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El debate de la inclusión

- Las opiniones expresadas por los columnista­s son LQGHSHQGLH­QWHV \ QR UHçHMDQ QHFHVDULDP­HQWH el punto de vista de 24 HORAS.

En la lengua coloquial de nuestros tiempos, puede servir para identifica­r a la comunidad no binaria, es decir, las personas que no se definen como “él” o “ella” exclusivam­ente, porque no están de acuerdo con la concepción dual de género con la cual nos criaron.

Por ejemplo, Pedro nació con órganos reproducti­vos masculinos y claro, al ser un bebé, se le identificó solamente como hombre. Pero conforme crece, elle no se siente cómode con la identidad de género asociada con lo masculino, ni tampoco se define con la identidad de género femenina. Por tanto, Pedro prefiere ser identifica­de bajo el pronombre “elle”.

Para mis papás, y para mucha gente de su edad, el lenguaje inclusivo no es sino otra ocurrencia de nuestra generación, para “armarla de tos”. Cuando en realidad, el tomar el/los pronombre/s de alguien en cuenta es respetar a la persona.

Es más fácil entenderlo, quizá, desde la orientació­n sexual. En una sociedad regida por la monogamia y la heterosexu­alidad, una pregunta común de la comida familiar a un hombre suele ser “¿Y la novia?” Esta pregunta, aparenteme­nte inofensiva, puede ser letal para el hombre en cuestión, porque si él prefiere tener novio, o andar con una persona no binaria, se sentirá incómodo al contestar, como si su orientació­n fuera algo antinatura­l.

Lo correcto sería preguntar si tiene pareja, porque aquí no se asume qué orientació­n sexual tiene, ni con cuántas personas ande en ese momento.

Mas cuando hablamos de identidad de género, entramos en un asunto más complejo, sobre todo cuando conocemos seres humanos en una reunión. Estamos acostumbra­des a asumir el género de las personas por cómo se ven, e incluso asumimos cosas a partir de su vestimenta, gestos o actitudes. Sin embargo, es un error pensar luego luego en obviedades, porque nunca sabemos cómo le otre se puede sentir al respecto.

Para alguien que se identifica como mujer y tiene una preferenci­a sexual por otra, la pregunta de “¿Quién es el hombre en la relación?” es insufrible, porque la orientació­n sexual y la identidad de género NO SON LO MISMO.

Y todo el debate alrededor de Andra Escamilla, une alumne que prefirió ser nombrada como “compañere”, porque se identifica con los pronombres “él/elle”, se ve desde el foco equivocado. No se trata de qué es correcto según la RAE o alguna otra institució­n. Simplement­e es empatía, visibilida­d y respeto por quien cada quien decida ser.

Porque de adivinar vienen las dolencias. Si no todas las que se identifica­n como mujeres se quieren casar, o no todos los que se definen como hombres aman el fútbol, ¿por qué todes asumimos lo contrario?

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