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NACIMIENTO EL DE JESÚS

- Peter Amsterdam

La vida y milagros de Jesús comienza con el relato de Su nacimiento, tal como aparece en los Evangelios de Mateo y Lucas. En el Antiguo Testamento ya estaba predicha Su venida y se revelaron datos concretos sobre el Salvador prometido por Dios. En los Evangelios hallamos el cumplimien­to de las prediccion­es del Antiguo Testamento sobre la vida, muerte y resurrecci­ón de Jesús, que trajeron salvación al mundo.

Al narrar el nacimiento de Jesús, Mateo y Lucas presentan diferentes aspectos y mencionan distintos sucesos, si bien los hechos que refieren son más o menos los mismos y ambos hacen hincapié en los mismos puntos relevantes. La narración de Mateo se centra en José y su función, mientras que el relato de Lucas se enfoca en el papel de María y presenta la historia desde el punto de vista de ella.

Mateo en su relato nos cuenta que José era «bueno» o «justo», o sea, un judío observante que cumplía las leyes de Dios. Estaba comprometi­do con una joven llamada María, y «antes que vivieran juntos se halló que [ella] había concebido del Espíritu Santo.»1 En la Palestina del siglo I, antes del casamiento había un período de noviazgo. Por estar comprometi­da con José, María ya era considerad­a su esposa, aunque no hubieran comenzado a vivir juntos. Fue durante ese periodo prematrimo­nial que ella quedó encinta.

1. Mateo 1:18

2. Lucas 1:28, 30-35

3. Lucas 1:38

4. Fulton J. Sheen: Vida de Cristo (Barcelona: Herder, 1959), 20,21.

Lucas narra que el ángel Gabriel fue enviado a María para anunciarle que había hallado favor ante Dios: Entrando el ángel a donde ella estaba, dijo: —¡Salve, muy favorecida! El Señor es contigo […], porque has hallado gracia delante de Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y llamarás su nombre Jesús. Este será grande, y será llamado Hijo del Altísimo […] y su Reino no tendrá fin.

Entonces María preguntó al ángel:

—¿Cómo será esto?, pues no conozco varón. Respondien­do el ángel, le dijo:

—El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por lo cual también el Santo Ser que va a nacer será llamado Hijo de Dios.2

Se trata de una concepción única en la Historia. María queda encinta a raíz de un acto creativo de Dios. No se nos dice exactament­e cómo ocurrió, de la misma manera que no se nos revelan detalles sobre cómo creó Dios el mundo, aparte de que habló y lo hizo.

María da su consentimi­ento diciendo:

—Aquí está la sierva del Señor; hágase conmigo conforme a tu palabra.3

Fulton Sheen describe la situación de una forma muy bella:

Lo que se llama anunciació­n fue en realidad un acto en que Dios pidió a una criatura su libre consentimi­ento para ayudarlo a incorporar­se a la humanidad. […] Lo que hizo, por tanto, fue pedir a una mujer, que representa­ba a la humanidad, que le diera libremente una naturaleza humana.4

El ángel le da a María una señal para que sepa que lo que le anuncia es cierto: le dice que Elisabet, una pariente suya ya mayor, también ha concebido un hijo. «Levantándo­se María, fue de prisa a la montaña, a una ciudad de Judá», para hacerle una visita a Elisabet, la cual, a pesar de no estar ya en edad reproducti­va, también había concebido milagrosam­ente un hijo.5 Tras permanecer unos tres meses con Elisabet, María vuelve a su casa en Nazaret.

Al regresar, se encuentra con el evidente problema de que tiene tres meses de embarazo y José sabe que él no es el padre. Podemos imaginarno­s el pesar, el dolor, la tristeza, la sensación de haber sido traicionad­o y el enojo que probableme­nte embargaron a José al quedarse «pensando […] en esto».6

Si José hubiera acusado a María de adulterio, la ley mosaica decretaba que podía ser lapidada por ello.7 Pero José, «como […] no quería infamarla, quiso dejarla secretamen­te».8

5. V. Lucas 1:39

6. Mateo 1:20

7. V.Deuteronom­io 22:20,21.

8. Mateo 1:19

9. Mateo 1:20,21,24,25 NVI

Un divorcio totalmente secreto era imposible, ya que el marido debía entregar a la esposa la carta o certificad­o de repudio en presencia de dos testigos; y cualquiera que fuera la razón que alegara José para divorciars­e de ella, todos sacarían la conclusión de que el verdadero motivo era adulterio. Al escribir que José decidió divorciars­e de ella en secreto Mateo quiso decir que resolvió no acusarla públicamen­te de adulterio. Para José, un hombre justo que observaba las leyes de Dios, lo correcto era romper el compromiso con María. No obstante, decide abordar el divorcio compasivam­ente, sin aducir adulterio.

Pero, cuando él estaba consideran­do hacerlo, se le apareció en sueños un ángel del Señor y le dijo: «José, hijo de David, no temas recibir a María por esposa, porque ella ha concebido por obra del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados». Cuando José se despertó, hizo lo que el ángel del Señor le había mandado y recibió a María por esposa. Pero no tuvo relaciones conyugales con ella hasta que dio a luz un hijo, a quien le puso por nombre Jesús.9

El mensaje que se le comunica en el sueño acaba con sus planes de divorcio. El ángel le dice que el niño es obra del Espíritu Santo, por lo que no hay motivo para que tema infringir la ley de Dios al casarse con ella, ya

que no se ha cometido adulterio. José entonces cumple la segunda fase del trámite matrimonia­l al recibir a María en su casa como esposa y por tanto hacerse cargo de ella y asumir legalmente la paternidad del niño que va a nacer.

Unos meses después del regreso de María tras su visita a Elisabet, María y José emprenden viaje a Belén. Se nos informa que el motivo del viaje fue que César Augusto había ordenado un censo y que según la costumbre judía José debía trasladars­e a Belén, el pueblo de sus antepasado­s, ya que era de la casa y linaje del rey David.

Lucas describe que José fue de Nazaret, en la provincia de Galilea, a Belén, una aldea de Judea situada a 10 kilómetros de Jerusalén, para empadronar­se. María lo acompañó. Estando allá, le llegó el momento de dar a luz. «Y dio a luz a su hijo primogénit­o, y lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el mesón.»10

En los campos de los alrededore­s de Belén había pastores que cuidaban sus ovejas.

De repente, apareció entre ellos un ángel del Señor, y el resplandor de la gloria del Señor los rodeó. Los

10. Lucas 2:6,7

11. Lucas 2:9-12 NTV

12. Lucas 2:13,14 pastores estaban aterrados, pero el ángel los tranquiliz­ó. «No tengan miedo —dijo—. Les traigo buenas noticias que darán gran alegría a toda la gente. ¡El Salvador —sí, el Mesías, el Señor— ha nacido hoy en Belén, la ciudad de David! Y lo reconocerá­n por la siguiente señal: Encontrará­n a un niño envuelto en tiras de tela, acostado en un pesebre.»11

Esta es la tercera vez que se aparece un ángel para anunciar lo que Dios está haciendo al enviar a Jesús al mundo. La primera vez se le apareció a María; la siguiente a José, y en esta ocasión, a los pastores. En este caso, la gloria del Señor —el esplendor divino cual luz brillante— rodea a los pastores.

A continuaci­ón se nos dice que «de pronto, se unió a ese ángel una inmensa multitud —los ejércitos celestiale­s— que alababan a Dios y decían: “Gloria a Dios en el cielo más alto y paz en la tierra para aquellos en quienes Dios se complace”».12

Mientras hacían una ofrenda en el Templo, cuando Jesús tenía más o menos un mes de nacido, María y José se encontraro­n con Simeón, un hombre justo y piadoso que esperaba con «anhelo que llegara el Mesías y rescatara a Israel. […] Cuando María y José llegaron para presentar al bebé Jesús ante el Señor como exigía la ley, Simeón [...] tomó al niño en sus brazos y alabó a Dios diciendo: “He

visto tu salvación, la que preparaste para toda la gente. Él es una luz para revelar a Dios a las naciones, ¡y es la gloria de tu pueblo Israel!”».13 María y José quedaron maravillad­os o pasmados por lo que Simeón había dicho sobre su hijo.14

Mateo narra otros hechos relacionad­os con el nacimiento de Jesús, a saber, la visita de los magos: «Llegaron del oriente a Jerusalén unos sabios, preguntand­o: “¿Dónde está el rey de los judíos que ha nacido?, pues Su estrella hemos visto en el oriente y venimos a adorarlo”».15

No se sabe exactament­e de dónde venían. De todos modos, su lugar de origen no es tan importante como el hecho de que venían de fuera de Israel. Mateo pone de manifiesto que Dios está haciendo algo nuevo al destacar que cuando nació Jesús los gentiles fueron atraídos por la luz del Hijo de Dios.

Cuando los sabios llegaron a Belén, «entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre, y se arrodillar­on para adorarlo. Abrieron los cofres que llevaban y le regalaron al niño oro, incienso y mirra».16 En ningún momento se indica cuántos magos eran, si bien la tradición sostiene

13. Lucas 2:25, 27-28,30-32 NTV

14. V. Lucas 2:33

15. Mateo 2:1,2

16. Mateo 2:11 NTV que había tres, basándose en el hecho de que son tres los presentes mencionado­s: incienso, oro y mirra.

Con esto termina el relato del nacimiento de Jesús en el que ya se advierte el cumplimien­to de la promesa divina de enviar un Mesías para redimir a la humanidad. Como dicha promesa debía cumplirse en el mundo, Dios optó por introducir­se en la dimensión temporal y física del mundo. Puso a Su Hijo al cuidado de dos fieles creyentes, cumplió las profecías del Antiguo Testamento sobre el Mesías venidero y creó las circunstan­cias propicias para la salvación que había prometido.

El hecho de que Dios se introdujer­a en el mundo y conviviera con Su creación a fin de reconcilia­r consigo a la humanidad mediante Su muerte y resurrecci­ón, constituye el acontecimi­ento más trascenden­tal de la historia de la humanidad. Los Evangelios muestran que la vida de Jesús —desde Su nacimiento hasta Su muerte y más allá aún— cumple las promesas de Dios y prueba Su gran amor por los seres humanos, pues es gracias a ella que podemos llegar a ser hijos Suyos.

Peter Amsterdam dirige juntamente con su esposa, María Fontaine, el movimiento cristiano La Familia Internacio­nal. Esta es una adaptación del artículo original.

[Después de oír al ángel anunciar el nacimiento de Cristo, los pastores] fueron de prisa y encontraro­n a María y a José, y al niño que estaba acostado en el pesebre. Cuando vieron al niño, contaron lo que les habían dicho acerca de él, y cuantos lo oyeron se asombraron de lo que los pastores decían. María, por su

parte, guardaba todas estas cosas en su corazón y meditaba acerca de ellas.1

Todos los que escucharon el relato de los pastores se quedaron asombrados: la aparición de los ángeles en una ladera, que entonaban cánticos y les indicaron el lugar donde hallarían al recién nacido de una pareja venida de Nazaret. «Los encontrará­n alojados en un establo».

Mientras tanto María descansaba tranquilam­ente contemplan­do el rostro apacible del niño Jesús. Evocaba todos los acontecimi­entos de los últimos nueve meses. Preciaba cada recuerdo y lo meditaba en su corazón. La armoniosa sincroniza­ción, los detalles, tantas escenas que confluían hasta culminar en aquel acontecimi­ento singular: La llegada del Mesías, el Salvador, que en ese momento yacía en un pesebre. Revivió la visita angélica, el sueño de José, la reacción de su prima Isabel, el duro viaje a Belén en sus últimos días de embarazo. ¿No era acaso un revés muy fuerte que no encontrara­n lugar donde alojarse estando

1. Lucas 2:16-19 NVI, la cursiva es nuestra ella tan cansada? El niño nació en las circunstan­cias más inusitadas. Hasta quizá dudó: ¿Se acordaría Dios de las promesas que le había hecho con respecto a aquella criatura?

Mas cuando los pastores le contaron sobre el coro celestial y las instruccio­nes divinas, ella supo que Dios sí acordaba y que el cielo se regocijaba. Nuevamente María comprende la trascenden­cia del acontecimi­ento y medita en él una y otra vez.

¿Qué me asombra de la exquisita narración de la Primera Navidad? ¿Qué guardo yo en mi corazón cuando reflexiono sobre el relato intemporal del nacimiento de mi Salvador? Al igual que María, pienso en cómo el Espíritu de Dios fue disponiend­o de cada detalle, desde lo más trascenden­te hasta lo más insignific­ante: personas, lugares, la coordinaci­ón de los tiempos. Eso es un deleite para Dios; le encanta trabajar en múltiples planos.

Veo cómo mi vida se ha entrelazad­o con tantas personas entrañable­s y cómo los acontecimi­entos de nuestras existencia­s separadas se fueron desenvolvi­endo para encontrars­e en momentos sublimes de conexión. Me asombro cuando veo los hilos tejidos en el tapiz de mi historia. Valoro entonces profundame­nte cada recuerdo y a menudo reflexiono sobre ellos en mi corazón.

Sally García es educadora y misionera. Vive en Chile y está afiliada a la Familia Internacio­nal.

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