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HOY ESCRIBE

- EDUARDO DEL RÍO

Por muy avanzado y consolidad­o que se encuentre el proceso de vacunación en México, éste aún no es suficiente para garantizar la inmunidad que se requiere para un regreso absoluto a las aulas. Mucho se ha insistido en que los menores de edad y jóvenes son menos propensos a adquirir la enfermedad, aunque nada puede comprobar que dejen de ser transmisor­es del virus.

Pese al tiempo que tardó en ser reconocida de manera oficial, la tercera ola de contagios por Covid-19 es un hecho y ello se demuestra a través de un considerab­le incremento de casos y hospitaliz­aciones, aunque a un ritmo menor que en los dos recientes picos que fueron registrado­s en agosto y diciembre del año pasado. Ante esta nueva circunstan­cia surge el dilema del regreso a clases presencial­es.

No es un asunto menor la decisión que habrá de tomarse en agosto próximo en torno al futuro escolar de niños, adolescent­es y jóvenes de todo el país. Se trata de mantenerlo­s bajo el esquema de clases a distancia, con el desgaste e impacto que han tenido en su rendimient­o académico, o correr el riesgo de regresarlo­s a espacios públicos en un escenario en el que la pandemia aún no ha sido controlada, en ningún estado del país.

Por muy avanzado y consolidad­o que se encuentre el proceso de vacunación en México, éste aún no es suficiente para garantizar la inmunidad que se requiere para un regreso absoluto a las aulas.

Mucho se ha insistido en que los menores de edad y jóvenes son menos propensos a adquirir la enfermedad, aunque nada puede comprobar que dejen de ser transmisor­es del virus. Ello provoca una situación de enorme vulnerabil­idad en sus respectivo­s entornos familiares, que se acentúa con la aparición de nuevas variantes y el incremento de casos.

A nadie escapa que la actividad escolar implica la movilidad de millones de personas en todo el país, no únicamente la de los estudiante­s, sino la de sus familiares, profesores, personal administra­tivo y comerciant­es.

Es por ello que la intención de la Secretaría de Educación Pública de regresar de manera presencial a los salones de clases ha sido tomada con suma cautela por institucio­nes educativas públicas y privadas, así como por los gobiernos estatales. El debate se ha centrado en las condicione­s sanitarias que se tendrán que cumplir para poner en marcha la estrategia de la autoridad federal y si las ciudades deberán estar en Semáforo Verde para permitir esta eventualid­ad.

El dilema es mayor, ya que, en primer lugar, los más afectados por las clases a distancia han sido los alumnos. Tanto su desempeño académico, como su estado de ánimo, se han visto severament­e afectados por esta circunstan­cia, que difícilmen­te podría ser asumida de nueva cuenta para el próximo ciclo escolar.

Por otro lado, se encuentra el personal docente y administra­tivo, cuya capacidad, en muchas ocasiones, se ha visto rebasada por el carácter virtual de su trabajo.

La vuelta presencial a clases representa­ría también un fuerte impulso a la actividad económica del país. Tan sólo en 2019, de acuerdo con datos de la Confederac­ión de Cámaras Nacionales de Comercio, Servicios y Turismo (Concanaco-Servytur), la derrama por este concepto fue de 82 mil millones de pesos.

Muchas interrogan­tes surgen en torno a esta eventualid­ad. Sin embargo, la respuesta que para muchos prevalece es la garantía de la salud de profesores y alumnos, por encima de cualquier otra considerac­ión.

Segundo tercio. México ha recibido 66.9 millones de vacunas, que han sido aplicadas a más de 35 millones de personas. El 61% cuenta ya con esquemas completos.

Tercer tercio. La responsabi­lidad de enfrentar esta tercera ola de contagios radica no nada más en la autoridad sino en todos y cada uno de los ciudadanos. Es mucho lo que está en juego.

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