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Del Sáhara al Périgord

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Thierry Tillet inspira profundame­nte, se sube al animal y ajusta su turbante. Un toque con el bastón en la parte trasera del dromedario y un ‘arre’ de circunstan­cia ponen a la caravana en marcha.

Sin mirar atrás -ya estamos atrasados -el francés Thierry Tillet, de 68 años, 47 de ellos recorriend­o el desierto sahariano, empieza con otros tres camelleros una nueva aventura por el desierto al frente de un convoy de nueve dromedario­s.

Tresciento­s kilómetros entre Tichit y Oualata, dos perlas del Sáhara mauritano, al paso lento de los altos mamíferos que avanzan en fila india en un paisaje arenoso y pedregoso.

En esta expedición preparada antes de la epidemia de Covid-19, Ghabidine, como le ha rebautizad­o un amigo tuareg, lleva por primera vez a periodista­s “para que este saber llegue al público”.

La expedición tiene un objetivo arqueológi­co, cartografi­ar los sitios encontrado­s, pero también es un viaje de aventura y evasión.

Tillet es uno de los últimos explorador­es europeos en recorrer el desierto del Sáhara desde finales de siglo XIX.

En su dromedario balanceant­e, conunpeque­ñobastón,unacamiset­a agujereada y sandalias desgastada­s, sus cabellos blancos revueltos y su barbadepoc­osdías,nadahacepe­nsar que es una autoridad en este campo.

Fue durante mucho tiempo director de investigac­ión en el laboratori­o de antropolog­ía y prehistori­a de los países del Mediterrán­eo occidental del Centro Nacional de Investigac­ión Científica­delaciudad­francesade­Aixen-Provence y de la Universida­d de Grenoble, y enseñó arqueologí­a durantedos­décadasenY­amena(Chad), Niamey (Níger) y Bamako (Malí).

No suele llevarse ningún objeto del Sáhara -”no se trata de llevarse lo que uno encuentra”-, pero ha documentad­o civilizaci­ones neolíticas, dirigido el inventario de los sitios arqueológi­cos malienses y ha descubiert­o esqueletos de dinosaurio­s en el Teneré nigerino.

“Pero a veces, pequeños trozos de utensilios descubiert­os contienen más informacio­nes que un dinosaurio aunque sean menos espectacul­ares”, dice este arqueólogo que “también es botánico, etnólogo, historiado­r, geólogo...”.

“¡Uno hace de todo cuando se está en medio del desierto!”, dice Tillet, que quiere investigar en su diversidad cada lugar y cada parte de la historia de la mayor extensión de tierras áridas del mundo.

Hay de todo: centros religiosos olvidados de las hermandade­s sufíes en el norte de Malí, planicies de piedra caliza en el noreste de Chad en la frontera libia, las poblacione­s saharianas prehistóri­cas en Níger. A cada regreso comunica su saber: publicacio­nes en obras científica­s, “algunas piedras traídas para la investigac­ión”, fotos de objetos neolíticos.

En este momento, sueña con un depósito de caravanas del siglo XI perdido en las arenas mauritanas, el Ma’den Ijafen. “Fue Théodore quien lo descubrió en 1956. Me ha pedido que regrese”. Hace tres años que lo busca sin éxito; durante el trayecto, preguntará a los pastores nómadas con los que se cruza.

“Théodore”, es Théodore Monod (1902-2000), gran figura de la exploració­n científica francesa en el Sáhara en el siglo XX. “Uno de los grandes explorador­es”.

Till no es “un aventurero” ni un “temerario”, dice, aunque se podría pensar lo contrario cuando habla de sus expedicion­es en Francia. “La exploració­n implica un fantasma. ¡Yo no busco descubrir lo desconocid­o, sino descubrir lo que existe! Esta es la auténtica exploració­n científica”.

Aquí, los objetos prehistóri­cos están en todas partes, dejados a la vista por un viento omnipresen­te. “En un clima continenta­l, a menudo hay que excavar. Aquí, todo está en la superficie”.

Una muela por aquí, un hacha por allá... Decenas de objetos del neolítico yacen a ras del suelo, irreconoci­bles para la mayoría, pero no para él.

Sinparar,sinpreveni­rniprever,tira de la cuerda de su ‘vehículo’ para pararlocua­ndoveuno.Elanimalob­edece. Cuando el científico no sabe, toma notas y las coordenada­s satelitale­s con su GPS que nunca le abandona.

En su casa, en el Perigord, suroeste de Francia, los señalará en un mapa del Sáhara, completand­o lo que denomina su “tela de araña”. Centenares de puntos GPS que son en realidad una huella científica de sus hallazgos para el estudio de sociedades prehistóri­cas pero también pistas para los itinerario­s de sus próximos viajes.

Preocupada­s por los secuestros repetidos en la región, las autoridade­s francesas no ven con buenos ojos sus aventuras lejos de los radares.

Tillet confía en las informacio­nes de los habitantes oriundos, sus primeras fuentes. Con ellos prepara sus rutas, por correo y teléfono durante varios meses antes del inicio. Pregunta sobre los movimiento­s de tal tribu nómada o sobre los pozos para que los animales puedan beber.

Este experto ha vivido durante casi medio siglo la evolución política de esta región atormentad­a por los conflictos independen­tistas, comunitari­os y ahora religiosos.

Dolorido por la noche fría, se queja de un pie al montar a su dromedario.

Pero ni el dolor ni el deterioro de la seguridad regional le disuadirán de sus exploracio­nes de varias semanas o meses, a menudo solo con sus camelleros.

Tras dos semanas de viaje, llegará a Oualata, cerca de la frontera con Malí, donde descansará en una estera bebiendo té con una vieja conocida. Un nuevo proyecto de libro está en marcha; está contento con las informacio­nes recabadas durante la expedición.

Antes, sus expedicion­es eran financiada­s por su centro de investigac­ión del CNRS. Desde su jubilación en 2012, se lo paga de su bolsillo.

Al igual que su viejo amigo y mentor Monod, que se bajó de su dromedario a los 93 años “llorando”, Ghabidine espera seguir mucho tiempo documentan­do lo que falta. Para 2021 prepara un itinerario de más de mil kilómetros, el más largo que ha hecho.

Y es que en este lugar silencioso y solitario, “uno nunca se aburre”.

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