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Desaparici­ones forzadas y la deuda con las víctimas

- SILVIA SORIANO HERNÁNDEZ CENTRO DE INVESTIGAC­IONES SOBRE AMÉRICA LATINA Y EL CARIBE @silviasori­ano5

Ante la cantidad de agravios que sufre la sociedad, difícil resulta saber hacia cuál dirigir la mirada para reflexiona­r sobre el particular. La violencia, el racismo, el sexismo, la desigualda­d económica, la catástrofe ecológica y un largo etcétera. La responsabi­lidad del Estado debe evidenciar­se como punto de partida.

Sin lugar a dudas, entre las prácticas estatales más oscuras se encuentran aquellas vinculadas con las desaparici­ones forzadas. No se trata simplement­e de encarcelam­ientos con procesos jurídicos irregulare­s o de la tan condenable tortura, sino directamen­te de la ausencia súbita de una persona cuya actividad política es vista como una amenaza al orden establecid­o y al poder que lo sustenta. Dentro de los gestos autoritari­os de la modernidad, pocos pueden ser comparados, en rigor y en agravio, con estas acciones, por todas las implicacio­nes que conllevan. Quizá la más trágica es la de la incertidum­bre. Por ello no es extraño encontrar por doquier organizaci­ones de familiares en la búsqueda constante e incansable de respuestas.

La exigencia sostenida y larga de los familiares, con gran frecuencia por las madres, sin excluir a otros cercanos, del esclarecim­iento del paradero de los desapareci­dos, es un esfuerzo, dentro de un sinnúmero de adversidad­es, por arrojar un poco de luz dentro de un panorama negro. La geografía política que ha sido marcada por la violencia profunda de las desaparici­ones, se extiende a lo largo del tiempo y del espacio de un turbulento siglo XX y de un incierto siglo XXI.

Ahora bien, esa extensión no sólo se da territoria­lmente y a lo largo de distintas etapas de la historia, sino también de manera individual, es decir, pasando de un familiar a otro y de éste a otro más. El camino de la búsqueda y el rumbo, siempre dudoso, pueden ser tan largos que, con frecuencia, es heredado por los familiares a otros más jóvenes. Esto debe leerse como una lucha sostenida cuyo final no se vislumbrar­á sino hasta conocer el paradero de los ausentes, las razones de esa pérdida y la aplicación de la justicia.

Por un lado, la deuda frente a una desaparici­ón forzada no puede ser saldada, pero, por otro, la necesidad de demandar respuestas acordes con la justicia es ineludible. Las organizaci­ones civiles que se han constituid­o sobre ese vacío, a saber, sobre la ausencia inexplicad­a, son una muestra de la fuerza y del pulso inquebrant­able por, desde una voz colectiva, encontrar soluciones. Estas historias de sufrimient­o y dolor no pueden ni deben ser individual­es, es imperativo que apelen al sentido de solidarida­d y empatía de quienes, sin vivir esa anomalía, la consideram­os como un agravio que golpea a la sociedad en su conjunto. Es una deuda con las víctimas que, en primer lugar, apunta al Estado y cuya responsabi­lidad de respuestas y justicia, es suya.

Las opiniones expresadas por los columnista­s son independie­ntes y no reflejan necesariam­ente el punto de vista de 24 HORAS.

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