algunos se transformarán en instrumentos musicales que algún maestro tocará decenios o centurias después. El árbol muere, pero sigue vivo en su nueva forma.
En el momento indicado, cuando las condiciones sean óptimas, se corta el árbol en tablas que se dejan secar. El tiempo de secado o curado de un pedazo de madera para violín es de diez años o más; todo depende de su tamaño y grosor. Una madera de cincuenta años es todavía mejor.
La próxima vez que escuchen el sonido evocador de un violín, recuerden todo lo que conllevó hacerlo. De igual manera, puede que tú seas una obra en ciernes y lo que estés atravesando en la actualidad no sea otra cosa que preparación para ese momento mágico cuando se abra el telón y el Maestro ponga el arco sobre tus cuerdas para que cuentes tu historia.
Curtis Peter van Gorder es guionista y mimo.4 Dedicó 47 años de su vida a actividades misioneras en 10 países. Él y su esposa Pauline viven actualmente en Alemania. ■