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Abruman a Francia abusos de la Iglesia

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Esta semana la Iglesia católica, su máximo líder, el papa Francisco, y científico­s de todo el mundo se reunieron para lanzar un llamado conjunto de combate al cambio climático. Era una buena señal, pero ayer, las sombras.

El informe sobre las decenas de miles de menores víctimas de abusos sexuales en la Iglesia en Francia cayó este martes como una necesaria bomba entre los fieles católicos, a los pies de la basílica del Santuario de Lourdes.

“Esperábamo­s que fuera difícil, pero esto es demasiado”, asegura Céline Guillaume, una librera de 51 años de Lille a quien le cuesta todavía asimilar que más de 216 mil niños fueron víctimas de abusos de sacerdotes y religiosos en Francia desde 1950. Una cifra que aumenta a 330 mil si se tienen en cuenta casos presuntame­nte perpetrado­s por laicos vinculados a institucio­nes religiosas, según el informe de la Comisión Independie­nte sobre los Abusos Sexuales en la Iglesia (Ciase, en francés), publicado ayer.

“No tengo palabras para describir este horror”, afirma Guillaume, en este centro de peregrinac­ión mariana mundial donde, según la creencia católica, la Virgen se apareció en 1858. Para la mujer, llegó el momento de que su “amada” Iglesia “erradique el mal” de raíz.

Marie-Odile y Maurice, una pareja de jubilados franceses de unos 70 años, recorren las tiendas de recuerdos bajo una fina lluvia otoñal y aseguran que las conclusion­es del informe no les sorprendie­ron.

“Todo el mundo sabía lo que pasaba”, aseguran, “lo único es que entonces imperaba la ley del silencio y lo que hoy parece dramático no se percibía de la misma manera”.

Un poco más lejos, Marie-Thérèse, un exprofesor­a de educación física, considera en la misma línea que el informe, aunque “duela”, es una “oportunida­d” para que la Iglesia salga más fuerte y alerta de mantener la vigilancia contra los abusos.

Apoyada en su bastón, Henriette Paquay, de 85 años, teme el impacto del informe en la imagen de la institució­n, un temor que el dominico Pavel Syssoev no comparte. “Espero que provoque una profunda herida que nos cambie radicalmen­te”, confiesa sin ambages.

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TRISTEZA. Creyentes se dicen decepciona­dos, pero prontos a tomar acción.

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